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lunes, 26 de septiembre de 2022

La posmodernidad, un delirante cuento inacabado.

 


He planteado esta disertación como un cuento, una narración que, para fines ilustrativos, incluye situaciones extremas, que no deben generalizarse y que en su mayoría podrían afectar a otras latitudes, pero cuya realidad podría alcanzarnos. La cultura global tiende a influirnos y sus causas y efectos necesitan atenderse en diferentes espacios de reflexión para buscar el entendimiento en un medio cada vez más polarizado.

Estamos pasando de la utópica racionalidad de la modernidad a una advertencia distópica propia de la posmodernidad. La utopía buscaba una felicidad universal un paraíso inexistente que hemos visto que no tuvo cabida en la realidad ansiada en la modernidad; en tanto que, la distopía posmoderna presenta seductoras voces de alerta ante un futuro decadente y apocalíptico.

Byron Rabe

 

Eso a nosotros no nos alcanzará. No, a nosotros, nunca.

 

La posmodernidad llegaría para cuestionar la cordura reinante de la modernidad, y aunque partiría de nociones sueltas, sin un discurso homogéneo, en el camino iría sumando ideas y perspectivas diversas que, alimentadas por la complejidad, llevarían irremediablemente al caos que agitaba una época de cambio e inclusión de nuevos valores y visiones.

Conforme se fue apagando el aguerrido siglo XX y prendiendo el incierto siglo XXI, más se derrumbaba la modernidad. No sólo en lo que ya se consideraba como una obtusa racionalidad plagada de preceptos reduccionistas y enfocadas en lo cuantitativo de la ciencia; también en la visión funcional del diseño que debía adaptarse a nuevas realidades, tecnologías, conservación del ambiente y variaciones éticas y estéticas. Pero algo más estaba cambiando. Poco a poco se iba disminuyendo la influencia de los valores tradicionales que habían regido al mundo occidental varios siglos.

Durante un indefinido período que se fue haciendo visible después de la segunda guerra, se había mantenido un traslape de visiones que todavía no terminaba de precisarse. La influencia de la posmodernidad se observaba en la estética, que ahora valoraba el gusto popular y que dejó de seguir, necesariamente, las pautas de belleza prestablecidas por la cultura dominante; se notaba en la activa presencia de quienes abogaban por sus derechos; en un progresivo despertar de respeto y valoración de las diferencias; en las manifestaciones de pluralidad en un mundo que había sido controlado por pocos y en el que parecía, que por fin, participaban las minorías que poseían características y pensamientos diferentes.

Se ofrecía mejorar el rígido modelo de la modernidad que había sido demarcado por un progreso normativo y lineal que, para muchos no había funcionado. En la posmodernidad se fueron haciendo avances en el respeto a la pluralidad, la multiplicidad, las contradicciones y la simultaneidad de ideas y valores. Se habían abierto oportunidades para alcanzar una libertad, antes no experimentada, que llevaría a romper las tradiciones culturales y sociales.

Los poderes económicos, siempre atentos, aprovecharían la apertura y promoverían estrategias menos enfocadas en las necesidades, la racionalidad o la funcionalidad como se había hecho en la modernidad. Ahora responderían a los deseos, a los gustos o a lo trivial, propio de la realidad que se estaba viviendo.

Se asomaban múltiples oportunidades de negocios en un mercado global y totalitario que diseñaría estrategias para promover el consumo sin culpas, que satisficiera el ahora, en congruencia con la idea de muchos jóvenes que asumían que, ante la incertidumbre, lo mejor era vivir el momento y priorizar la diversión.

En el mundo se comenzaría a superar la culpabilidad por rechazar los valores tradicionales. Pronto se irían sumando más personas y grupos a una discutida cultura de todo se vale. Se afectarían las pautas del comportamiento social, la moral, la religión y los valores familiares. Se iría disminuyendo la importancia de la familia funcional que hasta hacía poco había sido la base de la sociedad.  

Entre todos estos progresivos y encontrados cambios se iría robusteciendo el concepto de lo efímero, en el que todo tendía a ser desechable incluso la amistad y las parejas. Muchos jóvenes dejarían de pensar en el matrimonio. Tener descendencia pasaría a formar parte de un futuro impreciso, quizás inviable. Un proyecto futuro podría desmotivar un placentero presente.

El placer ocuparía un lugar especial en un ahora sin culpas, sin lazos y sin obligaciones. Se variarían notablemente los comportamientos sexuales desde temprana edad. Se separaría el sexo del amor, el hedonismo llegaría a nuevos niveles llevando al absoluto de que la vida era el placer del instante.

Se observaba un creciente interés por el culto al cuerpo, se favorecerían el ejercicio y la vida sana. Para algunos, mas que para vivir, era para presumir en un ámbito cada vez más narcisista. Los deseos de ser más bellos se facilitaban con los nuevos y amplios estándares estéticos.  El deseo de figurar, de ser más reconocidos, de lograr más likes en las redes, podían llevar a modificaciones físicas, a exposiciones mediáticas controvertidas, que peligrosamente influían en algunas jóvenes mentes que bien podrían preferir sustituir el baile de la adolescencia o un viaje de graduación por cirugías estéticas.

En la escuela ya no se reprendía al niño, ahora los padres reprendían al maestro y se generaba una lucha entre lo que se debía enseñar en la escuela y los valores que deberían surgir en la familia. La separación entre la niñez y el adulto comenzó a hacerse imperceptible en algunos temas, se descuidó la infancia y se estaban construyendo niños sin niñez, retraídos en sus dispositivos electrónicos, niños adultos educados para el consumo, con influencia directa de los medios de comunicación masiva que promovían la subjetividad del consumidor. Se estaban creando nuevas realidades en las que el niño decidía e influía sobre los padres que evitaban esfuerzos que no encajaran con el nuevo mundo y estimulaban comportamientos que contradecían lo que la modernidad establecía como propio de las primeras edades.

En el plano estético, al igual que el Dadaísmo, (que algunos consideran el verdadero inicio de la posmodernidad), se propiciaría lo absurdo, lo chusco y lo irracional.  Se verían curiosos desfiles de modas extravagantes que transgredían los patrones clásicos del buen gusto promovido por la modernidad. Alguien podía sentirse a la moda con ropa rota, o al mostrar los calzoncillos o las tangas saliendo del pantalón, incluso podía sentirse chic con una silla en la cabeza. El traje con corbata pasaría a ser parte de la historia de la moda para muchas juventudes.

Había quienes irían más allá del vestuario y buscarían una identidad irreverente, algunos enhebrando un aro en la nariz, aguzando las orejas o hinchándose los labios.    No faltarían los que afectaran su propia naturaleza corporal insertando implantes, que iban desde nalgas y pechos, hasta cachos. Otros mutilarían distintas partes del cuerpo para generar una estética distinta por no decir monstruosa. Algunos, menos destructivos saturarían el cuerpo de tatuajes o simplemente usarían piercings en diversos y sugerentes lugares del cuerpo.

Entre tantas contradicciones socio culturales la posmodernidad avanzaba con criterios difusos y sin límites. Daba la oportunidad de manejar el diseño y cualquier expresión cultural de la manera que se antojara, era posible que una ocurrencia se volviera una tendencia que sería aprovechada para promover el consumo.

El criterio de todo vale se había hecho presente en la publicidad, en la música, en destructivas protestas, hasta en la explotación sexual forzada o complaciente.  Incluso en algunos contextos llegó a considerarse habitual y aceptable la práctica del sugar daddy y la sugar mammy.

El clásico modelo de la sexualidad dominante pasaría a la historia. Lo masculino y femenino no era lo mismo que hombre y mujer, surgirían diversos géneros que se irían consolidando en el espectro de la sexualidad. Una aplicación de citas en red conocida como la más popular del mundo, para evitar confusiones y discrepancias, identificó a más de 25 clasificaciones de identidades de género con las que se podía ligar o experimentar, de acuerdo con las preferencias.  

 

Varios personajes haciendo muestra de su coherencia con los nuevos valores de inclusión sexual, informaron que habían hecho eco de los pedidos de sus pequeños hijos para iniciarles un cambio de género. Mientras tanto se abrían posibilidades para que un creciente número de niños y preadolescentes, que creían estar atrapados en el cuerpo equivocado, pudieran recibir tratamiento como parte de programas para cambiar de sexo.

