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jueves, 3 de noviembre de 2022

Presentación del libro: El movimiento que transfromó la Facultad de Arquitectura, CRA.

 


 En este trabajo se revisan diversos momentos relacionados con el movimiento de transformación para la Reestructuración de Arquitectura conocido como CRA.  Se hace un breve recorrido histórico que comienza con la fundación de la carrera, sigue con una descripción de lo sucedido en los primeros años y de los hechos que favorecieron el surgimiento del movimiento. Se evalúan criterios, postulados y acciones que favorecieron la reestructura, se analiza la etapa de institucionalización del proceso y, finalmente, se revisan las condiciones que llevaron a la caída del modelo.

Toda la información está debidamente documentada por Actas, reportes históricos, documentos y periódicos.

Para triangular y completar la investigación se entrevistó a varios de los principales actores y se acudió a fuentes secundarias para obtener las visiones de personajes ya fallecidos.  

En general se reconocen los esfuerzos que unos y otros hicieron para el desarrollo de la enseñanza de la arquitectura. Pero también se descubren detalles poco conocidos y se aclaran rumores que han permanecido en el imaginario de nuestra facultad.

Para llegar a buen término se tuvo el apoyo de muchas personas, entre ellas personal del Archivo General de la Universidad y de la Facultad, de los entrevistados, que mostraron diversas posturas y enriquecieron el documento con sus opiniones, memorias y comentarios, de quienes aportaron fotografías e imágenes, los que identificaron los nombres en esas imágenes, quienes nos hicieron el honor de presentar y prologar el libro, los que apoyaron en la revisión, diagramación, presentación,  divulgación y montaje de este evento. A la Embajada de México y a todas las personas que contribuyeron, de una u otra manera a esta publicación, mi eterno agradecimiento.

Les comparto que tuve hallazgos que cambiaron mis percepciones iniciales. Sin duda, algunos de los resultados generarán polémica, por lo que traté de que la información fuera lo más objetiva posible e incluir todas las citas y fuentes utilizadas.  En fin, son los hechos documentados los que definen la columna central de esta historia.

A continuación, procederé a hacer la presentación del contenido. Hago la acotación de que es una breve síntesis con algunas reflexiones que están desarrolladas de manera más completa en el libro. Iniciamos.

El triunfo de la revolución cubana influyó en una serie de cambios de los movimientos sociales y estudiantiles en Latinoamérica. Se fueron afianzando las posiciones de la izquierda democrática y también fortaleciendo los movimientos armados que buscaban un cambio en las estructuras de poder, que tuvieron como respuesta, violentas reacciones de los gobiernos conservadores. 

La dinámica de transformación política a lo interno de las universidades comenzó a fortalecerse en los años 60.  Gradualmente se ampliaba la participación estudiantil en los movimientos sociales y, la actitud crítica y contestataria hacia el statu quo, se hizo más enérgica. 

Brotaría una lucha ideológica que, durante los años 60 y 70, favorecería los pensamientos de izquierda robustecidos con los fines de la Carolingia.  Una serie de sucesos irían creando condiciones y vigorizando la participación estudiantil en los procesos político-sociales que derivarían en la redefinición de la orientación académica universitaria.

Durante los primeros años en la Facultad había prevalecido el concepto de una enseñanza tradicional marcada por la visión academista sobre la base de los criterios y experiencia de los profesores.  El pensamiento crítico y las actitudes hacia la realidad social que vivía el país no era un referente que se priorizara y mucho menos, se estimulara.

Lo que se consideraba determinante era formar arquitectos que, de acuerdo con las experiencias de los profesores de entonces, pudieran insertarse en el escenario profesional que, en ese momento, demandaba una carrera orientada al servicio de las élites.

Desde los años sesenta los estudiantes comenzaron a cuestionar esa visión. Eran años de rebeldía que fueron promoviendo, poco a poco, cambios en la visión de la educación superior pública que hicieron desencajar el concepto elitista de la profesión y comenzó a plantearse otra arquitectura que fuera más orientada hacia las necesidades sociales.

Para inicio de los 70 los estudiantes serían los nuevos protagonistas y tomarían la iniciativa de impulsar la reestructura académica. Poco a poco, los directivos de la Escuela irían perdiendo el control y observarían cómo, un proyecto por el cual habían trabajado desde los años cincuenta, se escurría entre propuestas y acciones, fuera de su dominio.

El CRA se insertó como un designio revolucionario y se convirtió en un símbolo que posicionó la participación de los estudiantes en las directrices de su propio desarrollo académico. Brotaría de sólidos planteamientos ideológicos coherentes con los movimientos sociales de la época y de una visión política, que se fue afianzando para su aprobación e implementación.

La poca disposición de las autoridades para hacer cambios al paradigma fundacional, la posición de mantener criterios académicos tradicionales y la indisposición para afrontar de manera participativa la problemática académica, terminarían pasando la factura. 

Desdeñaron las señales que se estaban emitiendo, no previeron las transformaciones que se acercaban, ni asimilaron las variaciones que se estaban teniendo al interior de la universidad. No se percataron del riesgo, ni escucharon el eco de los tambores de cambio que, tarde o temprano, harían insostenible el rígido modelo académico administrativo implementado en la joven facultad. 

Para entonces, los cuatro puntos cardinales mostraban los negros nubarrones que se acercaban. De manera inoportuna, desafiaron el turbulento clima con una desafortunada propuesta de normas de evaluación. Esto fue aprovechado para destapar el torbellino y se inició una tempestad que haría tronar los cimientos de la estructura académico-administrativa.

La represa se fue llenando de argumentos y estrategias que favorecieron el fortalecimiento de la organización estudiantil y la construcción de vínculos con algunos actores de los movimientos sociales que, sumado a la llegada de un nuevo rector con pensamiento afín, favorecerían las posturas del sector reaccionario.

En algún momento llegó a pensarse que se había superado la inicial resistencia y alcanzado acuerdos razonables entre los sectores que participaron en la inauguración del CRA.

Pero el proceso fue tomando cauces ideológicos y esto comenzó a inquietar a algunos de los actores.

El Decano no sería partidario de la reforma, no sería parte de una posible transformación que concibió con tintes políticos y no toleró la presión que esto le generaba.  A meses de concluir el período para el que fuera electo, se encontraba en una incertidumbre inédita, en un consciente espejismo de conducir un barco institucional que se dirigía, imparable, por rutas que desconocía y con una tripulación ingobernable, lo que le llevó a presentar su renuncia. 

Pero el CSU no la aceptó y le instruyó retomar el cargo inmediatamente. Esto originó, por cuenta del propio Consejo, un vaivén de decisiones y una de las confrontaciones universitarias más delicadas de la época, que además, encendería el fuego entre conservadores y progresistas que mantendrían una creciente hostilidad, azuzada por las confrontaciones ideológicas que se daban a nivel nacional.

A finales del convulsivo año fue aprobado el Plan de Estudios 1972. La estructura curricular fue modificada sustantivamente, con un enfoque marxista orientado a la vinculación social de la arquitectura, que no cuadraba con la línea dura de los conservadores, que todavía luchaban por subsistir.  

