Introducción
Por Byron Rabe
El
autor trata de simplificar un panorama complejo lleno de contradicciones y
ambigüedades, que en suma lo que persiguen es que el lector piense que en el
tema de la ética y ejerza su capacidad de elegir de acuerdo con sus propias
creencias. Con un leguaje simple
dirigido a adolescentes presenta una serie de criterios que orientan el
accionar ético tratando de diferenciarlo de lo propiamente moral, aunque es
evidente que no logra desligarse de esto porque ética y moral están
intrínsecamente relacionadas.
Se
refiere a las cosas que nos convienen, a las que solemos llamarles buenas y a
las que nos sientan mal que tildamos de malas.
Esto constituye un criterio, de que es bueno aquello que me beneficia,
siempre y cuando no haga mal a los demás.
Savater
considera que el hombre a diferencia de los animales es un ser racional al que
se le da la opción de elegir y por lo tanto de equivocarse. Sin embargo, hace énfasis en que no somos libres de elegir lo que nos pasa
sino libres para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo, así como, que el ser libres para intentar algo no
necesariamente significa que vayamos a lograrlo, pero vale la pena escoger
nuestro propio camino.
A
veces son las circunstancias las que nos obligan a elegir y la decisión a tomar
puede deberse a diferentes criterios, generalmente relacionados con nuestros
propios valores y cultura, pero también a las motivaciones como las órdenes, que pueden convertirse en un
escudo para protegernos de decisiones en las que siempre tendremos responsabilidad,
o las costumbres que no
necesariamente son correctas o bien
los simples caprichos. Al final sólo yo
soy el responsable de mis acciones y nadie puede dispensarme de elegir y
afrontar las consecuencias de mi elección.
En cualquier caso las consecuencias de cada decisión deben ser evaluadas
detenidamente, lo que no es necesariamente ético, ya que nuestras acciones
deben obedecer más a principios, que al temor a las consecuencias. En este caso estaremos actuando más por
criterios morales o legales, que por la ética personal.
Una
diferencia sustancial con los criterios tradicionales de la ética fundamentada
en la religión es que Savater plantea como parte del desarrollo humano tener la
capacidad de darse la buena vida, de cumplir con las aspiraciones personales,
de escoger el propio camino, de disfrutar del cuerpo y del medio, de atreverse
a ser feliz. El egoísmo puede ser bueno
si está en función del desarrollo del ego, del logro propio; si no es concebido
en los términos tradicionales de mezquindad y aislamiento. De cualquier manera, es claro que el ser
humano necesita estar bien consigo mismo para poder estar bien con los demás.
Otro
aspecto es que las cosas que tenemos también nos tienen a nosotros. De las cosas sólo pueden sacarse cosas. Y si bien lo material puede darnos una buena vida sólo la interrelación humana puede darnos lo que realmente
importa, podemos tener mucho y no lograr la felicidad por la soledad en que nos
encontramos. No necesitamos apoyarnos en
cosas de afuera, que no tienen nada que ver con lo que realmente somos y
necesitamos. El accionar ético es una
actitud, un principio de vida.
El
criterio que manifiesta el autor de hacer
lo que se quiera no se refiere a hacer lo que se me da la gana sin considerar
los efectos que nuestras acciones puedan tener ante los demás. Hacer
lo que se quiere significa escoger nuestro propio camino, tener presentes
nuestros deseos con el objetivo de ser felices, pero considerando la situación
de los demás. Lo que a la larga puede
significar fortalecer esa misma felicidad.
Esto, de nuevo, dependerá de los valores propios y del contexto en que
cada ser humano se haya desarrollado.
A
muchas personas esos planteamientos pueden ofenderles por que su contexto y
oportunidades les han sido totalmente desfavorable y sus valores pueden
responder a esos mismos escenarios por lo que sus valores pueden ser muy
diferentes. Lo que yo necesito, o lo que
es bueno para mi no necesariamente es bueno para otros. Por ejemplo es común que algunos hagan daño a
otros o cometan evidentes delitos, pero no los entiendan de esa manera. Estas personas pueden justificarse y defender
su actuar en función de su propia circunstancia o necesidad de sobrevivencia,
además debe considerarse que puede ser que esta conducta sea la única que
conozcan.