Fue notoria la creciente demanda de videojuegos diseñados para niños y jóvenes. Algunos daban nuevas herramientas para el desarrollo de habilidades propios de la juventud de la época, pero otros, podían generar adicción, propiciar la violencia dentro de un mundo virtual en el que podían matar personas o animales sin culpa alguna, habituarse al concepto de las drogas o experimentar comportamientos criminales y el irrespeto a las autoridades. En casos extremos podía promoverse la explotación sexual, la violencia hacia la mujer, así como familiarizarse con estereotipos raciales y sexuales, además de utilizar palabras indecentes y proferir obscenidades ya comunes en la nueva realidad.   

De similar manera, se hacían cada vez más populares entre jóvenes y adolescentes, canciones de géneros urbanos, con explícitos mensajes sobre violencia, sexo y drogadicción que hacían que los artistas fueran venerados por la juventud.  Eran pegajosas manifestaciones musicales, muchas veces carentes de valores de contenido melódico y conceptual, que además tenían como principal aporte cultural contradecir los valores tradicionales, mostraban conductas misóginas que despreciaban a la mujer y utilizaban lenguajes y movimientos corporales antes impensables de mostrar en ningún medio.

El auge de las redes sociales brindaría nuevas oportunidades para el aprendizaje y el teletrabajo, para obtener información en tiempo real y descubrir otras culturas y comportamientos y abrir posibilidades antes no imaginadas.  El internet se convertiría en parte del individuo, el acceso a la información y una realidad aumentada nunca soñada se haría más que presente y surgiría un nuevo concepto de metaverso que iría de la realidad virtual a una realidad paralela y cambiaría nuevamente la forma de pensar, de comportarse y de comprar.

En el maremágnum posmoderno, la era digital también permearía los hogares y la psicología de los grupos e individuos. La invasión de redes sociales haría surgir personajes como los blogueros, los influencer, los netcenter, los tiktokers y de otras denominaciones, así como, muchas nuevas aplicaciones.  Algunos blogueros fueron marcando presencia en las redes con un objetivo inicial que pudo ser informar o entretener. Los influencer, en algunas oportunidades sin criterios o experiencias previas, pero con mucha popularidad, a veces generada por el atractivo sexual, la casualidad, una broma inicial o una marcada diferencia, tendrían una destacada participación en alguna o varias ramas y expresaban opiniones sobre temas concretos para ejercer influencia y ser más reconocidos entre los internautas.  Pronto los aprovecharían para atraer o inspirar un producto, servicio o marca. 

Pero las animadversiones, las envidias, los odios, las luchas sectarias o el simple deseo de arruinar la imagen de los otros, también se haría presente en las redes sociales. En el marco de un anonimato total o parcial, al no tener que enfrentar físicamente al interlocutor, se propició una cultura de resentimiento y cizaña que se haría cada vez más intensa.

Surgió el negocio de la manipulación virtual a cargo de los netcenters y otros personajes o grupos. Esta práctica evolucionó desde el fanatismo social o político hasta el desarrollo de negocios rentables. Se concibió el término de sicarios digitales, encargados de destruir a grupos o personas por medio de las redes. Todo sería utilizado para el negocio y la política en la posmodernidad.

A lo largo de este proceso se hizo mas notorio y criticado que había actores invisibilizados y discriminados. El nuevo contexto permitió y propició los reclamos y nuevas luchas para lograr mayor presencia y reconocimiento en la sociedad.

La opresión y discriminación a la que estos sectores habían estado sujetos generó protestas y reivindicaciones. Algunas de estas luchas se saldrían del marco normativo y de los valores que había establecido la modernidad y llevarían a un nuevo modelo de enfrentamientos.

La era de la posmodernidad alcanzaría un nuevo nivel en la segunda década del siglo XXI con el desarrollo de la cultura Woke o wokismo surgida en los Estados Unidos.  Este movimiento inicialmente buscaba responder a las injusticias y desigualdades, empezó con el tema racial, fue incorporando la ideología de género y posteriormente cuestionaría la civilización occidental de base cristiana.

 

Se mostraría como una rebelión contra la opresión, el racismo y la discriminación, pero pronto endurecería las posiciones identitarias a nivel étnico, sexual, religioso y cultural. Tomaría un sendero ideológico totalitario de izquierda para exigir una justicia de corte vengativo que daría nuevos elementos para generar reacciones de la derecha extrema.

Ante su crecimiento e impacto, el wokismo se iría radicalizando, se haría impermeable a la crítica, daría la espalda a los hechos y descartaría el diálogo rechazando razones y datos. Se convertiría en un movimiento dogmático que no admitía cuestionamientos, pero que se apropiaría del derecho de censurar y anular todo lo relacionado con la historia o la cultura que le pareciera ofensivo, que pronto llevaría al fortalecimiento de la cultura de la cancelación.

Con esta nueva cultura se boicotearía la libertad de expresión, ya no se pondría énfasis en lo común sino en las diferencias, se buscaría fragmentar y dividir a la sociedad. Se promovería el revisionismo histórico, no con el objeto de aclarar los hechos sino de generar odios y revanchismos atemporales. También se exigiría revisar el lenguaje, volverlo inclusivo y eliminar insinuaciones raciales o de género. Se propiciaría la ira, la cólera fanática, se exhortaría a derrumbar estatuas, personajes históricos y símbolos de la modernidad.

Se castigaría severamente cualquier publicación, comentario o postura que no convergiera con el movimiento.  Cancelar a una persona significaba invalidar no sólo sus opiniones, también tratar de anular su existencia, de arruinarle la vida social, profesional y laboral. 

Se había creado un movimiento sin estructura definida, sin dirigentes identificados que se convertiría en acusador, juez y verdugo, que descartaba el derecho de defensa de los acusados y desahuciaba la duda razonable, que aplicaría diversos niveles de crueldad desatendiendo la disculpa o el perdón.

Se convertiría el revanchismo social como un medio de catarsis y atracción de adeptos, de purga para un sistema considerado obsoleto. Había surgido un nuevo autoritarismo colectivo, un monstruo sin cabeza que intimidaba y generaba miedo a opinar.

 

Se verían múltiples ejemplos propios de la cultura de la cancelación, la vandalización de monumentos, el derribo de estatuas, la cancelación de obras cinematográficas y literarias, el ataque a profesores que no apoyaron la nueva corrección política. Se presionaría a organizaciones a despedir personas por sus comentarios, se lincharía en las redes sociales a cómicos, periodistas, profesores universitarios y artistas cuyas observaciones no encajaran con el wokismo.  La ira identitaria ya no se manifestaba con antorchas sino con el uso de los medios electrónicos, que tenían mucho mayor alcance.  En fin, se estaba erigiendo un nuevo fascismo intelectual y social contra la libertad de expresión.

La situación sería presa del linchamiento de un personaje animado de mediados del siglo XX, Pepe Le Pew, debido a que algunas personas veían conductas que podrían ser nocivas para los niños de la sociedad actual. O Speedy González por promover estereotipos raciales. También personajes como el Grinch, el Lorax y el Gato con sombrero, y otros que deberían descartarse porque contaban historias racistas o machistas.

Con una visión contraria se promovían personajes con nuevos valores como la marioneta Gonzo, un famoso personaje de un programa infantil mundialmente conocido, que había aceptado públicamente su homosexualidad. Se observaría también que en diversas series animadas para niños se incluía a personajes pertenecientes a la comunidad LGBT.

En medio de este nuevo escenario, al mismo tiempo que se impulsaba un discurso de integración global para derribar las fronteras, también se promovía el resentimiento racial y el separatismo territorial y cultural como una aparente respuesta a siglos de dominación y opresión.

Durante el desarrollo de la posmodernidad se había respaldado la idea de que nadie podía decidir sobre los valores de los demás, pero ahora se estaba viendo que esto aplicaba, siempre y cuando, correspondieran a los referentes mediáticos de los nuevos controladores políticos y sociales. Ya no se trataba sólo de que se respetaran y aceptaran las diferencias, ahora había que imponerlas y modificar los valores e ideas que otros tenían, como ha pasado tantas veces en la historia.

Parecía que volvíamos a lo mismo. Como en el pasado, los criterios no aplicaban a todos por igual y los valores serían aceptados, incluso impulsados, según el beneficio que propiciara o los aportes que hicieran a las ideologías emergentes o dominantes.

En un nuevo modelo que inicialmente propiciaba la tolerancia se fue acomodando la intolerancia. En las redes resaltaba el odio, la ofensa, las realidades a medias, la construcción de mentiras, las teorías de conspiración, las fake news o noticias falsas y la alteración de la verdad.