Para consolidar el movimiento se descartaría cualquier fuerza que pudiera interponerse en la transformación. En una cuestionada evaluación docente se logró prescindir de los profesores temporales que no servían a los propósitos de la reestructura. Para 1973, la configuración docente había cambiado totalmente, sólo quedarían unos pocos que manifestaron simpatía por el proceso.  Pero aún quedaban los 17 profesores titulares, la mayoría, con puntos de vista en contra de la ideología de la reestructura.

Durante un frustrado proceso para elegir decano se dieron una serie de manipuleos políticos.  Finalmente, en junio de 1973, el candidato que había sido declarado ganador de las elecciones no sería confirmado debido a que el CSU estableció anomalías en el proceso electoral. Tampoco sería aprobada la propuesta de autogobierno del CRA que buscaba eliminar la figura del decano, aunque se crearía la figura alternativa del Consejo de Facultad, un órgano paritario con el mismo nivel de la Junta Directiva para tratar aspectos académicos. 

Y eso fue todo. Ante las nuevas condiciones el decano renunció en definitiva y la Junta Directiva se desarticuló totalmente. La Facultad se encontraba en el limbo. El CSU nombró una comisión interventora que sería totalmente proclive a la reestructura. Y tal como esperaban los partidarios del CRA, ya no se convocaría a elecciones hasta que hubiera condiciones favorables para el movimiento. 

En poco tiempo se logró desbaratar la poca resistencia que quedaba.  Para marzo de 1974, debido a trámites administrativos inconclusos, se destituiría a un sector de catedráticos titulares, lo que generaría una reacción de repudio de otros titulares, que presentarían su renuncia.  Esto llevaría a fundar la Facultad de Arquitectura en la Universidad Rafael Landívar.  

Entre tanto, se seguía impulsando una revolución total dentro de la Facultad. Sin el Decano conservador, sin los miembros de la Junta Directiva y sin un claustro que hiciera oposición, las posibilidades de accionar se habían fortalecido.  Con esto la represa estaba llena de condiciones favorables, todas las piezas estaban colocadas y los procesos serían desempantanados a conveniencia del CRA. 

Como corolario a esta fase, se lograría integrar un cuerpo de nuevos catedráticos titulares, que apoyarían al único candidato a Decano, proveniente de las filas del CRA. Así las cosas, el Decano interino, se convertiría en el Decano electo en octubre de 1974.  Con este resultado se esperaba consolidar un gobierno facultativo emanado de las entrañas del movimiento, que aseguraría que la transformación siguiera por el derrotero trazado.

Se convocaría a la integración de los organismos paritarios: el Consejo de Facultad, la coordinación académica y los comités de áreas. Pero en corto tiempo se comenzó a hacer visible la falta de coordinación y las luchas entre la Junta Directiva y el Consejo de Facultad. Los conflictos entre ambos organismos, acompañados de señalamientos e intereses, posturas ideológicas y reclamos políticos, estaban siendo el caldo de cultivo para un nuevo ciclo de enfrentamientos que se volvería un hábito en la unidad académica. 

La falta de consensos, las contradicciones, los bloqueos y las inculpaciones llevarían a que, a finales de julio de 1975, renunciara en pleno, el primer Consejo de Facultad y que, en el primer Congreso de Evaluación, resaltaran las diferencias y no se obtuvieran los resultados esperados para la realimentación de la reestructura.

El terremoto de febrero de 1976 ofreció una coyuntura para retomar el proceso. Permitió la integración de toda la Facultad para responder a la tragedia.  Parecía que facilitaría encontrar el camino e integrar esfuerzos por medio del Plan de Integración Académica. Se consideraba una gran oportunidad para experimentar una verdadera transformación, permitir a los profesores y estudiantes un mayor acercamiento con la población y poner en práctica las ideas sobre el papel social de la Universidad. 

Pero el apoyo que la Universidad estaba dando a las comunidades afectadas, así como la visión crítica y de concientización social, llevaría a que sectores contrainsurgentes la etiquetaran como promotora de la lucha revolucionaria. Las denuncias y amenazas relacionadas con el activismo y organización social durante el terremoto harían aflorar las diferencias y temores según las posiciones políticas que se perfilaban al interior de la Facultad.

En este panorama el plan de integración se convirtió en el detonante para una nueva confrontación. Las diferencias sobre la forma de enfrentar la crisis había sido el rebalse para el rompimiento entre el Decano y los principales actores que lo llevaron a ocupar el cargo. Las secuelas y pugnas conducirían a desencadenar una serie de hechos que reducirían la acción impulsora del proceso de reestructura.

1976 dejaría una grieta profunda. No sólo por el sismo, también por la serie de sucesos que sellaron el derrotero académico administrativo de arquitectura.  La percepción de falta de respaldo de la Junta Directiva hacia el Plan de integración hizo que el bloque se sintiera traicionado.  No sólo retiraría su apoyo, también denunciaría al Decano y a algunos miembros de su Junta Directiva.

Seguidamente renunciaría un importante sector de la dirección académica que había perseguido la continuidad del proceso.  Quienes antes habían sido indiscutibles aliados del Decano dejarían el barco como protesta y muestra de su indignación por lo que señalaban como falta de compromiso de esa gestión.

Pero las afrentas no serían olvidadas. Paradójicamente la cuestionable estrategia de la purga, que había sido usada años atrás para deshacerse de quienes no apoyaban el CRA, se replicaría a los ahora antiguos aliados, la mayoría estudiantes de los últimos años que ejercían docencia. 

La complejidad de la problemática facultativa había llegado a un punto en el que no se identificaban caminos viables para continuar con el modelo. Hubo que reconocer que el modelo no evolucionó como se esperaba, aceptar que parte de eso se debía a la falta de experiencia y a la falta de acciones congruentes de las autoridades. A la postre, la percepción era que la anhelada implementación de la reestructuración de Arquitectura no había podido generar la transformación académica y que tampoco había alcanzado el cambio estructural tan defendido en los inicios del proceso. 

Una opción de consenso y recuperación, que buscaría enderezar el rumbo, llegaría a principios de abril de 1979. Con el nuevo Decano, que fue uno de los principales estrategas del CRA, se pretendía corregir las deficiencias sufridas durante el proceso de transformación. Pero llegaba en un momento en que se incrementaba la persecución y el asesinato de líderes estudiantiles, profesionales e intelectuales de los movimientos sociales.

Las acciones violentas como el linchamiento de un supuesto oreja frente a la ciudad Universitaria, los asesinatos y la persecución,  alcanzarían su clímax fatídico el 14 de julio de 1980. Esta fecha fue el punto de quiebre. El terror haría mella. El sacrificio de inocentes no podía continuar y comenzaría un proceso de revisión institucional.

La Universidad estaba herida y exhausta.  El movimiento de izquierda, que había dominado en los últimos años, perdería el control político del CSU. Los pocos líderes que todavía se oponían abiertamente al gobierno saldrían del escenario y se terminaría de socavar la poca resistencia que quedaba. En un panorama de desánimo, la Universidad suspendería su participación en el movimiento social y se deslindaría, totalmente, de la acción política revolucionaria. 