Al
estilo de Gardner, podríamos hablar de una inteligencia ética, esa capacidad
que traen ciertas personas para actuar en correspondencia con los valores que
favorecen la convivencia, la paz y el desarrollo integral, de ser congruentes
con las necesidades generales, y de enfocarse hacia el bien común.
También
podríamos hablar de procesos basados en experiencias y vivencias, de haber
superado obstáculos, de haber transitado por los distintos niveles de satisfacción,
explicados en la famosa pirámide de Maslow, en la que en cada nivel la
valoración de los criterios éticos podría variar, según las necesidades, el contexto
y las experiencias.
La carga
de nuestras decisiones es sólo nuestra.
La incidencia de los valores morales y religiosos no definen totalmente
nuestro accionar, cada uno decide el camino a seguir y no puede responsabilizar
a nadie más.
A continuación comparto un resumen sobre lo que consideré más relevante de esta obra de gran valor para iniciar el estudio sobre el tema.
RESUMEN
1.
De qué va la ética
Entre
todos los saberes posibles existe al menos uno imprescindible: el de que
ciertas cosas nos convienen y otras no si queremos seguir viviendo. De modo que
a lo que nos conviene solemos llamarlo «bueno» porque nos sienta bien; otras, en cambio, nos sientan mal y a eso lo llamamos «malo». Saber lo
que nos conviene, es decir: distinguir entre lo bueno y lo malo, es un
conocimiento que todos intentamos adquirir.
En lo
único que a primera vista todos estamos de acuerdo es en que no estamos de
acuerdo con todos.
Libertad. Los animales no tienen más remedio
que ser tal como son y hacer lo que están programados naturalmente para hacer.
No se les puede reprochar que lo hagan ni aplaudirles por ello porque no saben comportarse de otro modo.
En cierta medida, los hombres también estamos programados por la naturaleza. Por
mucha programación biológica o cultural que tengamos, los hombres siempre
podemos optar finalmente por algo que no esté en el programa. Podemos decir
«sí» o «no», quiero o no quiero.
Es
cierto que no estamos obligados a querer hacer una sola cosa. Y aquí conviene
señalar dos aclaraciones respecto a la libertad: Primera: No somos libres de elegir lo que nos pasa sino libres
para responder a lo que nos pasa de tal o cual modo. Segunda: Ser libres para intentar
algo no tiene nada que ver con lograrlo
indefectiblemente. No es lo mismo la libertad (que consiste en elegir dentro de
lo posible) que la omnipotencia (que sería conseguir siempre lo que uno quiere,
aunque pareciese imposible). Por ello, cuanta más capacidad de acción tengamos, mejores resultados podremos obtener
de nuestra libertad.
Uno
puede considerar que optar libremente por ciertas cosas en ciertas
circunstancias es muy difícil y que
es mejor decir que no hay libertad para no reconocer que libremente se prefiere
lo más fácil. De modo que parece
prudente fijarnos bien en lo que hacemos y procurar adquirir un cierto saber
vivir que nos permita acertar. A ese saber vivir, o arte de vivir si prefieres,
es a lo que llaman ética.
2. Ordenes,
costumbres y caprichos
No
siempre está claro qué cosas son las que nos convienen. Aunque no podamos
elegir lo que nos pasa, podemos en cambio elegir lo que hacer frente a lo que
nos pasa. Cuando vamos a hacer algo, lo hacemos porque preferimos hacer eso a hacer otra cosa, o porque preferimos hacerlo
a no hacerlo.
Por lo
general, uno no se pasa la vida dando vueltas a lo que nos conviene o no nos
conviene hacer. Si vamos a ser sinceros, tendremos que reconocer que la mayoría
de nuestros actos los hacemos casi automáticamente, sin darle demasiadas
vueltas al asunto has actuado de manera casi instintiva, sin plantearte muchos
problemas. En el fondo resulta lo más cómodo y lo más eficaz. A veces darle
demasiadas vueltas a lo que uno va a hacer nos paraliza.