Con la cultura de la cancelación se irían acallando los pensamientos divergentes. Las pocas voces que se atrevía a disentir serían identificadas y perseguidas por los netsicarios quienes encendían el odio contra ellos y los señalaban como indeseables, parias y hasta vergüenza de la humanidad.  Pronto se daría un aparente silencio de la reflexión intelectual en las redes sociales, las discusiones inteligentes se reducirían o se harían en planos más privados, no sujetos a comentarios de odio y resentimiento.

 La famosa Paradoja de la tolerancia planteada por Popper que se resume que: En nombre de la tolerancia debíamos reclamar el derecho a no tolerar la intolerancia, fue ignorada.

La violencia verbal, emocional y psicológica sería aceptada como parte de la nueva realidad.  Los nuevos marcos legales no accionaban por temor a contrariar el derecho de la libre expresión y los derechos humanos de los ofensores.

Entre tanto, parecía hacerse realidad la predicción, que algunos atribuyen a Dostoyevsky: la tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles. 

El desánimo y el desinterés, así como el temor a los linchamientos mediáticos, marcaría la ausencia de la crítica.  La reflexión trascendente, si se atrevía a aparecer, sería blanco de feroces e irracionales ataques, en nombre de la tolerancia.

Modernidad y posmodernidad, un espejismo o una realidad humana. Había quienes añoraban las normativas y valores de antaño. Los detallados planos acompañados de precisas instrucciones que venían con la racional y taxonómica modernidad fueron sustituidos por los esbozos laberínticos de una posmodernidad indefinida, que podían llevar a cualquier parte, o a ninguna. Un futuro que inicialmente se había percibido promisorio se hacía cada vez más incierto y conflictivo.

La humanidad se encontraba prisionera en el carrusel de la posmodernidad, cuyos caballitos cabalgaban desbocadamente en desfigurados círculos extensibles, en un siglo de desequilibrada tolerancia que chocaba repetidamente con el azar, ante un caos que podía llevar a la destrucción de la estructura social que se había conocido.

Los cambios de posición entre los actores mostrarían la naturaleza humana que volvía a repetirse, el oprimido sería manipulado para convertirse en un destructivo e irreflexivo opresor. Se acrecentaría el odio entre los extremos políticos y cada grupo parecía ir asumiendo posturas de ira y rencor, en tanto que las visiones moderadas se hacían menos audibles.

Entre tanto, los verdaderos poseedores del poder económico y político seguían observando los acontecimientos, moviendo los hilos y tejiendo redes para adaptarse y sacar ventaja de las nuevas realidades.  Byung-Chul Han afirmaría que todo se convertía en mercancía, hasta las realidades inmateriales como el amor, la amistad y la pereza.

Ante un creciente fanatismo y conflicto de valores, una nueva decepción estaba cubriendo al mundo. Además de las aumentadas diferencias económicas se estaban ampliando las distinciones socioculturales, se creaba más violencia e irrespeto dentro de los individuos, las familias, los grupos sociales y hasta entre los gobiernos que vieron caer los postulados clásicos de la diplomacia.

La nueva realidad traía los riesgos de la asimetría moral de una progresiva cultura que estaba rompiendo con todos los patrones conocidos. Los extremos se estaban haciendo grotescos y de manera evidente promovían el odio. La libertad se estaba desparramando por los límites del sentido común. 

Una complejidad desoladora, intensificada por una agresiva pandemia, frustraba las inciertas redes de sueños y deseos en un tiempo y espacio incomprensibles.  Las personas se estaban quedando solas dentro de una multitud de likes, en espejismos momentáneos, sin trascendencia; en conflictos de identidad imbuidos en un metaverso con una realidad paralela, en medio de un escenario que amenazaba con una nueva y fundamentalista religión de odio, respaldada por una caza de brujas virtual que perseguía a los herejes y que se desvinculaba de lo verdaderamente importante.

Los logros alcanzados habían brindado esperanza. Los aportes positivos no podían perderse. Para mantenerlos se hacía necesario personas valientes, pero también sensatas que fueran capaces de revisar y fortalecer los valores sociales, familiares e individuales dentro de los cambios que eran ya parte del presente y lo serían también en el futuro.

Si se quería subsistir había que reflexionar sobre los criterios mínimos para la convivencia, revisar los parámetros para impedir caer en una vorágine social totalitaria que podría llevar a la destrucción de lo que somos o deberíamos ser: Seres humanos conscientes de un mundo materialista, permanentemente manipulado y crecientemente conflictivo.  Que demanda enfrentar serias amenazas climáticas, políticas, económicas y sociales, y debiera favorecer la satisfacción emocional, sicológica y física de sus habitantes.

Si algo había impulsado la posmodernidad, dentro de la agobiante complejidad y el caos, era la flexibilidad.  Se mantenían las oportunidades para deconstruir los procesos por medio de visiones creativas que buscaran la satisfacción del alma y del cuerpo, y promovieran el bienestar social e individual.

Sin duda la humanidad seguiría evolucionando dentro de una realidad en que lo único certero era el cambio, pero no se daría por vencida. En una distópica posmodernidad todo esto sonará a utopía. Pero como respondió Eduardo Galeano cuando le preguntaron:  ¿Para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.

 

Federico García Lorca había expresado hacía casi un siglo: El más terrible de los sentimientos es el de tener la esperanza perdida.

 

 febrero, 2022

 

 

 

domingo, 5 de junio de 2022

Entre alquimistas virtuales y chamanes resilientes

 


La embestida de la pandemia generó cambios irreversibles, vivencias que permitieron abrir la mente a nuevas posibilidades. Si algo es seguro es que cuando la tormenta viral ceda, no volveremos a ser los mismos.

Con la llegada de la tercera década del siglo XXI el tiempo y el espacio se retorcieron. Nos cercó una vorágine de fluctuaciones, contagios, miedos y desalientos que aminoraron el ritmo de algunas mentes y de muchos corazones.

Si ya transitábamos por una maltrecha autopista de incertidumbres añorando la ficticia estabilidad de la modernidad, ahora se confirmaba que las certezas no existían, que la complejidad y el caos eran parte de nuestro diario vivir. 

Entre tanto el mundo se escurría por las alcantarillas de la ignominia para dar paso a un nuevo planeta que se modificaba con un desgarrante cambio climático, turbulentas variaciones en los valores socioculturales y en acelerados avances tecnológicos.

En medio del confinamiento nos encontramos con la nariz pegada a la pantalla viendo las crecientes estadísticas mundiales de contagio y muerte.  Por un tiempo vivimos realidades ajenas hasta que nos tocó de cerca. Se contagiaron conocidos, amigos y parientes.  La tragedia teñía el mapa de rojo, en tanto que los deudos añoraban un último beso que se esfumaba en la oscuridad del alma.

Aprendimos a seguir a nuestra sombra y a veces a temerla porque no traía mascarilla. Algunos advirtieron que la gran luna roja, las cenizas volcánicas, los ríos de lava, las terribles tormentas, las inundaciones, las sequías y los grandes incendios, se sumaban a la pandemia como un aviso apocalíptico.  Pero a la par de las mágicas explicaciones también destacaban racionales verdades. Con pandemia o sin ella, el hambre seguía arremetiendo, persistían los eternos tambores de la guerra, la gente migraba y se ahogaba, no solo en los mares o por falta de aire, se ahogaba en un llanto silencioso. Y el doloroso manto de la realidad se posaba sobre un mundo cada vez más desamparado y polarizado.

A algunos los atraparon las paranoias o las teorías de la conspiración. A otros les sobraba tiempo para hacer dudar al ingenuo o hacer creer al incrédulo. Mientras unos trataban de huir de la terrible realidad, otros con sospechosas intenciones, tentaban al destino promoviendo discordia, confrontación y odio, logrando que a la enfermedad física se sumara otra pandemia que infectaba el alma.

En ese incierto panorama los docentes, cual soldaditos de plomo, nos vimos colocados en una inestable maqueta que nunca diseñamos. Entre recelos y dudas fuimos asimilando una ambigua realidad, intentamos entender el contexto, buscar referentes, sacudir nuestro intelecto y prepararnos para una marcha forzada.

Fuimos sitiados por un maremágnum de nuevos términos y tecnologías que modificaron nuestra estructura mental. Asimilamos nuevos formatos, aprendimos de plataformas virtuales y ahondamos en la enseñanza a distancia. A veces esto significó romper con dogmas, utilizar recursos antes rechazados o cambiar arraigadas técnicas docentes. Hubo quienes fueron literalmente arrastrados hacia el ordenador, ese oscuro objeto no necesariamente del deseo.  Y tuvieron que aprender a encenderlo, a escribir en el, a solicitar asistencia, a utilizar las redes sociales, en fin...

