lunes, 26 de septiembre de 2022

La posmodernidad, un delirante cuento inacabado.

 


He planteado esta disertación como un cuento, una narración que, para fines ilustrativos, incluye situaciones extremas, que no deben generalizarse y que en su mayoría podrían afectar a otras latitudes, pero cuya realidad podría alcanzarnos. La cultura global tiende a influirnos y sus causas y efectos necesitan atenderse en diferentes espacios de reflexión para buscar el entendimiento en un medio cada vez más polarizado.

Estamos pasando de la utópica racionalidad de la modernidad a una advertencia distópica propia de la posmodernidad. La utopía buscaba una felicidad universal un paraíso inexistente que hemos visto que no tuvo cabida en la realidad ansiada en la modernidad; en tanto que, la distopía posmoderna presenta seductoras voces de alerta ante un futuro decadente y apocalíptico.

Byron Rabe

 

Eso a nosotros no nos alcanzará. No, a nosotros, nunca.

 

La posmodernidad llegaría para cuestionar la cordura reinante de la modernidad, y aunque partiría de nociones sueltas, sin un discurso homogéneo, en el camino iría sumando ideas y perspectivas diversas que, alimentadas por la complejidad, llevarían irremediablemente al caos que agitaba una época de cambio e inclusión de nuevos valores y visiones.

Conforme se fue apagando el aguerrido siglo XX y prendiendo el incierto siglo XXI, más se derrumbaba la modernidad. No sólo en lo que ya se consideraba como una obtusa racionalidad plagada de preceptos reduccionistas y enfocadas en lo cuantitativo de la ciencia; también en la visión funcional del diseño que debía adaptarse a nuevas realidades, tecnologías, conservación del ambiente y variaciones éticas y estéticas. Pero algo más estaba cambiando. Poco a poco se iba disminuyendo la influencia de los valores tradicionales que habían regido al mundo occidental varios siglos.

Durante un indefinido período que se fue haciendo visible después de la segunda guerra, se había mantenido un traslape de visiones que todavía no terminaba de precisarse. La influencia de la posmodernidad se observaba en la estética, que ahora valoraba el gusto popular y que dejó de seguir, necesariamente, las pautas de belleza prestablecidas por la cultura dominante; se notaba en la activa presencia de quienes abogaban por sus derechos; en un progresivo despertar de respeto y valoración de las diferencias; en las manifestaciones de pluralidad en un mundo que había sido controlado por pocos y en el que parecía, que por fin, participaban las minorías que poseían características y pensamientos diferentes.

Se ofrecía mejorar el rígido modelo de la modernidad que había sido demarcado por un progreso normativo y lineal que, para muchos no había funcionado. En la posmodernidad se fueron haciendo avances en el respeto a la pluralidad, la multiplicidad, las contradicciones y la simultaneidad de ideas y valores. Se habían abierto oportunidades para alcanzar una libertad, antes no experimentada, que llevaría a romper las tradiciones culturales y sociales.

Los poderes económicos, siempre atentos, aprovecharían la apertura y promoverían estrategias menos enfocadas en las necesidades, la racionalidad o la funcionalidad como se había hecho en la modernidad. Ahora responderían a los deseos, a los gustos o a lo trivial, propio de la realidad que se estaba viviendo.

Se asomaban múltiples oportunidades de negocios en un mercado global y totalitario que diseñaría estrategias para promover el consumo sin culpas, que satisficiera el ahora, en congruencia con la idea de muchos jóvenes que asumían que, ante la incertidumbre, lo mejor era vivir el momento y priorizar la diversión.

En el mundo se comenzaría a superar la culpabilidad por rechazar los valores tradicionales. Pronto se irían sumando más personas y grupos a una discutida cultura de todo se vale. Se afectarían las pautas del comportamiento social, la moral, la religión y los valores familiares. Se iría disminuyendo la importancia de la familia funcional que hasta hacía poco había sido la base de la sociedad.  

Entre todos estos progresivos y encontrados cambios se iría robusteciendo el concepto de lo efímero, en el que todo tendía a ser desechable incluso la amistad y las parejas. Muchos jóvenes dejarían de pensar en el matrimonio. Tener descendencia pasaría a formar parte de un futuro impreciso, quizás inviable. Un proyecto futuro podría desmotivar un placentero presente.

El placer ocuparía un lugar especial en un ahora sin culpas, sin lazos y sin obligaciones. Se variarían notablemente los comportamientos sexuales desde temprana edad. Se separaría el sexo del amor, el hedonismo llegaría a nuevos niveles llevando al absoluto de que la vida era el placer del instante.