Motivo: es la razón que tienes o al menos
crees tener para hacer algo, la explicación más aceptable de tu conducta cuando
reflexionas un poco sobre ella. En una palabra: la mejor respuesta que se te
ocurre a la pregunta «¿por qué hago eso?». Pues bien, uno de los tipos de
motivación que reconoces es el de que yo te mando que hagas tal o cual cosa. A
estos motivos les llamaremos órdenes.
En otras ocasiones el motivo es que sueles hacer siempre ese mismo gesto y ya
lo repites casi sin pensar, o también el ver que a tu alrededor todo el mundo
se comporta así habitualmente: llamaremos costumbres
a este juego de motivos. En otros casos el motivo parece ser la ausencia de
motivo, el que te apetece sin más, la pura gana. ¿Estás de acuerdo en que
llamemos caprichos al por qué de
estos comportamientos?
Cada uno
de esos motivos inclina tu conducta
en una dirección u otra, explica más o menos tu preferencia por hacer lo que haces frente a las otras muchas cosas
que podrías hacer. Las órdenes, por
ejemplo, sacan su fuerza, en parte, del miedo que puedes tener a las
represalias. Las costumbres, en cambio, vienen más bien de la comodidad de seguir la rutina en ciertas
ocasiones y también de tu interés de no contrariar a los otros, es decir de la presión de los demás. Las órdenes y las costumbres tienen una cosa
en común: parece que vienen de fuera,
que se te imponen sin pedirte permiso. En cambio, los caprichos te salen de dentro, brotan espontáneamente sin que
nadie te los mande ni creas imitar.
3. Haz lo que
quieras
La
mayoría de las cosas las hacemos porque nos las mandan, porque se acostumbra a
hacerlas así, porque son un medio para conseguir lo que queremos o
sencillamente porque nos da la ventolera o el capricho de hacerlas, así, sin
más ni más. Esto tiene que ver con la cuestión de la libertad, que es el asunto del que se ocupa propiamente la ética Libertad es poder decir «sí» o «no»; lo
hago o no lo hago, digan lo que digan; esto me conviene y lo quiero, aquello no
me conviene y por tanto no lo quiero. Libertad
es decidir, pero también, darte
cuenta de que estás decidiendo. Lo más opuesto a dejarse llevar, como podrás comprender. Y para no dejarte llevar no
tienes más remedio que intentar pensar al menos dos veces lo que vas a hacer.
La primera vez que piensas el motivo
de tu acción la respuesta a la pregunta «¿por qué hago esto?» lo hago por que
me lo mandan, porque es costumbre hacerlo, porque me da la gana. Pero si lo
piensas por segunda vez, la cosa ya
varía. Esto lo hago porque me lo mandan, pero... ¿por qué obedezco lo que me
mandan? ¿por miedo al castigo?, ¿por esperanza de un premio?, ¿no estoy
entonces como esclavizado por quien
me manda? Si obedezco porque quien da las órdenes sabe más que yo, ¿no sería
aconsejable que procurara informarme lo suficiente para decidir por mí mismo?
¿Y si me mandan cosas que no me parecen convenientes,
como cuando le ordenaron al comandante nazi eliminar a los judíos del campo de
concentración? ¿Acaso no puede ser algo «malo» --es decir, no conveniente para
mí-- por mucho que me lo manden, o «bueno» y conveniente aunque nadie me lo
ordene?
Lo mismo
sucede respecto a las costumbres. Si no pienso lo que hago más que una vez,
quizá me baste la respuesta de que actúo así «porque es costumbre». Y cuando me
interrogo por segunda vez sobre mis caprichos, el resultado es parecido. Muchas
veces tengo ganas de hacer cosas que en seguida se vuelven contra mí, de las
que me arrepiento luego. En asuntos sin importancia el capricho puede ser
aceptable, pero cuando se trata de cosas más serias dejarme llevar por él, sin
reflexionar si se trata de un capricho conveniente o inconveniente, puede
resultar muy poco aconsejable, hasta peligroso.