Observamos que los procesos de enseñanza podían hacerse desde sitios inciertos, que parecían temas para estudios metafísicos, pero luego llegamos a aprender y enseñar desde esos indefinidos y atemporales espacios. La necesidad y la época nos obligó a embarcamos en una fantástica travesía cual navegantes en un túnel del tiempo. Entre tanta novedad y elementos que debimos mezclar, llegamos a sentirnos unos alquimistas virtuales.

Pero pronto un socavón nos regresaría a la realidad. Los aprendices de alquimistas tuvimos que enfrentar pantallas silentes, que mostraban rígidas fotos o emojis sustituyendo los rostros de lo que antes fueron jóvenes sonrientes y activos. Nos volvimos disertantes de lo absurdo sin un público interlocutor, en condenados confesos de una época a la que no pertenecíamos. Llegamos a sentirnos frustrados héroes del silencio entre las mudas persianas de inciertas plataformas. Y la nostalgia pasó a formar parte del imaginario generacional que se difuminaba en un tiempo que ya no existía. 

Y entonces captamos que no sólo se trataba de lo tecnológico. La humanidad tenía afectada su propia humanidad. La incertidumbre, el temor, las conductas inciertas también eran variables de estudio.

Nos vimos obligados a enfrentar la angustia del encierro, el cambio de patrones laborales, los nuevos regímenes de estudio, los cambios de humor y los bajones de ánimo. Y todo esto dentro de un escenario en que la muerte, sin discriminaciones, se hacía irremediablemente cotidiana.  

Algunos aprendimos a ser más tolerantes, a desentrañar largos silencios, a entender las privaciones físicas y emocionales no sólo de nuestros alumnos, también de nosotros mismos.  Y luego, pretenciosos o ignorantes, intentamos iniciarnos como chamanes de la adversidad y contribuir a restaurar descascarados alientos.

En ocasiones la docencia pudo convertirse en bálsamo para menguar la ansiedad y vencer a la angustia. Tratamos de contagiar el virus de la resiliencia y de vacunar contra la inconsistencia, a veces se necesitaron varias dosis, aunque algunos no se inmunizaron. Y como buenos aprendices, todavía mantenemos una permanente limpia para el desaliento.

Seguimos ahondando para hacer más acogedor el espacio virtual, para mantener la atención sin contacto visual, promover el aprendizaje colaborativo en redes, estimular la convivencia y desarrollar el pensamiento empático a distancia.  Buscamos enfrentar la dispersión de la atención y asimilarla como una realidad intermitente.

Pero también entendimos que estamos ante una responsabilidad compartida, un camino de doble vía entre estudiantes y docentes.  Las redes, las plataformas, la educación a distancia, las nuevas tecnologías, incluso la percepción del tiempo, han sido parte del pentagrama para que un contrapunto de voces encontradas pueda sonar al unísono, pero para ello todos deben querer cantar.

No dejamos de extrañar el contacto del calor humano. Hay nostalgia por el espacio en el aula, por las plazas, por los árboles y por las charlas acompañadas de un café. Y es que el espacio físico, más que un lugar para la formación era un medio para relacionarnos, para crecer, reír y compartir.  A veces, entre sueños, volvemos para cargar de energía a nuestro espíritu.

La embestida de la pandemia generó cambios irreversibles, vivencias que permitieron abrir la mente a nuevas posibilidades. Si algo es seguro es que cuando la tormenta viral ceda, no volveremos a ser los mismos.

En la pospandemia se presentarán múltiples opciones, quizás prevalecerá un híbrido que capte lo mejor de cada modelo y experiencia.  Habrá clases presenciales, pero también procesos virtuales. Surgirán otras oportunidades para continuar con el autoaprendizaje asistido, con el uso de plataformas y recursos sincrónicos y asincrónicos. Los mecanismos de enseñanza y evaluación se irán acoplando con el tipo de disciplinas o materias, y se adaptarán a nuevas realidades y escenarios.

El lienzo académico seguirá lleno de vetas y discrepancias y todavía tendrá muchos vacíos. Y aunque poco a poco se ha ido cubriendo de texturas y se agregan constantemente nuevos colores y matices, seguirán surgiendo tonalidades y transparencias para hacer encajar criterios divergentes. En medio de las nuevas complejidades y de las realidades inesperadas, será posible aportar para seguir con una obra inconclusa.  

Ojalá que la oportunidad que ha brindado esta terrible crisis y la creciente madurez intelectual y emocional que hemos alcanzado, nos ayuden a pintar un futuro capaz de superar dogmas, posturas y confrontaciones históricas e impulsar una evolución académica que responda, efectivamente, al incierto futuro de un mundo diferente.

viernes, 29 de abril de 2022

Una universidad a la deriva


La USAC está metida en un tremendo embrollo lleno de intrigas, dimes y diretes, en el que cualquiera que llegue, tendrá una victoria a medias y la universidad será la perdedora.

Por informaciones de miembros del Consejo me he enterado de que se rechazaron varias impugnaciones por errores de redacción, lo que hace reflexionar sobre las prioridades que se está dando a los procesos legales.

Es muy sospechoso que se hayan anulado los procesos de elección de siete cuerpos electorales. Y es aquí donde entran varias preguntas adicionales, ¿la anulación de estos procesos realmente obedece a criterios legales o son únicamente reacciones a intereses políticos para favorecer a un candidato? Señalo esto, porque según entiendo, para algunos casos, sí existen elementos legales que considerar, por ejemplo, la norma es muy clara: para realizar una elección la junta directiva de la facultad debe tener un quórum mínimo, si esto no se cumple, simple y sencillamente la elección no es válida. Ha sido así desde que la norma existe y es suficiente motivo para anular el proceso eleccionario. Tratar de doblar una norma instituida, también es cuestionable, pero habría que establecer si es este realmente el caso o sólo es lo que se ha hecho creer.

Por otra parte, ¿qué pasó con las elecciones de los cuerpos profesionales? ¿Por qué no se resolvieron a tiempo varios procesos eleccionarios de los colegios? ¿Es verdad que cinco colegios no pudieron completar el trámite o hay algo mas que no se ha dicho?

El asunto central es que las crecientes protestas impidieron que las elecciones se realizaran el 27 de abril. Estamos en una incertidumbre total. En un compás de espera, pero también, en un momento que presenta nuevas perspectivas. Un lapso que debería incitarnos a reflexionar sobre lo que es más conveniente para nuestra universidad.

Y es que debemos estar conscientes de que hemos entrado en un proceso de confrontación desmedido. Los dos candidatos con mayores posibilidades son de extremos políticos, de procedencias diferentes y características distintas. Las motivaciones que los llevaron a participar son coyunturales o desconocidas. Si cualquiera de los dos es electo va a generar un mayor distanciamiento entre los universitarios y una pugna permanente, que ya no necesitamos en nuestra universidad, que puede seguir empantanada por los bloques de resistencia que seguramente se generarán.

Quizás como una muestra de madurez política e identidad hacia la USAC, los candidatos deberían renunciar y mostrar su sensatez y buena fe. Esto permitiría formular perfiles académicos para posibles candidatos. Son los cuerpos electorales los que ahora tienen el poder de retomar la dirección de la universidad.

Por eso considero que se ha abierto una oportunidad que no teníamos hace tres días y esto incluye las revisiones objetivas de los siete cuerpos que fueron aislados del proceso. Es momento de retomar el camino, de revisar nuestras posibilidades y buscar candidatos de consenso con mayores posibilidades de salir airosos en una gestión rectoral.

Sé que no es fácil, que depende de los valores y la voluntad política de los electores. Pero ahora podrían definir un perfil para el cargo de rector y buscar nuevas opciones. Para ello se necesita alejarse de actitudes confrontativas, intereses individuales o sectarios y superar las posturas dogmáticas. Solo así se podrán propiciar acciones conciliatorias que busquen un candidato que llene los criterios académicos, administrativos y políticos que la universidad de hoy necesita.

Entre los universitarios hay personas de altos kilates que se han separado de la política universitaria por las razones que han originado la crisis que hoy abordamos, pero que, podrían ayudarnos a resolver el dilema en el que la universidad se encuentra y plantear un plan integral participativo de desarrollo, que conduzca a un compromiso para alcanzar la ansiada pero interrumpida reforma universitaria.