Se observaba un creciente interés por el culto al cuerpo, se favorecerían el ejercicio y la vida sana. Para algunos, mas que para vivir, era para presumir en un ámbito cada vez más narcisista. Los deseos de ser más bellos se facilitaban con los nuevos y amplios estándares estéticos.  El deseo de figurar, de ser más reconocidos, de lograr más likes en las redes, podían llevar a modificaciones físicas, a exposiciones mediáticas controvertidas, que peligrosamente influían en algunas jóvenes mentes que bien podrían preferir sustituir el baile de la adolescencia o un viaje de graduación por cirugías estéticas.

En la escuela ya no se reprendía al niño, ahora los padres reprendían al maestro y se generaba una lucha entre lo que se debía enseñar en la escuela y los valores que deberían surgir en la familia. La separación entre la niñez y el adulto comenzó a hacerse imperceptible en algunos temas, se descuidó la infancia y se estaban construyendo niños sin niñez, retraídos en sus dispositivos electrónicos, niños adultos educados para el consumo, con influencia directa de los medios de comunicación masiva que promovían la subjetividad del consumidor. Se estaban creando nuevas realidades en las que el niño decidía e influía sobre los padres que evitaban esfuerzos que no encajaran con el nuevo mundo y estimulaban comportamientos que contradecían lo que la modernidad establecía como propio de las primeras edades.

En el plano estético, al igual que el Dadaísmo, (que algunos consideran el verdadero inicio de la posmodernidad), se propiciaría lo absurdo, lo chusco y lo irracional.  Se verían curiosos desfiles de modas extravagantes que transgredían los patrones clásicos del buen gusto promovido por la modernidad. Alguien podía sentirse a la moda con ropa rota, o al mostrar los calzoncillos o las tangas saliendo del pantalón, incluso podía sentirse chic con una silla en la cabeza. El traje con corbata pasaría a ser parte de la historia de la moda para muchas juventudes.

Había quienes irían más allá del vestuario y buscarían una identidad irreverente, algunos enhebrando un aro en la nariz, aguzando las orejas o hinchándose los labios.    No faltarían los que afectaran su propia naturaleza corporal insertando implantes, que iban desde nalgas y pechos, hasta cachos. Otros mutilarían distintas partes del cuerpo para generar una estética distinta por no decir monstruosa. Algunos, menos destructivos saturarían el cuerpo de tatuajes o simplemente usarían piercings en diversos y sugerentes lugares del cuerpo.

Entre tantas contradicciones socio culturales la posmodernidad avanzaba con criterios difusos y sin límites. Daba la oportunidad de manejar el diseño y cualquier expresión cultural de la manera que se antojara, era posible que una ocurrencia se volviera una tendencia que sería aprovechada para promover el consumo.

El criterio de todo vale se había hecho presente en la publicidad, en la música, en destructivas protestas, hasta en la explotación sexual forzada o complaciente.  Incluso en algunos contextos llegó a considerarse habitual y aceptable la práctica del sugar daddy y la sugar mammy.

El clásico modelo de la sexualidad dominante pasaría a la historia. Lo masculino y femenino no era lo mismo que hombre y mujer, surgirían diversos géneros que se irían consolidando en el espectro de la sexualidad. Una aplicación de citas en red conocida como la más popular del mundo, para evitar confusiones y discrepancias, identificó a más de 25 clasificaciones de identidades de género con las que se podía ligar o experimentar, de acuerdo con las preferencias.  

 

Varios personajes haciendo muestra de su coherencia con los nuevos valores de inclusión sexual, informaron que habían hecho eco de los pedidos de sus pequeños hijos para iniciarles un cambio de género. Mientras tanto se abrían posibilidades para que un creciente número de niños y preadolescentes, que creían estar atrapados en el cuerpo equivocado, pudieran recibir tratamiento como parte de programas para cambiar de sexo.

Fue notoria la creciente demanda de videojuegos diseñados para niños y jóvenes. Algunos daban nuevas herramientas para el desarrollo de habilidades propios de la juventud de la época, pero otros, podían generar adicción, propiciar la violencia dentro de un mundo virtual en el que podían matar personas o animales sin culpa alguna, habituarse al concepto de las drogas o experimentar comportamientos criminales y el irrespeto a las autoridades. En casos extremos podía promoverse la explotación sexual, la violencia hacia la mujer, así como familiarizarse con estereotipos raciales y sexuales, además de utilizar palabras indecentes y proferir obscenidades ya comunes en la nueva realidad.   