Nadie
puede ser libre en mi lugar, es decir: nadie puede dispensarme de elegir y de
buscar por mí mismo.
No habrá
más remedio, para ser hombres y no borregos que pensar dos veces lo que
hacemos. Y si me apuras, hasta tres y cuatro veces en ocasiones señaladas.
La
palabra «moral» etimológicamente
tiene que ver con las costumbres, pues eso precisamente es lo que significa la
voz latina: mores, y también con las
órdenes, pues la mayoría de los preceptos morales suenan así como «debes hacer
tal cosa» o «ni se te ocurra hacer tal otra». Sin embargo, hay costumbres
órdenes que pueden ser malas, o sea
«inmorales», por muy ordenadas y acostumbradas que se nos presenten. Si
queremos profundizar en la moral de verdad, si queremos aprender en serio cómo
emplear bien la libertad que tenemos, más vale dejarse de órdenes, costumbres y
caprichos. Lo primero que hay que dejar claro es que la ética de un hombre
libre nada tiene que ver con los castigos ni los premios repartidos por la
autoridad que sea, autoridad humana o divina, para el caso es igual. El que no
hace más que huir del castigo y buscar la recompensa que dispensan otros, según
normas establecidas por ellos, no es mejor que un pobre esclavo.
«Moral» es el conjunto de
comportamientos y normas que tú, yo y algunos de quienes nos rodean solemos
aceptar como válidos; «ética» es la
reflexión sobre por qué los
consideramos válidos y la comparación con otras «morales»que tienen personas
diferentes.
4.
Date la buena vida
No le
preguntes a nadie qué es lo que debes hacer con tu vida: Pregúntatelo a ti
mismo. Si deseas saber en qué puedes emplear mejor tu libertad, no la pierdas
poniéndote ya desde el principio al servicio de otro o de otros, por buenos,
sabios y respetables que sean: interroga sobre el uso de tu libertad... a la
libertad misma.
«Haz lo que quieras» no es más que una
forma de decirte que te tomes en serio el problema de tu libertad, lo de que
nadie puede dispensarte de la responsabilidad creadora de escoger tu camino.
Una cosa es que hagas «lo que quieras» y otra bien distinta que hagas
«lo primero que te venga en gana». Si te digo que hagas lo que quieras, lo
primero que parece oportuno hacer es que pienses con detenimiento y a fondo qué
es lo que quieres.
Muy
pocas cosas conservan su gracia en la soledad; y si la soledad es completa y
definitiva, todas las cosas se amargan irremediablemente. La buena vida humana
es buena vida entre seres humanos o
de lo contrario puede que ser vida pero no será ni buena ni humana. El hombre no es solamente una realidad
natural sino también una realidad cultural.
No hay humanidad sin aprendizaje cultural y para empezar sin la base de toda
cultura, el lenguaje. Pero nadie puede aprender a hablar por sí solo
porque el lenguaje no es una función natural y biológica del hombre sino una
creación cultural que heredamos y aprendemos de otros hombres.
Por eso
hablar a alguien y escucharle es tratarle como a una persona, por lo menos
empezar a darle un trato humano. Es sólo un primer paso, desde luego, porque la
cultura dentro de la cual nos humanizamos unos a otros parte del lenguaje pero
no es simplemente lenguaje. Hay otras formas de demostrar que nos reconocemos como humanos, es decir,
estilos de respeto y de miramientos humanizadores que tenemos unos para con
otros. Todos queremos que se nos trate así y si no, protestamos. Lo más
importante de todo esto: la humanización
es un proceso recíproco . Para
que los demás puedan hacerme humano, tengo yo que hacerles humanos a ellos; si
para mí todos son como cosas o como bestias, yo no seré mejor que una cosa o
una bestia tampoco. Por eso darse la
buena vida no puede ser algo muy distinto a fin de cuentas de dar la buena vida.
5. ¡Despierta,
baby!
La vida es complejidad y casi siempre complicaciones. La verdad es que las
cosas que tenemos nos tienen ellas también a nosotros en contrapartida: lo que
poseemos nos posee.