La Facultad de Arquitectura también había sido atacada. Varios de sus integrantes fueron asesinados y muchos amenazados. Las intimidaciones habían alterado la calma y se confinaba la participación fluida de la academia. Algunos coordinadores y docentes renunciaron a sus cargos, varios pidieron permiso, otros más se ausentarían de sus labores. Numerosos estudiantes abandonaron las aulas o cambiarían de Universidad.  La situación de tensión y angustia amplificaba las diferencias y se expresaban nuevos altercados a lo interno. El ambiente de inestabilidad e incertidumbre llevaría al pánico, a la ausencia, a las protestas y a las renuncias.

Para ese momento el Decano de Arquitectura sostenía que era preciso imponer por la fuerza del pueblo, un gobierno revolucionario. Que estaba cercana la posibilidad de derrocar al gobierno militar y que, para revertir la catástrofe total, los universitarios debían salir de las aulas y fundirse con el pueblo organizado y combativo. Haría un último llamado para que se asumiera el compromiso de lucha, pero no tuvo la respuesta que esperaba y dejó la universidad.

La guerra interna se recrudecería en los siguientes años. Las intervenciones de universitarios se darían sin el apoyo institucional y serían igualmente reprimidas. Seguirían los secuestros, los asesinatos y las desapariciones de universitarios.  La Universidad sufriría cambios radicales y se generarían otros enfrentamientos a partir de nuevos modelos de confrontación.

En los inicios de los años 80, la Facultad de Arquitectura había terminado un capítulo que comenzó a principios de los 70. 

50 años después del inicio de este histórico movimiento, corroboramos que, indiscutiblemente, el CRA llevó a la transformación de la Facultad de Arquitectura. Una Escuela que ha seguido evolucionando y adaptándose a distintas realidades y que mantiene principios impulsados durante ese período totalmente coherentes con los fines de la Universidad Nacional.

Entre tanto, en la distopía de un mundo pos pandémico, que padece las repercusiones de una guerra que ha desdibujado el mapa geopolítico y que amenaza con una escalada bélica entre el agobio de caóticas realidades; en el que se mantienen de manera creciente múltiples problemas socio económicos y una crisis climática con severos impactos en el planeta;

seguimos viendo que en Guatemala se intensifican los problemas de pobreza, de vivienda, de falta de planificación y de desorden urbano que se plantearon hace medio siglo en los diagnósticos del CRA. 

Y en ese devenir nos vemos inmersos en una universidad afectada por problemas políticos, administrativos y académicos, que han trastocado las fibras de la institución ante la transgresión de sus fundamentos legales y éticos, de una manera que no corresponde con los valores que, a través de la historia, se han ido construyendo.

Estamos ante un régimen universitario deslegitimado e impuesto con acciones inéditas e irreflexivas, que ha afectado y ensombrecido a los universitarios y nos condena a una incertidumbre institucional.

Ante esta deleznable realidad, nos seguimos cuestionando, ¿hacia dónde va nuestra Universidad, hacia dónde va Guatemala?

Muchas gracias

Byron Rabe

 

Guatemala, Auditorio Luis Cardoza y Aragón, Embajada de México,

26 de octubre de 2022

 


 


jueves, 12 de noviembre de 2020

Pandemia, revolución y extensión

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Una revolución puede incluir un cambio social, económico, tecnológico, filosófico o científico. Puede ser un nuevo paradigma que transgreda los valores y pensamientos tradicionales en una sociedad.

Generalmente las revoluciones son consideradas puntos de inflexión en la historia y han dado origen a diversos sistemas políticos y sociales vigentes.

Pero una revolución también puede incluir un proceso que, aunque no llegara a alcanzar todos los objetivos, podría cargarse de un carácter mítico y convertir un movimiento y sus líderes en referentes inspiradores para mantener o generar futuras luchas.

Una revolución es un terremoto que mueve las estructuras sociales, un virus convertido en pandemia que contagia ideales y puede hacer subir la temperatura del accionar popular.  

Podemos ver como diversos movimientos sociales se han hecho virales, se han propagado de manera impredecible como pandemias incontrolables que han irritado los ardores sociales de comunidades, ciudades y hasta países. 

La extensión universitaria ha buscado contribuir a propagar los síntomas de la conciencia social, entender las realidades socio económicas y vincular la acción universitaria para tratar de dar repuestas efectivas a lo que la sociedad demanda y requiere. 

Durante su desarrollo la extensión universitaria ha pasado por distintos modelos que han obedecido a las condiciones sociales y políticas.  En una época pudo ser una extensión cultural y artística, o una extensión académica orientada a enseñar a las comunidades; también un servicio social paternalista, también hubo un período en que se vinculó con el activismo social y la militancia revolucionaria.

Con la finalización de las dictaduras militares, la extensión retomó lo académico, lo cultural y lo social y se enfocó en la asistencia a los y sectores más necesitados.   Más adelante habría un alejamiento de la visión paternalista y se enfocaría en una mayor vinculación sustentada en el intercambio horizontal entre el saber académico y el popular y en el criterio de propiciar que fueran las propias comunidades quienes construyeran su futuro.  

Al igual que en muchos pueblos, nuestra historia ha estado plagada de sueños, de posiciones, de intentos, que han partido de parámetros diferentes según las coyunturas históricas. Muchos de los esfuerzos realizados quedaron olvidados e incluso son ignorados por las nuevas generaciones.

La cinta fílmica de la historia y la multiplicidad de instantáneas coyunturales nos han llevado, en medio de interpretaciones apocalípticas y esperanzadoras que una polémica pandemia trajo consigo, al inicio de la tercera década del siglo veintiuno.

La realidad ha evolucionado de manera vertiginosa, demanda considerar nuevas variables, reflexionar sobre el pasado y presente, e imaginar el futuro de la universidad dentro de una indefinida posnormalidad, serán algunos de estos temas los que revisaremos a continuación.

La universidad ha sido revolucionaria por definición y su brazo social ha sido la función de extensión universitaria. Sus distintas unidades han contribuido de manera significativa a mantener una legitimidad lograda por pocas organizaciones.

Con los preceptos que provenían del movimiento de Reforma Universitaria de Córdoba, en 1918, comenzaría a desarrollarse la orientación de la extensión universitaria que demandaba que las universidades se convirtieran en un medio para fortalecer la capacidad de accionar de la sociedad y para atender los problemas de las comunidades de una manera efectiva.

Pero sería hasta la época de la Revolución de Octubre entre 1944 y 1954, cuando se generó una nueva Constitución de la República de Guatemala que declaró la autonomía universitaria y dictó el mandato de contribuir a elevar el nivel espiritual de los habitantes de la República y colaborar con el estudio de los problemas nacionales.  

Desde el período de los 10 años que marcó la revolución de octubre, hubo enfrentamientos dentro de la Universidad que revelaron una tibia participación en el mismo proceso revolucionario y en la función de extensión universitaria. 

Al iniciar la contrarrevolución en 1954, la universidad mantendría una línea conservadora, perseguiría el fortalecimiento de la institucionalidad académica y propiciaría el crecimiento de la infraestructura para atender una creciente población estudiantil, pero el concepto y acción de la extensión universitaria tendría un limitado desarrollo.