Cuadro en proceso de revisión

 


miércoles, 12 de enero de 2022

ETICA PARA AMADOR, de Fernando Savater (resumen)

Introducción

Por Byron Rabe

 

El autor trata de simplificar un panorama complejo lleno de contradicciones y ambigüedades, que en suma lo que persiguen es que el lector piense que en el tema de la ética y ejerza su capacidad de elegir de acuerdo con sus propias creencias.   Con un leguaje simple dirigido a adolescentes presenta una serie de criterios que orientan el accionar ético tratando de diferenciarlo de lo propiamente moral, aunque es evidente que no logra desligarse de esto porque ética y moral están intrínsecamente relacionadas. 

Se refiere a las cosas que nos convienen, a las que solemos llamarles buenas y a las que nos sientan mal que tildamos de malas.   Esto constituye un criterio, de que es bueno aquello que me beneficia, siempre y cuando no haga mal a los demás. 

Savater considera que el hombre a diferencia de los animales es un ser racional al que se le da la opción de elegir y por lo tanto de equivocarse.  Sin embargo, hace énfasis en que no somos libres de elegir lo que nos pasa sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo, así como, que el ser libres para intentar algo no necesariamente significa que vayamos a lograrlo, pero vale la pena escoger nuestro propio camino.

A veces son las circunstancias las que nos obligan a elegir y la decisión a tomar puede deberse a diferentes criterios, generalmente relacionados con nuestros propios valores y cultura, pero también a las motivaciones como las órdenes, que pueden convertirse en un escudo para protegernos de decisiones en las que siempre tendremos responsabilidad, o las costumbres que no necesariamente son correctas o bien los simples caprichos.  Al final sólo yo soy el responsable de mis acciones y nadie puede dispensarme de elegir y afrontar las consecuencias de mi elección.  En cualquier caso las consecuencias de cada decisión deben ser evaluadas detenidamente, lo que no es necesariamente ético, ya que nuestras acciones deben obedecer más a principios, que al temor a las consecuencias.  En este caso estaremos actuando más por criterios morales o legales, que por la ética personal.

Una diferencia sustancial con los criterios tradicionales de la ética fundamentada en la religión es que Savater plantea como parte del desarrollo humano tener la capacidad de darse la buena vida, de cumplir con las aspiraciones personales, de escoger el propio camino, de disfrutar del cuerpo y del medio, de atreverse a ser feliz.   El egoísmo puede ser bueno si está en función del desarrollo del ego, del logro propio; si no es concebido en los términos tradicionales de mezquindad y aislamiento.  De cualquier manera, es claro que el ser humano necesita estar bien consigo mismo para poder estar bien con los demás.

Otro aspecto es que las cosas que tenemos también nos tienen a nosotros.  De las cosas sólo pueden sacarse cosas.  Y si bien lo material puede darnos una buena vida sólo la interrelación humana puede darnos lo que realmente importa, podemos tener mucho y no lograr la felicidad por la soledad en que nos encontramos.  No necesitamos apoyarnos en cosas de afuera, que no tienen nada que ver con lo que realmente somos y necesitamos.  El accionar ético es una actitud, un principio de vida.  

El criterio que manifiesta el autor de hacer lo que se quiera no se refiere a hacer lo que se me da la gana sin considerar los efectos que nuestras acciones puedan tener ante los demás.  Hacer lo que se quiere significa escoger nuestro propio camino, tener presentes nuestros deseos con el objetivo de ser felices, pero considerando la situación de los demás.  Lo que a la larga puede significar fortalecer esa misma felicidad.  Esto, de nuevo, dependerá de los valores propios y del contexto en que cada ser humano se haya desarrollado. 

A muchas personas esos planteamientos pueden ofenderles por que su contexto y oportunidades les han sido totalmente desfavorable y sus valores pueden responder a esos mismos escenarios por lo que sus valores pueden ser muy diferentes.  Lo que yo necesito, o lo que es bueno para mi no necesariamente es bueno para otros.  Por ejemplo es común que algunos hagan daño a otros o cometan evidentes delitos, pero no los entiendan de esa manera.  Estas personas pueden justificarse y defender su actuar en función de su propia circunstancia o necesidad de sobrevivencia, además debe considerarse que puede ser que esta conducta sea la única que conozcan.

Al estilo de Gardner, podríamos hablar de una inteligencia ética, esa capacidad que traen ciertas personas para actuar en correspondencia con los valores que favorecen la convivencia, la paz y el desarrollo integral, de ser congruentes con las necesidades generales, y de enfocarse hacia el bien común.  

También podríamos hablar de procesos basados en experiencias y vivencias, de haber superado obstáculos, de haber transitado por los distintos niveles de satisfacción, explicados en la famosa pirámide de Maslow, en la que en cada nivel la valoración de los criterios éticos podría variar, según las necesidades, el contexto y las experiencias.

La carga de nuestras decisiones es sólo nuestra.  La incidencia de los valores morales y religiosos no definen totalmente nuestro accionar, cada uno decide el camino a seguir y no puede responsabilizar a nadie más. 

A continuación  comparto un resumen sobre lo que consideré más relevante de esta obra de gran valor para iniciar el estudio sobre el tema.


RESUMEN

 

1. De qué va la ética

Entre todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de que ciertas cosas nos convienen y otras no si queremos seguir viviendo. De modo que a lo que nos conviene solemos llamarlo «bueno» porque nos sienta bien; otras, en cambio, nos sientan mal y a eso lo llamamos «malo». Saber lo que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un conocimiento que todos intentamos adquirir.

En lo único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de acuerdo con todos.

Libertad. Los animales no tienen más remedio que ser tal como son y hacer lo que están programados naturalmente para hacer. No se les puede reprochar que lo hagan ni aplaudirles por ello porque no saben comportarse de otro modo. En cierta medida, los hombres también estamos programados por la naturaleza. Por mucha programación biológica o cultural que tengamos, los hombres siempre podemos optar finalmente por algo que no esté en el programa. Podemos decir «sí» o «no», quiero o no quiero.

Es cierto que no estamos obligados a querer hacer una sola cosa. Y aquí conviene señalar dos aclaraciones respecto a la libertad: Primera: No somos libres de elegir lo que nos pasa sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo. Segunda: Ser libres para intentar algo no tiene nada que ver con lograrlo indefectiblemente. No es lo mismo la libertad (que consiste en elegir dentro de lo posible) que la omnipotencia (que sería conseguir siempre lo que uno quiere, aunque pareciese imposible). Por ello, cuanta más capacidad de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener de nuestra libertad.

Uno puede considerar que optar libremente por ciertas cosas en ciertas circunstancias es muy difícil y que es mejor decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se prefiere lo más fácil.  De modo que parece prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres, es a lo que llaman ética.

 

2. Ordenes, costumbres y caprichos

No siempre está claro qué cosas son las que nos convienen. Aunque no podamos elegir lo que nos pasa, podemos en cambio elegir lo que hacer frente a lo que nos pasa. Cuando vamos a hacer algo, lo hacemos porque preferimos hacer eso a hacer otra cosa, o porque preferimos hacerlo a no hacerlo.

Por lo general, uno no se pasa la vida dando vueltas a lo que nos conviene o no nos conviene hacer. Si vamos a ser sinceros, tendremos que reconocer que la mayoría de nuestros actos los hacemos casi automáticamente, sin darle demasiadas vueltas al asunto has actuado de manera casi instintiva, sin plantearte muchos problemas. En el fondo resulta lo más cómodo y lo más eficaz. A veces darle demasiadas vueltas a lo que uno va a hacer nos paraliza.

Motivo: es la razón que tienes o al menos crees tener para hacer algo, la explicación más aceptable de tu conducta cuando reflexionas un poco sobre ella. En una palabra: la mejor respuesta que se te ocurre a la pregunta «¿por qué hago eso?». Pues bien, uno de los tipos de motivación que reconoces es el de que yo te mando que hagas tal o cual cosa. A estos motivos les llamaremos órdenes. En otras ocasiones el motivo es que sueles hacer siempre ese mismo gesto y ya lo repites casi sin pensar, o también el ver que a tu alrededor todo el mundo se comporta así habitualmente: llamaremos costumbres a este juego de motivos. En otros casos el motivo parece ser la ausencia de motivo, el que te apetece sin más, la pura gana. ¿Estás de acuerdo en que llamemos caprichos al por qué de estos comportamientos?