Cuando
tratamos a los demás como cosas, lo que recibimos de ellos son también cosas:
al estrujarlos sueltan dinero, nos sirven, salen, entran, se frotan contra
nosotros o sonríen cuando apretamos el debido botón... Pero de este modo nunca
nos darán esos dones más sutiles que sólo las personas pueden dar. No
conseguiremos así ni amistad, ni respeto, ni mucho menos amor. Ninguna cosa puede
brindarnos esa amistad, respeto, amor... en resumen, esa complicidad fundamental que sólo se da entre iguales y que a ti o a
mí que somos personas, no nos pueden ofrecer más que otras personas a las que
tratemos como a tales. Lo del trato es importante, porque ya hemos dicho que
los humanos nos humanizamos unos a otros.
Al no
convertir a los otros en cosas defendemos por lo menos nuestro derecho a no ser cosas para los otros. A
las cosas hay que manejarlas como a cosas y a las personas hay que tratarlas
como personas: de este modo las cosas nos ayudarán en muchos aspectos y las
personas en uno fundamental, que ninguna cosa puede suplir, el de ser humanos.
Se puede
ser listo para los negocios o para la política y un solemne borrico para cosas
más serias como lo de vivir bien o no.
Te repito una palabra que me parece crucial papa este asunto: atención.
No me refiero a la atención del búho, sino a la disposición a reflexionar sobre
lo que se hace y a intentar precisar lo mejor posible el sentido de esa «buena
vida» que queremos vivir. Yo creo que la primera e indispensable condición
ética es la de estar decididos a vivir de cualquier modo: estar convencido de
que no todo da igual aunque antes o después vayamos a morirnos. Cuando se habla
de «moral» la gente suele referirse a esas órdenes y costumbres que suelen
respetarse por lo menos aparentemente y a veces sin saber muy bien por qué.
Pero quizá el verdadero intríngulis no esté en someterse a un código o en
llevar la contraria a lo establecido sino en intentar comprender, por qué ciertos comportamientos nos convienen y otros
no, comprender de qué va la vida y qué es lo que puede hacerla «buena» para
nosotros los humanos. Ante todo, nada de contentarse con ser tenido por bueno, con quedar
bien ante los demás, con que nos den aprobado.
Pero el esfuerzo de tomar la decisión tiene que hacerlo cada cual en solitario:
nadie puede ser libre por ti.
6. Aparece
pepito grillo
¿Sabes
cuál es la única obligación que
tenemos en esta vida? Pues no ser imbéciles. La palabra «imbécil» es más
sustanciosa de lo que parece, no te vayas a creer. Viene del latín baculus que significa «bastón»: el
imbécil es el que necesita bastón para caminar. El imbécil puede ser todo lo
ágil que se quiera y dar brincos como una gacela olímpica, no se trata de eso.
Si el imbécil cojea no es de los pies, sino del ánimo: es su espíritu el
debilucho y cojitranco, aunque su cuerpo pegue unas volteretas de órdago. Hay
imbéciles de varios modelos, a elegir:
a) El que cree que no quiere nada, el que dice que todo le da igual, el que
vive en un perpetuo bostezo o en siesta permanente, aunque tenga los ojos
abiertos y no ronque.
b) El que cree que lo quiere todo, lo primero que se le presenta y lo contrario
de lo que se le presenta: marcharse y quedarse, bailar y estar sentado,
masticar ajos y dar besos sublimes, todo a la vez.
c) El que no sabe lo que quiere ni se molesta en averiguarlo. Imita los
quereres de sus vecinos o les lleva la contraria porque sí, todo lo que hace
está dictado por la opinión mayoritaria de los que le rodean: es conformista
sin reflexión o rebelde sin causa.
d) El que sabe que quiere y sabe lo que quiere y, más o menos, sabe por qué lo
quiere pero lo quiere flojito, con miedo o con poca fuerza. A fin de cuentas,
termina siempre haciendo lo que no quiere y dejando lo que quiere para mañana,
a ver si entonces se encuentra más entonado.
e) El que quiere con fuerza y ferocidad, en plan bárbaro, pero se ha engañado a
sí mismo sobre lo que es la realidad, se despista enormemente y termina
confundiendo la buena vida con aquello que va a hacerle polvo.