De similar manera, se hacían cada vez más populares entre jóvenes y adolescentes, canciones de géneros urbanos, con explícitos mensajes sobre violencia, sexo y drogadicción que hacían que los artistas fueran venerados por la juventud.  Eran pegajosas manifestaciones musicales, muchas veces carentes de valores de contenido melódico y conceptual, que además tenían como principal aporte cultural contradecir los valores tradicionales, mostraban conductas misóginas que despreciaban a la mujer y utilizaban lenguajes y movimientos corporales antes impensables de mostrar en ningún medio.

El auge de las redes sociales brindaría nuevas oportunidades para el aprendizaje y el teletrabajo, para obtener información en tiempo real y descubrir otras culturas y comportamientos y abrir posibilidades antes no imaginadas.  El internet se convertiría en parte del individuo, el acceso a la información y una realidad aumentada nunca soñada se haría más que presente y surgiría un nuevo concepto de metaverso que iría de la realidad virtual a una realidad paralela y cambiaría nuevamente la forma de pensar, de comportarse y de comprar.

En el maremágnum posmoderno, la era digital también permearía los hogares y la psicología de los grupos e individuos. La invasión de redes sociales haría surgir personajes como los blogueros, los influencer, los netcenter, los tiktokers y de otras denominaciones, así como, muchas nuevas aplicaciones.  Algunos blogueros fueron marcando presencia en las redes con un objetivo inicial que pudo ser informar o entretener. Los influencer, en algunas oportunidades sin criterios o experiencias previas, pero con mucha popularidad, a veces generada por el atractivo sexual, la casualidad, una broma inicial o una marcada diferencia, tendrían una destacada participación en alguna o varias ramas y expresaban opiniones sobre temas concretos para ejercer influencia y ser más reconocidos entre los internautas.  Pronto los aprovecharían para atraer o inspirar un producto, servicio o marca. 

Pero las animadversiones, las envidias, los odios, las luchas sectarias o el simple deseo de arruinar la imagen de los otros, también se haría presente en las redes sociales. En el marco de un anonimato total o parcial, al no tener que enfrentar físicamente al interlocutor, se propició una cultura de resentimiento y cizaña que se haría cada vez más intensa.

Surgió el negocio de la manipulación virtual a cargo de los netcenters y otros personajes o grupos. Esta práctica evolucionó desde el fanatismo social o político hasta el desarrollo de negocios rentables. Se concibió el término de sicarios digitales, encargados de destruir a grupos o personas por medio de las redes. Todo sería utilizado para el negocio y la política en la posmodernidad.

A lo largo de este proceso se hizo mas notorio y criticado que había actores invisibilizados y discriminados. El nuevo contexto permitió y propició los reclamos y nuevas luchas para lograr mayor presencia y reconocimiento en la sociedad.

La opresión y discriminación a la que estos sectores habían estado sujetos generó protestas y reivindicaciones. Algunas de estas luchas se saldrían del marco normativo y de los valores que había establecido la modernidad y llevarían a un nuevo modelo de enfrentamientos.

La era de la posmodernidad alcanzaría un nuevo nivel en la segunda década del siglo XXI con el desarrollo de la cultura Woke o wokismo surgida en los Estados Unidos.  Este movimiento inicialmente buscaba responder a las injusticias y desigualdades, empezó con el tema racial, fue incorporando la ideología de género y posteriormente cuestionaría la civilización occidental de base cristiana.

 

Se mostraría como una rebelión contra la opresión, el racismo y la discriminación, pero pronto endurecería las posiciones identitarias a nivel étnico, sexual, religioso y cultural. Tomaría un sendero ideológico totalitario de izquierda para exigir una justicia de corte vengativo que daría nuevos elementos para generar reacciones de la derecha extrema.

Ante su crecimiento e impacto, el wokismo se iría radicalizando, se haría impermeable a la crítica, daría la espalda a los hechos y descartaría el diálogo rechazando razones y datos. Se convertiría en un movimiento dogmático que no admitía cuestionamientos, pero que se apropiaría del derecho de censurar y anular todo lo relacionado con la historia o la cultura que le pareciera ofensivo, que pronto llevaría al fortalecimiento de la cultura de la cancelación.