Cada uno de esos motivos inclina tu conducta en una dirección u otra, explica más o menos tu preferencia por hacer lo que haces frente a las otras muchas cosas que podrías hacer.  Las órdenes, por ejemplo, sacan su fuerza, en parte, del miedo que puedes tener a las represalias. Las costumbres, en cambio, vienen más bien de la comodidad de seguir la rutina en ciertas ocasiones y también de tu interés de no contrariar a los otros, es decir de la presión de los demás.  Las órdenes y las costumbres tienen una cosa en común: parece que vienen de fuera, que se te imponen sin pedirte permiso. En cambio, los caprichos te salen de dentro, brotan espontáneamente sin que nadie te los mande ni creas imitar.

 

3. Haz lo que quieras

La mayoría de las cosas las hacemos porque nos las mandan, porque se acostumbra a hacerlas así, porque son un medio para conseguir lo que queremos o sencillamente porque nos da la ventolera o el capricho de hacerlas, así, sin más ni más. Esto tiene que ver con la cuestión de la libertad, que es el asunto del que se ocupa propiamente la ética Libertad es poder decir «sí» o «no»; lo hago o no lo hago, digan lo que digan; esto me conviene y lo quiero, aquello no me conviene y por tanto no lo quiero.  Libertad es decidir, pero también,  darte cuenta de que estás decidiendo. Lo más opuesto a dejarse llevar, como podrás comprender. Y para no dejarte llevar no tienes más remedio que intentar pensar al menos dos veces lo que vas a hacer. La primera vez que piensas el motivo de tu acción la respuesta a la pregunta «¿por qué hago esto?» lo hago por que me lo mandan, porque es costumbre hacerlo, porque me da la gana. Pero si lo piensas por segunda vez, la cosa ya varía. Esto lo hago porque me lo mandan, pero... ¿por qué obedezco lo que me mandan? ¿por miedo al castigo?, ¿por esperanza de un premio?, ¿no estoy entonces como esclavizado por quien me manda? Si obedezco porque quien da las órdenes sabe más que yo, ¿no sería aconsejable que procurara informarme lo suficiente para decidir por mí mismo? ¿Y si me mandan cosas que no me parecen convenientes, como cuando le ordenaron al comandante nazi eliminar a los judíos del campo de concentración? ¿Acaso no puede ser algo «malo» --es decir, no conveniente para mí-- por mucho que me lo manden, o «bueno» y conveniente aunque nadie me lo ordene?

Lo mismo sucede respecto a las costumbres. Si no pienso lo que hago más que una vez, quizá me baste la respuesta de que actúo así «porque es costumbre». Y cuando me interrogo por segunda vez sobre mis caprichos, el resultado es parecido. Muchas veces tengo ganas de hacer cosas que en seguida se vuelven contra mí, de las que me arrepiento luego. En asuntos sin importancia el capricho puede ser aceptable, pero cuando se trata de cosas más serias dejarme llevar por él, sin reflexionar si se trata de un capricho conveniente o inconveniente, puede resultar muy poco aconsejable, hasta peligroso.

Nadie puede ser libre en mi lugar, es decir: nadie puede dispensarme de elegir y de buscar por mí mismo.

No habrá más remedio, para ser hombres y no borregos que pensar dos veces lo que hacemos. Y si me apuras, hasta tres y cuatro veces en ocasiones señaladas.

La palabra «moral» etimológicamente tiene que ver con las costumbres, pues eso precisamente es lo que significa la voz latina: mores, y también con las órdenes, pues la mayoría de los preceptos morales suenan así como «debes hacer tal cosa» o «ni se te ocurra hacer tal otra». Sin embargo, hay costumbres órdenes que pueden ser malas, o sea «inmorales», por muy ordenadas y acostumbradas que se nos presenten. Si queremos profundizar en la moral de verdad, si queremos aprender en serio cómo emplear bien la libertad que tenemos, más vale dejarse de órdenes, costumbres y caprichos. Lo primero que hay que dejar claro es que la ética de un hombre libre nada tiene que ver con los castigos ni los premios repartidos por la autoridad que sea, autoridad humana o divina, para el caso es igual. El que no hace más que huir del castigo y buscar la recompensa que dispensan otros, según normas establecidas por ellos, no es mejor que un pobre esclavo.

«Moral» es el conjunto de comportamientos y normas que tú, yo y algunos de quienes nos rodean solemos aceptar como válidos; «ética» es la reflexión sobre por qué los consideramos válidos y la comparación con otras «morales»que tienen personas diferentes.

 

4. Date la buena vida

No le preguntes a nadie qué es lo que debes hacer con tu vida: Pregúntatelo a ti mismo. Si deseas saber en qué puedes emplear mejor tu libertad, no la pierdas poniéndote ya desde el principio al servicio de otro o de otros, por buenos, sabios y respetables que sean: interroga sobre el uso de tu libertad... a la libertad misma.

«Haz lo que quieras» no es más que una forma de decirte que te tomes en serio el problema de tu libertad, lo de que nadie puede dispensarte de la responsabilidad creadora de escoger tu camino.  Una cosa es que hagas «lo que quieras» y otra bien distinta que hagas «lo primero que te venga en gana». Si te digo que hagas lo que quieras, lo primero que parece oportuno hacer es que pienses con detenimiento y a fondo qué es lo que quieres.

Muy pocas cosas conservan su gracia en la soledad; y si la soledad es completa y definitiva, todas las cosas se amargan irremediablemente. La buena vida humana es buena vida entre seres humanos o de lo contrario puede que ser vida pero no será ni buena ni humana.  El hombre no es solamente una realidad natural sino también una realidad cultural. No hay humanidad sin aprendizaje cultural y para empezar sin la base de toda cultura, el lenguaje.  Pero nadie puede aprender a hablar por sí solo porque el lenguaje no es una función natural y biológica del hombre sino una creación cultural que heredamos y aprendemos de otros hombres.

Por eso hablar a alguien y escucharle es tratarle como a una persona, por lo menos empezar a darle un trato humano. Es sólo un primer paso, desde luego, porque la cultura dentro de la cual nos humanizamos unos a otros parte del lenguaje pero no es simplemente lenguaje. Hay otras formas de demostrar que nos reconocemos como humanos, es decir, estilos de respeto y de miramientos humanizadores que tenemos unos para con otros. Todos queremos que se nos trate así y si no, protestamos. Lo más importante de todo esto: la humanización es un proceso recíproco . Para que los demás puedan hacerme humano, tengo yo que hacerles humanos a ellos; si para mí todos son como cosas o como bestias, yo no seré mejor que una cosa o una bestia tampoco. Por eso darse la buena vida no puede ser algo muy distinto a fin de cuentas de dar la buena vida.

 

5. ¡Despierta, baby!

La vida  es complejidad y casi siempre complicaciones. La verdad es que las cosas que tenemos nos tienen ellas también a nosotros en contrapartida: lo que poseemos nos posee.

Cuando tratamos a los demás como cosas, lo que recibimos de ellos son también cosas: al estrujarlos sueltan dinero, nos sirven, salen, entran, se frotan contra nosotros o sonríen cuando apretamos el debido botón... Pero de este modo nunca nos darán esos dones más sutiles que sólo las personas pueden dar. No conseguiremos así ni amistad, ni respeto, ni mucho menos amor. Ninguna cosa puede brindarnos esa amistad, respeto, amor... en resumen, esa complicidad fundamental que sólo se da entre iguales y que a ti o a mí que somos personas, no nos pueden ofrecer más que otras personas a las que tratemos como a tales. Lo del trato es importante, porque ya hemos dicho que los humanos nos humanizamos unos a otros.

Al no convertir a los otros en cosas defendemos por lo menos nuestro derecho a no ser cosas para los otros. A las cosas hay que manejarlas como a cosas y a las personas hay que tratarlas como personas: de este modo las cosas nos ayudarán en muchos aspectos y las personas en uno fundamental, que ninguna cosa puede suplir, el de ser humanos.

Se puede ser listo para los negocios o para la política y un solemne borrico para cosas más serias como lo de vivir bien o no.  Te repito una palabra que me parece crucial papa este asunto: atención. No me refiero a la atención del búho, sino a la disposición a reflexionar sobre lo que se hace y a intentar precisar lo mejor posible el sentido de esa «buena vida» que queremos vivir. Yo creo que la primera e indispensable condición ética es la de estar decididos a vivir de cualquier modo: estar convencido de que no todo da igual aunque antes o después vayamos a morirnos. Cuando se habla de «moral» la gente suele referirse a esas órdenes y costumbres que suelen respetarse por lo menos aparentemente y a veces sin saber muy bien por qué. Pero quizá el verdadero intríngulis no esté en someterse a un código o en llevar la contraria a lo establecido sino en intentar comprender, por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros no, comprender de qué va la vida y qué es lo que puede hacerla «buena» para nosotros los humanos. Ante todo, nada de contentarse con ser tenido por bueno, con quedar bien ante los demás, con que nos den aprobado. Pero el esfuerzo de tomar la decisión tiene que hacerlo cada cual en solitario: nadie puede ser libre por ti.