Todos estos tipos de imbecilidad necesitan bastón, es decir, necesitan apoyarse
en cosas de fuera, ajenas, que no tienen nada que ver con la libertad y la
reflexión propias.
Conclusión:
¡alerta! ¡en guardia!, ¡la imbecilidad acecha y no perdona!
Lo
contrario de ser moralmente imbécil es tener conciencia. Pero la conciencia no es algo que le toque a uno en una
tómbola ni que nos caiga del cielo. Por supuesto, hay que reconocer que ciertas
personas tienen desde pequeñas mejor «oído» ético que otras y un «buen gusto»
moral espontáneo, pero este, «oído» y ese «buen gusto» pueden afirmarse y
desarrollarse con la práctica
Admito
que para lograr tener conciencia hacen falta algunas cualidades innatas, como
para apreciar la música o disfrutar con el arte. Y supongo que también serán
favorables ciertos requisitos sociales y económicos pues a quien se ha visto
desde la cuna privado de lo humanamente más necesario es difícil exigirle la
misma facilidad para comprender lo de la buena vida que a los que tuvieron
mejor suerte. Si nadie te trata como humano, no es raro que vayas a lo
bestia... Pero una vez concedido ese mínimo, creo que el resto depende de la
atención y esfuerzo de cada cual. La conciencia que nos curará de la
imbecilidad moral presenta los siguientes rasgos:
a) Saber que no todo da igual porque queremos realmente vivir y además vivir
bien, humanamente bien. b) Estar
dispuestos a fijarnos en si lo que
hacemos corresponde a lo que de veras queremos o no. c) A base de práctica, ir
desarrollando el buen gusto moral de
tal modo que haya ciertas cosas que nos repugne
espontáneamente hacer. d) Renunciar a buscar coartadas que disimulen que somos
libres y por tanto razonablemente responsables
de las consecuencias de nuestros actos.
Sólo
deberíamos llamar egoísta consecuente al que sabe de verdad lo que le conviene
para vivir bien y se esfuerza por conseguirlo. El que se harta de todo lo que
le sienta mal (odio, caprichos criminales, lentejas compradas a precio de
lágrimas, etc.) en el fondo quisiera ser egoísta pero no sabe. Pertenece al gremio de los imbéciles y habría que
recetarle un poco de conciencia para que se amase mejor a sí mismo. Palabras
como «culpa» o «responsable». Suenan a lo que habitualmente se relaciona con la
conciencia.
Y es
que, al actuar mal y darnos cuenta de ello comprendemos que ya estamos siendo
castigados, que nos hemos estropeado
a nosotros mismos voluntariamente. No hay peor castigo que darse cuenta de que
uno está boicoteando con sus actos lo que en realidad quiere ser...
¿Que de
dónde vienen los remordimientos?
Para mí está muy claro: de nuestra libertad.
Si no fuésemos libres, no podríamos sentirnos culpables (ni orgullosos, claro)
de nada y evitaríamos los remordimientos. Por eso cuando sabemos que hemos
hecho algo vergonzoso procuramos asegurar que no tuvimos otro remedio que obrar
así, que no pudimos elegir: «yo cumplí órdenes de mis superiores», «vi que todo
el mundo hacía lo mismo», «perdí la cabeza», «es más fuerte que yo», «no me di
cuenta de lo que hacía», etcétera.
De modo
que lo que llamamos «remordimiento» no es más que el descontento que sentimos
con nosotros mismos cuando hemos empleado mal la libertad, es decir, cuando la
hemos utilizado en contradicción con lo que de veras queremos como seres
humanos. Ser responsable es saberse auténticamente libre, para bien y para mal. Responsabilidad es saber que cada uno de mis
actos me va construyendo, me va definiendo, me va inventando. Al elegir lo que quiero hacer voy transformándome poco a poco. Todas mis decisiones dejan huella en
mí mismo antes de dejarla en el mundo que me rodea.