En la década de los sesenta comenzó a concebirse un movimiento revolucionario y un cambio en las concepciones universitarias. En 1962, la organización estudiantil encabezada por la asociación de Estudiantes Universitarios -AEU- comenzaría una clara confrontación en contra el gobierno de Ydígoras que llegaría a su punto más álgido durante las jornadas de marzo y abril en donde serían asesinados tres estudiantes. Fue durante ese período que brotaría el virus de la acción revolucionaria y se darían los primeros contagios para la participación en los movimientos sociales y estudiantiles que posteriormente se vincularían con el movimiento guerrillero.  

En 1963 el coronel Peralta Azurdia dio un golpe de Estado al gobierno de Ydígoras, posteriormente condicionó la autonomía universitaria y bloqueo el movimiento estudiantil, social y político por medio de diferentes medidas.

En 1964 la universidad inició un programa para fortalecer la formación de los estudiantes que ingresarían a la universidad y que se convertiría en la Escuelas de Estudios Generales. La decisión no fue bien recibida por la AEU, algunos argumentaron que era una intromisión de la doctrina de seguridad nacional impulsada por los Estados Unidos para bloquear las perspectivas generadas por el triunfo de la revolución en Cuba.

Durante estos años los universitarios, estaban tomando conciencia para aplicar la filosofía universitaria de responder al medio social, que se enmarcaba en la función de la extensión universitaria.

En 1968 se celebró el 50 aniversario de la Reforma de Córdoba cuya conmemoración contribuiría con los nuevos brillos de los movimientos estudiantiles de Latinoamérica.

Ese mismo año un virus social sería generador de trascendentales acontecimientos en los que estudiantes y jóvenes serían los protagonistas de protestas en distintas partes del mundo. El virus era aparentemente el mismo, pero transmutaba en temas diferentes, se protestaba contra la guerra, contra el capitalismo, contra el comunismo, contra la segregación racial, contra las discriminaciones.

Dentro de este fenómeno se incluyó el mayo francés, la primavera de Praga, las protestas de Berlín, Varsovia y Yugoslavia. El movimiento estudiantil italiano contra la Reforma Universitaria. En México las protestas estudiantiles llegaron a su punto máximo con la matanza en la Plaza de las Tres Culturas en Tlatelolco en octubre. En Estados Unidos coincidirían las manifestaciones de la contracultura, los movimientos por el desarme nuclear, por los derechos civiles, en contra de la guerra y a favor de la paz.  Estos procesos evidenciarían la importancia del universitario en las luchas sociales y fortalecerían su empoderamiento ante la sociedad. 

Ese mismo año, en nuestro país, un movimiento estudiantil obligaría al CSU a cerrar la Escuela de Estudios Generales que era visualizada por los organizadores del movimiento como un obstáculo para el acceso a la universidad y a su derecho de educación superior.

El impacto de las revueltas y los cambios generados en 1968 serían fuente de inspiración para las luchas al interior de diversas universidades en el continente.

Las propuestas y demandas de la lucha estudiantil afectarían la concepción de la educación, la cultura y la política.

Los movimientos de izquierda tomarían fuerza, iniciarían reflexiones sobre el papel de la universidad en la sociedad y propiciarían que se fueran apartando o reduciendo la influencia de los gobiernos universitarios de corte conservador.

Pronto comenzarían a elegirse gobiernos universitarios más relacionados con el pensamiento progresista que se impulsaba en las universidades latinoamericanas.

Debe considerarse que, en Guatemala, al mismo tiempo que en la universidad florecían los gobiernos de izquierda o centro izquierda, iniciaban los gobiernos militares de derecha y ultraderecha por lo que la confrontación tardaría muy poco en surgir y hacerse verdaderamente explosiva y traería consecuencias inimaginables.

El primer gobierno universitario de corte claramente progresista inició en febrero de 1970 con la llegada de un Rector ubicado en la izquierda política, el Dr. Rafael Cuevas Del Cid. Ese mismo año asumiría la presidencia del país el coronel Carlos Arana, un militar de la derecha extrema encargado de la lucha contrainsurgente en el gobierno anterior.

Dentro de ese panorama en junio de 1970 se fundó la Dirección General de Extensión Universitaria a la que se integrarían diferentes unidades de proyección académica, deportiva y cultural como la Imprenta Universitaria, la Coordinadora de Deportes, el Teatro de arte universitario, la Asociación Coral Universitaria y la Estudiantina Universitaria. Posteriormente se crearía la Cinemateca Universitaria y otras entidades de corte cultural. Antes de concluir la década se fundaría la editorial universitaria y el Centro de aprendizaje de lenguas.

Debe subrayarse que si bien la integración de esta nueva entidad partió de un criterio coyuntural que pretendía valorar el concepto de extensión manifiesto en Córdoba, careció de un proceso de definición conceptual, instrumental y de integración organizativa.

Durante esa década algunas unidades académicas, de manera independiente, irían formando programas de servicio social como el Ejercicio Profesional Supervisado EPS, prácticas docentes en las comunidades y otras figuras similares. Algunas se vincularían con el activismo social que se propiciaba y defendía en ese período.

Ante los ataques que se fueron mostrando hacia la universidad y distintos sectores sociales, el CSU convocaría a un Frente nacional contra la Violencia. El gobierno de Arana respondería con un estado de sitio y, a finales de 1970, ocuparía violentamente la ciudad universitaria. El cuadro mostraba una violencia sistemática, selectiva e intimidante cuyo objeto era silenciar a la universidad.

Pero la universidad mantenía acciones dirigidas a contribuir a resolver la problemática nacional.  Estas acciones se manifestaron de múltiples maneras, entre ellas acompañamientos sociales y gremiales, estudios jurídicos como los realizados sobre la ilegalidad de la suspensión de las garantías constitucionales, la expropiación de los Ferrocarriles, la explotación minera, la energía eléctrica, la Integración centroamericana y otros más que pretendían la defensa de los intereses nacionales y de la población guatemalteca. Los estudios sociales, económicos, políticos y laborales que se harían en esos años para analizar la problemática nacional, generarían serias repercusiones, tal el caso del estudio sobre Exmibal, cuyos ponentes fueron asesinados o exiliados.

A pesar de los ataques se continuó haciendo eventos, se divulgaron comunicados, se impulsaron modelos académicos revolucionarios en varias unidades y se propagó el activismo universitario por mejores condiciones sociales y económicas en la población.  Se iría desarrollando un nuevo modelo de la extensión universitaria más integral y vinculante con distintos sectores sociales pero que poco se relacionaba con la estructura propia de la Dirección General de Extensión Universitaria.

A pesar de la represión se iría racionalizando fuertemente el precepto institucional de contribuir a la solución de los problemas nacionales. Lejos de amedrentarse la comunidad universitaria respondería con una creciente confrontación hacia el régimen militar. Serían cuatro duros años, pero la universidad lograría superar el violento acoso que tuvo durante el gobierno de Arana.