 

6. Aparece pepito grillo

¿Sabes cuál es la única obligación que tenemos en esta vida? Pues no ser imbéciles. La palabra «imbécil» es más sustanciosa de lo que parece, no te vayas a creer. Viene del latín baculus que significa «bastón»: el imbécil es el que necesita bastón para caminar. El imbécil puede ser todo lo ágil que se quiera y dar brincos como una gacela olímpica, no se trata de eso. Si el imbécil cojea no es de los pies, sino del ánimo: es su espíritu el debilucho y cojitranco, aunque su cuerpo pegue unas volteretas de órdago. Hay imbéciles de varios modelos, a elegir:
a) El que cree que no quiere nada, el que dice que todo le da igual, el que vive en un perpetuo bostezo o en siesta permanente, aunque tenga los ojos abiertos y no ronque.
b) El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo contrario de lo que se le presenta: marcharse y quedarse, bailar y estar sentado, masticar ajos y dar besos sublimes, todo a la vez.
c) El que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo. Imita los quereres de sus vecinos o les lleva la contraria porque sí, todo lo que hace está dictado por la opinión mayoritaria de los que le rodean: es conformista sin reflexión o rebelde sin causa.
d) El que sabe que quiere y sabe lo que quiere y, más o menos, sabe por qué lo quiere pero lo quiere flojito, con miedo o con poca fuerza. A fin de cuentas, termina siempre haciendo lo que no quiere y dejando lo que quiere para mañana, a ver si entonces se encuentra más entonado.
e) El que quiere con fuerza y ferocidad, en plan bárbaro, pero se ha engañado a sí mismo sobre lo que es la realidad, se despista enormemente y termina confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle polvo.
Todos estos tipos de imbecilidad necesitan bastón, es decir, necesitan apoyarse en cosas de fuera, ajenas, que no tienen nada que ver con la libertad y la reflexión propias.

Conclusión: ¡alerta! ¡en guardia!, ¡la imbecilidad acecha y no perdona!

Lo contrario de ser moralmente imbécil es tener conciencia. Pero la conciencia no es algo que le toque a uno en una tómbola ni que nos caiga del cielo. Por supuesto, hay que reconocer que ciertas personas tienen desde pequeñas mejor «oído» ético que otras y un «buen gusto» moral espontáneo, pero este, «oído» y ese «buen gusto» pueden afirmarse y desarrollarse con la práctica

Admito que para lograr tener conciencia hacen falta algunas cualidades innatas, como para apreciar la música o disfrutar con el arte. Y supongo que también serán favorables ciertos requisitos sociales y económicos pues a quien se ha visto desde la cuna privado de lo humanamente más necesario es difícil exigirle la misma facilidad para comprender lo de la buena vida que a los que tuvieron mejor suerte. Si nadie te trata como humano, no es raro que vayas a lo bestia... Pero una vez concedido ese mínimo, creo que el resto depende de la atención y esfuerzo de cada cual. La conciencia que nos curará de la imbecilidad moral presenta los siguientes rasgos:
a) Saber que no todo da igual porque queremos realmente vivir y además vivir bien, humanamente bien. b) Estar dispuestos a fijarnos en si lo que hacemos corresponde a lo que de veras queremos o no. c) A base de práctica, ir desarrollando el buen gusto moral de tal modo que haya ciertas cosas que nos repugne espontáneamente hacer. d) Renunciar a buscar coartadas que disimulen que somos libres y por tanto razonablemente responsables de las consecuencias de nuestros actos.

Sólo deberíamos llamar egoísta consecuente al que sabe de verdad lo que le conviene para vivir bien y se esfuerza por conseguirlo. El que se harta de todo lo que le sienta mal (odio, caprichos criminales, lentejas compradas a precio de lágrimas, etc.) en el fondo quisiera ser egoísta pero no sabe. Pertenece al gremio de los imbéciles y habría que recetarle un poco de conciencia para que se amase mejor a sí mismo. Palabras como «culpa» o «responsable». Suenan a lo que habitualmente se relaciona con la conciencia.

Y es que, al actuar mal y darnos cuenta de ello comprendemos que ya estamos siendo castigados, que nos hemos estropeado a nosotros mismos voluntariamente. No hay peor castigo que darse cuenta de que uno está boicoteando con sus actos lo que en realidad quiere ser...

¿Que de dónde vienen los remordimientos? Para mí está muy claro: de nuestra libertad. Si no fuésemos libres, no podríamos sentirnos culpables (ni orgullosos, claro) de nada y evitaríamos los remordimientos. Por eso cuando sabemos que hemos hecho algo vergonzoso procuramos asegurar que no tuvimos otro remedio que obrar así, que no pudimos elegir: «yo cumplí órdenes de mis superiores», «vi que todo el mundo hacía lo mismo», «perdí la cabeza», «es más fuerte que yo», «no me di cuenta de lo que hacía», etcétera.

De modo que lo que llamamos «remordimiento» no es más que el descontento que sentimos con nosotros mismos cuando hemos empleado mal la libertad, es decir, cuando la hemos utilizado en contradicción con lo que de veras queremos como seres humanos. Ser responsable es saberse auténticamente libre, para bien y para mal.  Responsabilidad es saber que cada uno de mis actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando. Al elegir lo que quiero hacer voy transformándome poco a poco. Todas mis decisiones dejan huella en mí mismo antes de dejarla en el mundo que me rodea.

 

7. Ponte en su lugar

Lo que a la ética le interesa, lo que constituye su especialidad, es cómo vivir bien la vida humana, la vida que transcurre entre humanos.

Ya que el vínculo de respeto y amistad con los otros humanos es lo más precioso del mundo para mí, que también lo soy, cuando me las vea con ellos debo tener principal interés en resguardarlo y hasta mimarlo, si me apuras un poco. Pero tenía bastante claras dos cosas que me parecen muy importantes:

Primera: que quien roba, miente, traiciona, viola, mata o abusa de cualquier modo de uno no por ello deja de ser humano.  Y quien «ha llegado» a ser algo detestable como sigue siendo humano aún puede volver a transformarse de nuevo en lo más conveniente para nosotros, lo más imprescindible...

Segunda: Una de las características principales de todos los humanos es nuestra capacidad de imitación. La mayor parte de nuestro comportamiento y de nuestros gustos la copiamos de los demás. Por eso somos tan educables y vamos aprendiendo sin cesar los logros que conquistaron otras personas en tiempos pasados o latitudes remotas. En todo lo que llamamos « civilización», «cultura», etc., hay un poco de invención y muchísimo de imitación. Si no fuésemos tan copiones, constantemente cada hombre debería empezarlo todo desde cero.

Ahora bien: si cuanto más feliz y alegre se siente alguien menos ganas tendrá de ser malo. El que colabora en la desdicha ajena o no hace nada para ponerle remedio... se la está buscando. tratar a los semejantes como enemigos (o como víctimas) puede parecer ventajoso.

¿en qué consiste tratar a las personas como a personas, es decir, humanamente? Respuesta: consiste en que intentes ponerte en su lugar. Reconocer a alguien como semejante implica sobre todo la posibilidad de comprenderle desde dentro, de adoptar por un momento su propio punto de vista.  Ponerse en el lugar de otro es algo más que el comienzo de toda comunicación simbólica con él: se trata de tomar en cuenta sus derechos. Y cuando los derechos faltan, hay que comprender sus razones.

Lo mismo que nadie puede ser libre en tu lugar, también es cierto que nadie puede ser justo por ti si tú no te das cuenta de que debes serlo para vivir bien. Para entender del todo lo que el otro puede esperar de ti no hay más remedio que amarle un poco, aunque no sea más que amarle sólo porque también es humano... y ese pequeño pero importantísimo amor ninguna ley instituida puede imponerlo. Quien vive bien debe ser capaz de una justicia simpática, o de una compasión justa.

 

8. Tanto Gusto

Cuando la gente habla de «moral» y sobre todo de «inmoralidad», el ochenta por ciento de las veces el sermón trata de algo referente al sexo.  El que de veras esta «malo» es quien cree que hay algo de malo en disfrutar... No sólo es que «tenemos» en cuerpo, como suele decirse (casi con resignación), sino que somos un cuerpo, sin cuya satisfacción y bienestar no hay vida buena que valga. El que se avergüenza de las capacidades gozosas de su cuerpo es tan bobo como el que se avergüenza de haberse aprendido la tabla de multiplicar.