Con esta nueva cultura se boicotearía la libertad de expresión, ya no se pondría énfasis en lo común sino en las diferencias, se buscaría fragmentar y dividir a la sociedad. Se promovería el revisionismo histórico, no con el objeto de aclarar los hechos sino de generar odios y revanchismos atemporales. También se exigiría revisar el lenguaje, volverlo inclusivo y eliminar insinuaciones raciales o de género. Se propiciaría la ira, la cólera fanática, se exhortaría a derrumbar estatuas, personajes históricos y símbolos de la modernidad.

Se castigaría severamente cualquier publicación, comentario o postura que no convergiera con el movimiento.  Cancelar a una persona significaba invalidar no sólo sus opiniones, también tratar de anular su existencia, de arruinarle la vida social, profesional y laboral. 

Se había creado un movimiento sin estructura definida, sin dirigentes identificados que se convertiría en acusador, juez y verdugo, que descartaba el derecho de defensa de los acusados y desahuciaba la duda razonable, que aplicaría diversos niveles de crueldad desatendiendo la disculpa o el perdón.

Se convertiría el revanchismo social como un medio de catarsis y atracción de adeptos, de purga para un sistema considerado obsoleto. Había surgido un nuevo autoritarismo colectivo, un monstruo sin cabeza que intimidaba y generaba miedo a opinar.

 

Se verían múltiples ejemplos propios de la cultura de la cancelación, la vandalización de monumentos, el derribo de estatuas, la cancelación de obras cinematográficas y literarias, el ataque a profesores que no apoyaron la nueva corrección política. Se presionaría a organizaciones a despedir personas por sus comentarios, se lincharía en las redes sociales a cómicos, periodistas, profesores universitarios y artistas cuyas observaciones no encajaran con el wokismo.  La ira identitaria ya no se manifestaba con antorchas sino con el uso de los medios electrónicos, que tenían mucho mayor alcance.  En fin, se estaba erigiendo un nuevo fascismo intelectual y social contra la libertad de expresión.

La situación sería presa del linchamiento de un personaje animado de mediados del siglo XX, Pepe Le Pew, debido a que algunas personas veían conductas que podrían ser nocivas para los niños de la sociedad actual. O Speedy González por promover estereotipos raciales. También personajes como el Grinch, el Lorax y el Gato con sombrero, y otros que deberían descartarse porque contaban historias racistas o machistas.

Con una visión contraria se promovían personajes con nuevos valores como la marioneta Gonzo, un famoso personaje de un programa infantil mundialmente conocido, que había aceptado públicamente su homosexualidad. Se observaría también que en diversas series animadas para niños se incluía a personajes pertenecientes a la comunidad LGBT.

En medio de este nuevo escenario, al mismo tiempo que se impulsaba un discurso de integración global para derribar las fronteras, también se promovía el resentimiento racial y el separatismo territorial y cultural como una aparente respuesta a siglos de dominación y opresión.

Durante el desarrollo de la posmodernidad se había respaldado la idea de que nadie podía decidir sobre los valores de los demás, pero ahora se estaba viendo que esto aplicaba, siempre y cuando, correspondieran a los referentes mediáticos de los nuevos controladores políticos y sociales. Ya no se trataba sólo de que se respetaran y aceptaran las diferencias, ahora había que imponerlas y modificar los valores e ideas que otros tenían, como ha pasado tantas veces en la historia.

Parecía que volvíamos a lo mismo. Como en el pasado, los criterios no aplicaban a todos por igual y los valores serían aceptados, incluso impulsados, según el beneficio que propiciara o los aportes que hicieran a las ideologías emergentes o dominantes.

En un nuevo modelo que inicialmente propiciaba la tolerancia se fue acomodando la intolerancia. En las redes resaltaba el odio, la ofensa, las realidades a medias, la construcción de mentiras, las teorías de conspiración, las fake news o noticias falsas y la alteración de la verdad.

Con la cultura de la cancelación se irían acallando los pensamientos divergentes. Las pocas voces que se atrevía a disentir serían identificadas y perseguidas por los netsicarios quienes encendían el odio contra ellos y los señalaban como indeseables, parias y hasta vergüenza de la humanidad.  Pronto se daría un aparente silencio de la reflexión intelectual en las redes sociales, las discusiones inteligentes se reducirían o se harían en planos más privados, no sujetos a comentarios de odio y resentimiento.

 La famosa Paradoja de la tolerancia planteada por Popper que se resume que: En nombre de la tolerancia debíamos reclamar el derecho a no tolerar la intolerancia, fue ignorada.

La violencia verbal, emocional y psicológica sería aceptada como parte de la nueva realidad.  Los nuevos marcos legales no accionaban por temor a contrariar el derecho de la libre expresión y los derechos humanos de los ofensores.