El 28 de febrero de 1974 asumió como rector el Dr. Roberto Valdeavellano Pinot, un reconocido profesional con una posición de centro izquierda moderada consciente del papel social de la universidad que mantendría los programas de proyección social y el análisis de la problemática nacional.

Ese mismo año el 1 de julio, sería juramentado el General Laugerud García quien había llegado a la presidencia de la república en medio de señalamientos de fraude. Laugerud abriría espacios a la oposición y al movimiento popular, los que fueron aprovechados por diversos grupos sociales.

En el escenario mundial el 30 de abril de 1975 se pondría fin definitivo a la guerra de Vietnam. El fin de la guerra se concibió como una derrota política y militar de Estados Unidos, lo que afectaría la percepción del balance geopolítico y subiría las expectativas de los movimientos guerrilleros de la región.

Pero el terremoto del 4 de febrero de 1976 marcaría un parteaguas.  Murieron más de 23 mil personas, fueron destruidas más de 250,000 viviendas y quedaron sin techo mas de un millón de personas. 

La universidad constituyó un comité de emergencia orientado a socorrer a las víctimas de los sectores populares y a coadyuvar a resolver sus necesidades más inmediatas.  Se formaron brigadas de socorro integradas por profesores y estudiantes que trabajaron en diversos municipios del país y sectores marginales de la ciudad de Guatemala, dando cumplimiento a la función de la extensión universitaria. 

Los efectos del terremoto también incentivaron la acción académica y la celebración de seminarios de estudios que enfocaron el problema desde diferentes ángulos.  En ellos se hizo notoria la necesidad que existía de qué la investigación y la docencia se readecuaran a la realidad nacional para hacer más fructífera la misión de extensión de la universidad. Pero pronto algunas de las labores ejecutadas ocasionarían interpretaciones adversas.

El CSU comunicó que ante la emergencia que vivía el país, algunas de las tareas de socorrer a las clases necesitadas se estaban tomando como acciones subversivas por parte de las fuerzas represivas del país, lo que había ocasionado el asesinato, agresión y pérdida de libertad de algunos estudiantes.

Más adelante, organizaciones paramilitares se atribuyeron el asesinato de varios docentes y estudiantes universitarios, el mismo rector sufriría atentados.  No obstante, en relación con el gobierno de Arana, la violencia había disminuido y la confrontación entre la universidad y el gobierno fue de menor intensidad. Pero eso estaba por cambiar.

El 31 de marzo de 1978 asumió como Rector el Licenciado Saúl Osorio Paz a quien se relacionaba con el Partido Guatemalteco del Trabajo PGT, ala política del movimiento comunista, lo que fue considerado por los revolucionarios como otro factor favorable para el impulso de la lucha social y por los sectores represivos, como una amenaza.

El 1 de julio llegaría a la presidencia el General Lucas García, un militar vinculado con la ultraderecha del país. Durante ese período se impulsarían políticas de represión y sometimiento y las organizaciones populares serían descabezadas o intimidadas.

Ese año la universidad publicó varios estudios sobre el alza al precio del pasaje y sobre la creación de una Secretaría de minería de hidrocarburos y energía nuclear cuyos fundamentos consideraba podrían afectar los intereses nacionales. 

También tuvo una importante participación en las luchas populares, destacando la relativa a impedir el aumento del precio del pasaje en el transporte urbano en la capital que concluyó con la revocación de la decisión del Concejo Municipal y que fue asumido como un triunfo político del movimiento popular. Pero las luchas y apoyo a las acciones sociales incrementarían la persecución y asesinatos de universitarios y líderes sociales.    

Durante la celebración del 20 de octubre la represión sobrepasaría los límites.  Fue asesinado en pleno día y ante cientos de personas, el Secretario General de la Asociación de Estudiantes Universitarios el Br. Oliverio Castañeda de León. Dos semanas después fue desaparecido su sucesor Antonio Ciani García. También serían amenazados, perseguidos y asesinados miembros de distintas asociaciones estudiantiles, así como otros universitarios entre autoridades, profesores y estudiantes que, en poco tiempo y debido a amenazas y asesinatos, tendrían que abandonar el país o desconectarse de la actividad universitaria.

Este período coincidió con hechos históricos fundamentales en la política internacional. Uno de ellos ocurrió en Nicaragua, donde la dictadura de Anastasio Somoza fue derrocada por el Frente Sandinista para la Liberación Nacional. Los movimientos guerrilleros de la región confiaban en que la teoría del dominó se aplicaría y consideraban que podrían llegar al poder por medio de las armas.

Pero la respuesta del gobierno guatemalteco fue endurecer sus acciones. Ante la persecución y muerte, el movimiento social, la representatividad estudiantil y la respuesta institucional universitaria se iría reduciendo.  Se comenzó a observar el efecto creciente de la intimidación: organizaciones populares fueron desmanteladas, la AEU actuaba en la clandestinidad para proteger a sus miembros, las asociaciones estudiantiles no mostraban sus lideres, las autoridades y profesores salían al exilio, los estudiantes se retiraban. En fin, se fueron reduciendo las fortalezas académico políticas provenientes de la universidad.     

Las crecientes amenazas e intimidaciones llevaron a que en abril de 1980 el rector Saúl Osorio Paz abandonara el país y solicitara exilio en México. Esto provocó que el CSU delegara un rector interino. 

Dos meses después, el rector interino Lic. Leonel Carrillo Reeves planteó que si el rector no veía posibilidades de reasumir sus responsabilidades el CSU debería convocar a nuevas elecciones al vencer el plazo legal de los permisos.  Pero el CSU acordó ampliar el permiso de Osorio. 

Esto provocaría la renuncia de Carrillo, quien el 14 de julio, sería relevado por el decano de ingeniería Raúl Molina, el mismo día en que frente al edificio de rectoría, serían ametrallados sin misericordia, estudiantes que bajaban de un autobús. Morirían 6 estudiantes y mas de 15 resultarían heridos. En el término de 15 días el nuevo rector interino, ante amenazas de muerte abandonaría el país.  Molina sería sustituido por el Lic. Romeo Alvarado Polanco, decano de Ciencias Jurídicas a partir del 1 de agosto.  Alvarado también se vería obligado a abandonar el país antes de finalizar el año.

Saúl Osorio obligado al exilio, luego de seis meses de ausencia física y en medio de una lucha al interior del CSU, renunciaría al cargo. En octubre se declaró vacante la Rectoría de la Universidad.  Fue nuevamente Leonel Carrillo quien, a partir del 1 de noviembre, ocuparía el cargo interinamente hasta que un nuevo rector tomara posesión en junio de 1981.

Pero Carrillo tenía una visión muy diferente a la de Osorio, consideraba que la universidad debería alejarse de la confrontación que estaba generando muerte y la pérdida de importantes cuadros académicos, por lo que el apoyo institucional hacia la lucha social se reduciría.

Muchos aseguran que esta postura marcó el porvenir de la Universidad de San Carlos, influyó en los hechos que se desencadenaron dentro del Movimiento Social Guatemalteco e inició un enfrentamiento a lo interno de la universidad. La vinculación que entre estudiantes y autoridades afines al movimiento revolucionario se había dado por más de una década, llegaría a su fin. 