Todo puede llegar a sentar mal o servir para hacer el mal, pero nada es malo sólo por el hecho de que le dé gusto hacerlo. A los calumniadores profesionales del placer se les llama «puritanos». El puritano cree que cuando uno vive bien tiene que pasarlo mal y que cuando uno lo pasa mal es porque está viviendo bien. Por supuesto, los puritanos se consideran la gente más «moral» del mundo y además guardianes de la moralidad de sus vecinos.

La diferencia entre el «uso» y el «abuso» es precisamente ésa: cuando usas un placer, enriqueces tu vida y no sólo el placer sino que la vida misma te gusta cada vez más; es señal de que estás abusando el notar que el placer te va empobreciendo la vida y que ya no te interesa la vida sino sólo ese particular placer. O sea que el placer ya no es un ingrediente agradable de la plenitud de la vida, sino un refugio para escapar de la vida, para esconderte de ella y calumniarla mejor...

Todo cuanto lleva a la alegría tiene justificación (al menos desde un punto de vista, aunque no sea absoluto) y todo lo que nos aleja sin remedio de la alegría es un camino equivocado.  Quien tiene alegría ya ha recibido el premio máximo y no echa de menos nada; quien no tiene alegría --por sabio guapo, sano, rico poderoso, santo, etc., que sea-- es un miserable que carece de lo más importante. Pues bien, escucha: el placer es estupendo y deseable cuando sabemos ponerlo al servicio de la alegría, pero no cuando la enturbia o la compromete. El límite negativo del placer no es el dolor, ni siquiera la muerte, sino la alegría: en cuanto empezamos a perderla por determinado deleite, seguro que estamos disfrutando con lo que no nos conviene.

Al arte de poner el placer al servicio de la alegría es decir, a la virtud que sabe no ir a caer del gusto en el disgusto, se le suele llamar desde tiempos antiguos templanza. la templanza es amistad inteligente con lo que nos hace disfrutar. A quien te diga que los placeres son «egoístas» porque siempre hay alguien sufriendo mientras tú gozas, le respondes que es bueno ayudar al otro en lo posible a dejar de sufrir, pero que es malsano sentir remordimientos por no estar en ese momento sufriendo también o por estar disfrutando como el otro quisiera poder disfrutar.

 

9. Elecciones Generales

Para lo único que sirve la ética es para intentar mejorarse a uno mismo, no para reprender elocuentemente al vecino; y lo único seguro que sabe la ética es que el vecino, tú, yo y los demás estamos todos hechos artesanalmente, de uno en uno, con amorosa diferencia.

Las sociedades igualitarias, es decir, democráticas, son muy poco caritativas con quienes escapan a la media por encima o por abajo: al que sobresale, apetece apedrearle, al que se va al fondo, se le pisa sin remordimiento. Por otra parte, los políticos suelen estar dispuestos a hacer más promesas de las que sabrían o querrían cumplir.  Su clientela se lo exige (quien no exagera las posibilidades del futuro ante sus electores y no hace mayor énfasis en las dificultades que en las ilusiones, pronto se queda solo.

La ética es el arte de elegir lo que más nos conviene y vivir lo mejor posible; el objetivo de la política es el de organizar lo mejor posible la convivencia social, de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene. Como nadie vive aislado, cualquiera que tenga la preocupación ética de vivir bien no puede desentenderse olímpicamente de la política.

Sin embargo, tampoco faltan las diferencias importantes entre ética y política. Para empezar, la ética se ocupa de lo que uno mismo (tú, yo o cualquiera) hace con su libertad, mientras que la política intenta coordinar de la manera más provechosa para el conjunto lo que muchos hacen con sus libertades. En la ética, lo importante es querer bien, porque no se trata más que de lo que cada cual hace porque quiere. Para la política, en cambio, lo que cuentan son los resultados de las acciones, que se haga.  El político intentará presionar con los medios a su alcance --incluida la fuerza-- para obtener ciertos resultados y evitar otros.

Desde un punto de vista ético, es decir, desde la perspectiva de lo que conviene para la vida buena, ¿cómo será la organización política preferible, aquella que hay que esforzarse por conseguir y defender? Si repasas un poco lo que hemos venido diciendo hasta aquí ciertos aspectos de ese ideal se te ocurrirán en cuanto reflexiones con atención sobre el asunto:

a) Como todo el proyecto ético parte de la libertad, sin la cual no hay vida buena que valga, el sistema político deseable tendrá que respetar al máximo las facetas públicas de la libertad humana: la libertad de reunirse o de separarse de otros, la de expresar las opiniones y la de inventar belleza o ciencia, la de trabajar de acuerdo con la propia vocación o interés, la de intervenir en los asuntos públicos, la de trasladarse o instalarse en un lugar, la libertad de elegir los propios goces de cuerpo y de alma, etc. Abstenerse dictaduras, sobre todo las que son «por nuestro bien». Nuestro mayor bien es ser libres.

b) Principio básico de la vida buena, es decir: ser capaces de ponernos en el lugar de nuestros semejantes y de relativizar nuestros intereses para armonizarlos con los suyos. Si prefieres decirlo de otro modo, se trata de aprender a considerar los intereses del otro como si fuesen tuyos y los tuyos como si fuesen de otro. A esta virtud se le llama justicia y no puede haber régimen político decente que no pretenda, por medio de leyes e instituciones, fomentar la justicia entre los miembros de la sociedad. La única razón para limitar la libertad de los individuos cuando sea indispensable hacerlo es impedir, incluso por la fuerza si no hubiera otra manera, que traten a sus semejantes como si no lo fueran, o sea que los traten como a juguetes, a bestias de carga, a simples herramientas, a seres inferiores, etc. A la condición que puede exigir cada humano de ser tratado como semejante a los demás, sea cual fuere su sexo, color de piel ideas o gustos, etc., se le llama dignidad.

c) La experiencia de la vida nos revela en carne propia, incluso a los más afortunados, la realidad del sufrimiento. Tomarse al otro en serio, poniéndonos en su lugar, consiste no sólo en reconocer su dignidad de semejante sino también en simpatizar con sus dolores, con las desdichas que por error propio, accidente fortuito o necesidad biológica le afligen, como antes o después pueden afligirnos a todos. Una comunidad política deseable tiene que garantizar dentro de lo posible la asistencia comunitaria a los que sufren y la ayuda a los que por cualquier razón menos pueden ayudarse a sí mismos. Lo difícil es lograr que esta asistencia no se haga a costa de la libertad y la dignidad de la persona. Quien desee la vida buena para sí mismo, de acuerdo al proyecto ético, tiene también que desear que la comunidad política de los hombres se base en la libertad, la justicia y la asistencia.

La diversidad de formas de vida es algo esencial (¡imagínate qué aburrimiento si faltase!) pero siempre que haya unas pautas mínimas de tolerancia entre ellas y que ciertas cuestiones reúnan los esfuerzos de todos. Si no, lo que conseguiremos es una diversidad de crímenes y no de culturas.

 

Epílogo

Savater se queda con la pregunta acerca de cómo vivir mejor y dice:

A lo largo de todos los capítulos anteriores he intentado no tanto contestarla como ayudarte a comprenderla más a fondo. En cuanto a la respuesta, me temo que no vas a tener más remedio que buscártela personalmente. Y eso por tres razones:

 

a) Por la propia incompetencia de tu improvisado maestro, o sea yo. ¿Cómo voy yo a enseñar a vivir bien a nadie si sólo acierto a vivir regular y gracias? Me siento como un calvo anunciando un crecepelo insuperable...

b) Porque vivir no es una ciencia exacta, como las matemáticas, sino un arte, como la música. De la música se pueden aprender ciertas reglas y se puede escuchar lo que han creado grandes compositores, pero si no tienes oído, ni ritmo, ni voz, de poco va a servirte todo eso. Con el arte de vivir pasa lo mismo: lo que puede enseñarse le viene muy bien a quien tiene condiciones, pero al que no, estas cosas le aburren o le lían aún más de lo que está.

c) La buena vida no es algo general, fabricado en serie, sino que sólo existe a la medida. Cada cual debe ir inventándosela de acuerdo con su individualidad, única, irrepetible... y frágil. En lo de vivir bien, la sabiduría o el ejemplo de los demás pueden ayudarnos pero no sustituirnos...

 

Savater, Fernando. Ética para Amador. Barcelona: Editorial Ariel, S.A.,  1993.