Entre tanto, parecía hacerse realidad la predicción, que algunos atribuyen a Dostoyevsky: la tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles. 

El desánimo y el desinterés, así como el temor a los linchamientos mediáticos, marcaría la ausencia de la crítica.  La reflexión trascendente, si se atrevía a aparecer, sería blanco de feroces e irracionales ataques, en nombre de la tolerancia.

Modernidad y posmodernidad, un espejismo o una realidad humana. Había quienes añoraban las normativas y valores de antaño. Los detallados planos acompañados de precisas instrucciones que venían con la racional y taxonómica modernidad fueron sustituidos por los esbozos laberínticos de una posmodernidad indefinida, que podían llevar a cualquier parte, o a ninguna. Un futuro que inicialmente se había percibido promisorio se hacía cada vez más incierto y conflictivo.

La humanidad se encontraba prisionera en el carrusel de la posmodernidad, cuyos caballitos cabalgaban desbocadamente en desfigurados círculos extensibles, en un siglo de desequilibrada tolerancia que chocaba repetidamente con el azar, ante un caos que podía llevar a la destrucción de la estructura social que se había conocido.

Los cambios de posición entre los actores mostrarían la naturaleza humana que volvía a repetirse, el oprimido sería manipulado para convertirse en un destructivo e irreflexivo opresor. Se acrecentaría el odio entre los extremos políticos y cada grupo parecía ir asumiendo posturas de ira y rencor, en tanto que las visiones moderadas se hacían menos audibles.

Entre tanto, los verdaderos poseedores del poder económico y político seguían observando los acontecimientos, moviendo los hilos y tejiendo redes para adaptarse y sacar ventaja de las nuevas realidades.  Byung-Chul Han afirmaría que todo se convertía en mercancía, hasta las realidades inmateriales como el amor, la amistad y la pereza.

Ante un creciente fanatismo y conflicto de valores, una nueva decepción estaba cubriendo al mundo. Además de las aumentadas diferencias económicas se estaban ampliando las distinciones socioculturales, se creaba más violencia e irrespeto dentro de los individuos, las familias, los grupos sociales y hasta entre los gobiernos que vieron caer los postulados clásicos de la diplomacia.

La nueva realidad traía los riesgos de la asimetría moral de una progresiva cultura que estaba rompiendo con todos los patrones conocidos. Los extremos se estaban haciendo grotescos y de manera evidente promovían el odio. La libertad se estaba desparramando por los límites del sentido común. 

Una complejidad desoladora, intensificada por una agresiva pandemia, frustraba las inciertas redes de sueños y deseos en un tiempo y espacio incomprensibles.  Las personas se estaban quedando solas dentro de una multitud de likes, en espejismos momentáneos, sin trascendencia; en conflictos de identidad imbuidos en un metaverso con una realidad paralela, en medio de un escenario que amenazaba con una nueva y fundamentalista religión de odio, respaldada por una caza de brujas virtual que perseguía a los herejes y que se desvinculaba de lo verdaderamente importante.

Los logros alcanzados habían brindado esperanza. Los aportes positivos no podían perderse. Para mantenerlos se hacía necesario personas valientes, pero también sensatas que fueran capaces de revisar y fortalecer los valores sociales, familiares e individuales dentro de los cambios que eran ya parte del presente y lo serían también en el futuro.

Si se quería subsistir había que reflexionar sobre los criterios mínimos para la convivencia, revisar los parámetros para impedir caer en una vorágine social totalitaria que podría llevar a la destrucción de lo que somos o deberíamos ser: Seres humanos conscientes de un mundo materialista, permanentemente manipulado y crecientemente conflictivo.  Que demanda enfrentar serias amenazas climáticas, políticas, económicas y sociales, y debiera favorecer la satisfacción emocional, sicológica y física de sus habitantes.

Si algo había impulsado la posmodernidad, dentro de la agobiante complejidad y el caos, era la flexibilidad.  Se mantenían las oportunidades para deconstruir los procesos por medio de visiones creativas que buscaran la satisfacción del alma y del cuerpo, y promovieran el bienestar social e individual.

Sin duda la humanidad seguiría evolucionando dentro de una realidad en que lo único certero era el cambio, pero no se daría por vencida. En una distópica posmodernidad todo esto sonará a utopía. Pero como respondió Eduardo Galeano cuando le preguntaron:  ¿Para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.

 

Federico García Lorca había expresado hacía casi un siglo: El más terrible de los sentimientos es el de tener la esperanza perdida.

 

 febrero, 2022

 

 

 

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