Las aguas cambiaban de curso en todos los niveles. En los Estados Unidos, en enero de 1981 tomaría posesión Ronald Reagan que había descalificado la política de su predecesor Jimmy Carter. Este eliminó el apoyo a las luchas contra revolucionarias. Con Reagan se vaticinaba una diferente visión sobre los movimientos políticos de la región. Las fuerzas políticas se recomponían a nivel nacional y el gobierno guatemalteco replanteaba la posición para enfrentar la lucha guerrillera.

El 29 de enero de 1981 la Extensión universitaria recibió un fuerte golpe. Cuando se inauguraban el ciclo académico, en un confuso incidente, fueron asesinados nueve personas dentro del Paraninfo Universitario.  Murieron el director del Centro cultural Universitario Erwin Golib, el encargado del departamento de deportes Miguel Ángel Hernández y varios trabajadores y estudiantes, otros más resultarían heridos. 

En medio de estos hechos sangrientos se había convocado a elecciones de rector, hubo un único candidato, el Lic. Mario Dary relacionado con el ala conservadora de la universidad, impulsor de la agenda ecológica para el país. Era un profesional al que se consideraba capaz de retomar la bandera académica de la universidad, abandonar el activismo institucional y la marcada oposición hacia el régimen.

Pero las nuevas elecciones serían focos de ataques a lo interno de la universidad, estudiantes relacionados con fuerza de la izquierda universitaria, impidieron, por medio de amenazas y acciones intimidantes, que los alumnos de todas las facultades participaran en el nuevo proceso eleccionario.

En esas condiciones el nuevo rector sería electo únicamente por docentes y profesionales. Mario Dary, tomaría posesión el 16 de junio de 1981. Al asumir Dary insistió sobre la necesidad de orientar la universidad al cumplimiento de sus fines académicos.  El discurso evitó la alusión a la problemática económica, social y política del país, que había sido una constante en los mensajes de los rectores anteriores. Pero a sólo 6 meses de haber asumido como rector, Dary sería asesinado.

La desaparición de Dary generó una nueva inestabilidad institucional.  La sustitución temporal en el cargo correspondió nuevamente a Lic. Leonel Carrillo Reeves, quien al concluir su período como decano fue reemplazado por el Dr. Raúl Osegueda en la conducción de la universidad. Leonel Carrillo Reeves sería asesinado a finales de 1983.

Unos días después de que Osegueda asumiera interinamente el cargo, se produjo un golpe de Estado que llevó a la caída del Gobierno de Lucas García; era 23 de marzo de 1982.  El movimiento golpista llevaría al General Efraín Ríos Montt a la jefatura del gobierno. Lo que desataría una nueva ola de violencia más enfocada hacia el ámbito rural.

En medio de la crisis nacional sería electo un nuevo rector.  El 16 de junio de 1982 tomaría posesión el Doctor Eduardo Meyer Maldonado que en su discurso de investidura planteó: “Ya es tiempo de que aquellos que sólo se acuerdan de reclamar libertad para sus ideas, pero que ignoran toda libertad para los demás, abandonen su dogmatismo” […] “Esta cri­sis debe terminar y todos tenemos la obligación mo­ral de ofrecer nuestros esfuerzos para que desaparezca para siempre”.

Con esto sentenciaba definitivamente el cambio de enfoque que alejaba a la universidad del movimiento revolucionario. Con la nueva configuración del gobierno universitario la acción institucionalizada para enfrentar al régimen militar se redujo, de igual manera mermaron las acciones de persecución hacia la institución.  Pero siguieron los asesinatos y desapariciones de estudiantes y líderes sociales vinculados con la acción subversiva. 

Ríos Montt sería derrocado el 8 de agosto de 1983 y su sucesor el General Mejía Víctores, se comprometió a iniciar un proceso de transición hacia recuperación de la democracia.  Pero el gobierno de Mejía Víctores también reiniciaría la lucha en las áreas urbanas y esto traería repercusión en el movimiento estudiantil universitario. Fue notoria y alarmante la desaparición en mayo de 1984, de los siete integrantes del Comité Ejecutivo de la Asociación de Estudiantes Universitarios (AEU).

En 1985 nuevamente se desarrollaron masivas protestas en contra del incremento del precio del pasaje del transporte urbano, así como en contra el alto costo de la vida. El gobierno reprimió las manifestaciones en las que hubo un saldo de diez fallecidos, decenas de heridos y cientos de detenidos.  El régimen se vio obligado nuevamente a dejar sin efecto el incremento al pasaje urbano.

La noche del 3 de septiembre de 1985 el Ejército allanó la Ciudad Universitaria. Mejía Víctores justificó la invasión indicando que los estudiantes estaban detrás de las protestas, que tenían información de que había armas en el interior del campus y señaló que desde allí se incubaban acciones colectivas que apoyaban la actividad terrorista y subversiva. 

El rector Eduardo Meyer protestó contra la acción militar y dijo que “era una farsa para engañar al pueblo y evadir la explosiva realidad nacional ocasionada por los problemas económicos y sociales”.  Después de entrevistarse con el general Mejía, el rector anunció que los 500 efectivos militares que ocuparon la USAC se retirarían y enfatizó que la ocupación había sido el peor error de este gobierno.

Dos meses después el 3 de noviembre se llevarían a cabo las elecciones para restaurar la democracia formal.  En 1986 iniciaría una nueva época de gobiernos civiles democráticamente electos.

Con la formulación de una nueva Constitución Política de la República y la elección de gobiernos democráticos y civiles el principal argumento de la guerrilla, que se basaba en la lucha contra los gobiernos autocráticos y militares había desaparecido, la organización estudiantil se mantenía en algunos sectores, pero a pesar de la reciente invasión a la universidad, no volvería a contar con el apoyo institucional.

A finales de la década un nuevo virus se iniciaría tras la caída del muro de Berlín. Fukuyama reclamaría el fin de las ideologías, diversos países cambiaron sus posturas, tanto de derecha como de izquierda, Chile salió de Pinochet, Argentina de Patricio Aylwin, pero los pronósticos de Fukuyama no se cumplirían.  No obstante, la caída del muro fijaría un nuevo quiebre en la historia y debilitaría la percepción hacia los gobiernos marxistas y los movimientos guerrilleros de la región y finalmente propiciaría un nuevo capitalismo y la instauración del neoliberalismo que haría mas grande la brecha entre pobres y ricos. 

En este escenario llegó 1991, durante la rectoría del Dr. Alfonso Fuentes Soria, se inició una reorganización de la extensión universitaria, se definieron funciones y se plantearon tres áreas específicas: la integración académica, el desarrollo cultural y la comunicación social. Se creó la Radio universitaria y el grupo de danza como parte de la Dirección General de Extensión Universitaria.  También en este período, dentro de la concepción de una extensión universitaria orientada a la resolución de los problemas nacionales y a la vinculación social, se constituyó el Ejercicio Profesional Supervisado Multiprofesional conocido por sus siglas como EPSUM.  Este nuevo programa se plasmaba en un nivel institucional coordinado que impulsaría el servicio social entre estudiantes de diferentes carreras en diversas comunidades del país.

Paralelamente a lo interno de algunas de las unidades académicas se fortalecían los programas de Ejercicio Profesional Supervisado, enfocados en un concepto de investigación, docencia y servicio social. 

El proceso de reforma universitaria iniciado en 1989 con el Congreso de reforma universitaria sentó bases importantes para la Universidad del futuro. Como resultado de este proceso, en 1996 se presentaría la reconceptualización de la función de extensión en la que se le asignaba un papel preponderante para facilitar la inserción social al proceso de desarrollo nacional. En dicho planteamiento también se recomendaba restructurar la dirección de extensión a efecto de que respondiera a las necesidades que en materia de proyección universitaria planteaba la sociedad guatemalteca.  Otro aspecto relevante fue la propuesta de crear los departamentos de extensión universitaria en todas las unidades académicas con el propósito de conformar el Consejo de extensión universitaria.

A finales de 1996, en Guatemala se firmaría la paz y surgirían nuevas expectativas dentro de la población guatemalteca. Esto llevaría a la revisión de la acción universitaria en las comunidades.

A partir de 1998, con el cambio de dirección en la extensión universitaria, se redefinirían los ejes de acción, se reconceptualizarían las funciones y se precisarían las políticas en las distintas áreas de la extensión universitaria.

En 1999 se crearía el Consejo de Extensión Universitaria integrado por representantes de todas las unidades académicas de la universidad que se convertiría en un ente de discusión y consenso para orientar la acción social de la universidad y vincular de manera coordinada, el quehacer de la extensión en las distintas unidades académicas.

Durante el primer congreso de Extensión Universitaria realizado en los inicios del siglo XXI, se coincidió en que la extensión universitaria era la mejor estrategia e instrumento de trabajo para el impacto y operacionalización de la misión constitucional de la Universidad de San Carlos de Guatemala.

La Extensión universitaria se concebiría como un espacio en el que, tanto la sociedad como la universidad se beneficiaran de la interacción, se pretendía que sus acciones se orientaran hacia una universidad autogestionaria y propositiva, abierta al cambio y a la búsqueda de nuevas opciones que se adaptaran a las condiciones propias de nuestro país en el contexto de un mundo globalizado. Se hacía énfasis en la supervivencia de nuestro perfil como nación, la conservación y reivindicación de nuestra cultura y el desarrollo espiritual y social de la comunidad guatemalteca, dentro de un contexto multiétnico, pluricultural y multilingüe.

Durante el Congreso se identificaron seis ejes de acción: el de integración y desarrollo organizacional; el de integración académica y vinculación social; el de conservación y promoción de la cultura y el arte; el de fomento a la salud física y mental; el sistema universitario de comunicación social y divulgación integral y, el de educación continua y extracurricular.

Durante los primeros seis años del nuevo milenio la Dirección de Extensión integraría nuevas unidades para responder a los diagnósticos realizados. Se creo el Programa de Voluntariado Universitario, el Programa de Apoyo a la Alfabetización, el Programa de Atención de Desastres, la Unidad de educación no formal y extracurricular, se creó el Canal de TV Universitaria y la Unidad de Publicaciones y divulgación. Se realizaron diferentes eventos, documentos y publicaciones para profundizar sobre los temas vinculados con la función de extensión y el papel de la universidad en la sociedad.

Con la progresiva desarticulación de la modernidad humanista muchos dejaron de creer en el ideal de la revolución.  El mundo se vio afectado por planteamientos propios de una posmodernidad plagada de individualismo, de teorías del egoísmo, de caos, de relativismo, del deseo de vivir el momento. El ADN social se fue alterando seriamente y se registraría una acelerada transformaciones de valores, comportamientos y creencias que siguen incidiendo en el sentido de participación y pertenencia cultural de nuestros pueblos.

En medio de nuevas formas de ver las cosas, resurgió a finales de la primera década del tercer milenio, el virus de las revueltas al que inicialmente estuvieron vulnerables algunos países del medio oriente, con el que inició un modelo distinto de revolución mediática que se conoció como la primavera árabe. Los movimientos se iniciaron en diciembre de 2010 en Túnez, luego siguieron en Egipto, Libia y Siria y después en Yemen y Argelia, los resultados fueron diversos.

En Guatemala durante el 2010, un grupo de estudiantes descontentos con una decisión de la Corte de Constitucionalidad realizó un cierre de la universidad.  Sin embargo, ante la imposibilidad de modificar la decisión de la corte, el movimiento se enfocaría en un nuevo proceso de Reforma Universitaria que, si bien ha tenido avances, llegó hasta el 2020 sin resultados concretos.

En 2015 se evidenció el poder de la organización social y la representatividad estudiantil, que generó un ejemplar movimiento pacífico que condujo a la caída del gobierno y el encarcelamiento del presidente y la vicepresidenta de la República de Guatemala.

Después de años de lucha, en 2017, estudiantes de una nueva generación vinculados con la conciencia social universitaria, recuperaron la Asociación de Estudiantes Universitarios y comenzaron a impulsar un renacido activismo para mostrar la presencia del estudiantado universitario en la sociedad guatemalteca.

Y, en 2019, más de cuarenta años después de los movimientos sociales de 1968, en diversos lugares del mundo se contagiaron del virus de las revueltas que generó movimientos sin liderazgos definidos y con objetivos distintos. Ese año acumuló la mayor cantidad de protestas que se han dado durante el nuevo milenio. Los escenarios de conflictos fueron lugares tan disímiles como Hong Kong, Chile, Bolivia, Ecuador, Irak, España, Francia. Incluso se dieron protestas estudiantiles en Costa Rica.  Las revueltas han tenido como soporte el poder de las redes sociales, un instrumento que potencia la inmediatez, orienta la movilización de las masas y facilita la comunicación entre grupos y personas, muchas veces desconocidos entre sí. Debe anotarse que de estos movimientos se han obtenido distintos logros, por ejemplo, el iniciado en Chile llevaría a un plebiscito en el que se acordó transformar la constitución política que venía desde el tiempo de la dictadura.

En general estos virus sociales parecen provenir de la inestabilidad, de la falta de esperanza, de la insatisfacción de vivir en una época con un incierto futuro, que no genera expectativas laborales, políticas ni económicas, en el que todo tiende a verse prescindible y efímero.  A esta incertidumbre se agregaría una nueva e inesperada situación.

A finales del 2019 aparecería en el Extremo Oriente un personaje, que en poco tiempo encendería la mecha para iniciar una inesperada revolución.  Un personaje deshumanizado, sin ideología, sin género; que haría tambalear el sistema capitalista, afectaría la economía mundial, paralizaría la producción de mercancías y alteraría las relaciones geopolíticas existentes. Energúmeno, insensible y aparentemente imbatible, modificaría radicalmente la forma de concebir la realidad, las relaciones sociales, las interacciones políticas, los rituales culturales y el comportamiento familiar e individual. 

Pronto se convertiría en un atizador del tradicional conflicto entre el interés social y el interés económico y llevaría a la palestra las discusiones sobre lo verdaderamente importante para la vida, para la tierra y para el futuro.

Un revolucionario que ha obligado a potenciar las herramientas tecnológicas y logrado su uso incremental en la mayoría de los campos sociales, económicos, culturales y educativos. Que demostraría, además, que es posible reducir los niveles de contaminación y recuperar las riquezas naturales y ambientales. Ya saben, hablamos del Covid 19.

La pandemia del coronavirus ha alterado los sistemas democráticos impulsando estados de excepción y medidas antipopulares. Ha puesto a prueba el capitalismo, justificado el control social, ha planteado preguntas sobre la modificación de las estructuras políticas tradicionales y sobre los cambios en los sistemas educativos, también ha generado expectativas sobre la posibilidad de que surjan nuevos sistemas económico-sociales.

Y en la profundidad de esta nueva realidad -en la que se ha acabado con los rituales tradicionales, en la que no está permitido darse la mano, en la que se ha agravado la soledad y el aislamiento, en donde la distancia social destruye la proximidad física y se ha perdido gran parte de las experiencias comunitarias- a los universitarios nos concierne definir cuál será el papel de la extensión y de la universidad en general.

Si bien la pandemia se ha presentado como una fuerza destructiva de las relaciones internacionales, comerciales y humanas, y está avivando las tensiones sociales, también se ha probado que no todo está perdido, que aun existe la solidaridad en el mundo, que la proyección social en nuestras sociedades es más un problema de organización que de actitudes o creencias.

Es esa solidaridad que ha estado atrás del concepto de extensión universitaria desde hace más de 100 años, un valor que permanece y deberá permanecer en cualquier visión extensionista.

Dentro del nuevo paradigma universitario no deberían tener cabida las posiciones violentas, destructivas y absolutistas. En el documento base para la Reforma Universitaria de San Carlos, se planteó que para un cambio institucional no es necesario disolver los antagonismos, tampoco las diferencias y los conflictos, sino manejarlos conforme al respeto mutuo y los valores de una democracia pluralista, no como enemigos dispuestos a excluirse o destruirse.

Esas posturas enfrentadas que por años han planteado dos bandos, por un lado las que defendieron una visión progresista relacionada con la proyección hacia la sociedad, sobre la base de una visión de izquierda, a veces denunciada como comunista, al servicio de los gobiernos marxistas que querían apoderarse de los países latinoamericanos; y por el otro, la visión conservadora, academicista con proyección hacia la inserción laboral del egresado, que se ha relacionado con la derecha y que ha sido tildada de estar al servicio de los intereses capitalistas, de los gobiernos militares y del imperialismo norteamericano. Han sido interpretaciones dicotómicas y absolutistas que unidas a las reacciones de violencia e intransigencia trajeron destrucción y muerte.

Fueron muchos los muertos universitarios cuyo duelo dejó marcas indelebles entre tantas familias y amigos. El 30 de octubre de 2020 la universidad develó unas placas alrededor del monumento a los mártires universitarios en las que se identificaron a más de 730 víctimas del conflicto armado. No podemos volver nunca más a ese siniestro pasado.

Entre múltiples críticas y señalamientos la posmodernidad también ha proclamado la desaparición de las dicotomías, se ven los grises entre el blanco y el negro. El marcado pensamiento racionalista y empírico que marcó la modernidad se va intercalando con la necesidad de entender la complejidad y el caos que marca nuestra realidad.  En el mundo actual el determinismo ya no encuentra cabida, las diferencias étnicas, sexuales y culturales se reconocen y los dogmas podrían debilitarse.

A estas alturas de la evolución social la extensión no podrá convertirse en un instrumento que promueva la violencia y persiga la destrucción, mas bien reclama creatividad para formular estrategias integrales que den prioridad a la proyección social de la universidad. La universidad ha estado presente con su función de extensión universitaria durante las emergencias nacionales, estuvo durante le terremoto en 1976, durante el huracán Mitch en 1998, durante la tormenta Stan en 2005, está presente en la pandemia del 2020 y también ante los últimos sucesos del huracán ETA. Estuvo presente entre diversidad de enfoques y gobiernos universitarios, porque la universidad en una institución con la que Guatemala ha contado gracias a la solidaridad de miles de universitarios de distintas generaciones.

Pero demanda de un nuevo modelo. En este la universidad debiera perseguir acciones preventivas más que reactivas, dar asistencia pero evitar la visión paternalista o instructiva que diga qué hacer, impulsar relaciones horizontales que establezcan diálogos constructivos, que valoren y aprovechen la sabiduría y experiencia local, que aprecien los valores culturales, el uso sostenible de los recursos, que contribuyan a identificar oportunidades de desarrollo y ayuden a construir mejores condiciones sociales y ambientales para un futuro incierto.  Se demanda de una extensión con un alto nivel de pertinencia y vinculación con los distintos sectores sociales.

La pandemia de 2020 se ha constituido en una oportunidad para replantear la acción universitaria y para explorar nuevos modelos. Sin duda estamos en un nuevo punto de inflexión en la historia, un quiebre en el espacio tiempo y si bien no ha cambiado la forma de pensar de muchos actores, ha brindado la oportunidad de demostrar que la universidad puede enfocarse en estrategias innovadoras que favorezcan, tanto la investigación y la docencia, como la extensión. 

Más allá de una visión estática, lineal y delimitante; se requiere de una vinculación holista y verdaderamente integrada, que además de revisar las funciones, modifique una cultura organizacional acomodada y desarticulada, que logre responder a un mundo en condiciones distintas y en permanente cambio.

La educación superior no sólo debe prepararse para enfrentar adecuadamente el fenómeno de la posnormalidad, debe constituirse también en baluarte para conservar y fortalecer los valores culturales y la identidad de nuestros pueblos. 

Se necesitará de la voluntad de todos los universitarios para fortalecer la acción consensuada y la disposición de innovar y cambiar los tradicionales paradigmas para dar respuestas efectivas ante la nueva realidad que nos toca enfrentar.

Finalizo con las palabras de Arundhati Roy, escritora y activista india:

El coronavirus ha puesto a los poderosos de rodillas y ha frenado al mundo como nada más podría. Nuestras mentes aún están dando vueltas sin parar, y anhelan el regreso de la «normalidad», intentan unir nuestro futuro con nuestro pasado y se rehúsan a reconocer la ruptura. Pero la ruptura existe. Y en medio de esta terrible desesperanza, se nos ofrece una oportunidad de repensar la máquina del fin del mundo que construimos para nosotros mismos. Nada podría ser peor que un regreso a la normalidad. Históricamente, las pandemias han obligado a los seres humanos a romper con el pasado e imaginar su mundo de nuevo. Esta no es diferente. Es un portal, una puerta entre un mundo y el siguiente.

Podemos optar por cruzarlo arrastrando tras nosotros las carcasas de nuestro prejuicio y odio, nuestra avaricia, nuestros bancos de datos e ideas muertas, nuestros ríos muertos y cielos llenos de humo. O podemos atravesarlo caminando ligeros, con escaso equipaje, listos para imaginar otro mundo. Y listos para luchar por él.

Byron Rabe

Charla presentada el 12 de noviembre de 2020 en evento organizado por la Dirección General de Extensión Universitaria de la Universidad de San Carlos de Guatemala