7. Ponte en su
lugar
Lo que a
la ética le interesa, lo que constituye su especialidad,
es cómo vivir bien la vida humana, la vida que transcurre entre humanos.
Ya que
el vínculo de respeto y amistad con los otros humanos es lo más precioso del
mundo para mí, que también lo soy, cuando me las vea con ellos debo tener
principal interés en resguardarlo y hasta mimarlo,
si me apuras un poco. Pero tenía bastante claras dos cosas que me parecen muy
importantes:
Primera: que quien roba, miente, traiciona,
viola, mata o abusa de cualquier modo de uno no por ello deja de ser humano. Y quien «ha llegado» a ser algo detestable
como sigue siendo humano aún puede volver a transformarse de nuevo en lo más
conveniente para nosotros, lo más imprescindible...
Segunda: Una de las características
principales de todos los humanos es nuestra capacidad de imitación. La mayor parte de nuestro comportamiento y de nuestros
gustos la copiamos de los demás. Por eso somos tan educables y vamos
aprendiendo sin cesar los logros que conquistaron otras personas en tiempos
pasados o latitudes remotas. En todo lo que llamamos « civilización»,
«cultura», etc., hay un poco de invención y muchísimo de imitación. Si no
fuésemos tan copiones, constantemente cada hombre debería empezarlo todo desde
cero.
Ahora
bien: si cuanto más feliz y alegre se siente alguien menos ganas tendrá de ser
malo. El que colabora en la desdicha ajena o no hace nada para ponerle
remedio... se la está buscando. tratar a los semejantes como enemigos (o como
víctimas) puede parecer ventajoso.
¿en qué
consiste tratar a las personas como a personas, es decir, humanamente?
Respuesta: consiste en que intentes
ponerte en su lugar. Reconocer a alguien como semejante implica sobre todo
la posibilidad de comprenderle desde
dentro, de adoptar por un momento su propio punto de vista. Ponerse en el lugar de otro es algo más que
el comienzo de toda comunicación simbólica con él: se trata de tomar en cuenta
sus derechos. Y cuando los derechos
faltan, hay que comprender sus razones.
Lo mismo
que nadie puede ser libre en tu
lugar, también es cierto que nadie puede ser justo por ti si tú no te das cuenta de que debes serlo para vivir
bien. Para entender del todo lo que el otro puede esperar de ti no hay más
remedio que amarle un poco, aunque no
sea más que amarle sólo porque también es humano... y ese pequeño pero
importantísimo amor ninguna ley instituida puede imponerlo. Quien vive bien
debe ser capaz de una justicia simpática, o de una compasión justa.
8. Tanto Gusto
Cuando
la gente habla de «moral» y sobre todo de «inmoralidad», el ochenta por ciento
de las veces el sermón trata de algo referente al sexo. El que de veras esta
«malo» es quien cree que hay algo de malo en disfrutar... No sólo es que
«tenemos» en cuerpo, como suele decirse (casi con resignación), sino que somos un cuerpo, sin cuya satisfacción y
bienestar no hay vida buena que valga. El que se avergüenza de las capacidades
gozosas de su cuerpo es tan bobo como el que se avergüenza de haberse aprendido
la tabla de multiplicar.
Todo
puede llegar a sentar mal o servir para hacer el mal, pero nada es malo sólo por el hecho de que le dé gusto hacerlo. A los
calumniadores profesionales del placer se les llama «puritanos». El puritano
cree que cuando uno vive bien tiene que pasarlo mal y que cuando uno lo pasa
mal es porque está viviendo bien. Por supuesto, los puritanos se consideran la
gente más «moral» del mundo y además guardianes de la moralidad de sus vecinos.
La
diferencia entre el «uso» y el «abuso» es precisamente ésa: cuando usas un
placer, enriqueces tu vida y no sólo el placer sino que la vida misma te gusta
cada vez más; es señal de que estás abusando el notar que el placer te va
empobreciendo la vida y que ya no te interesa la vida sino sólo ese particular
placer. O sea que el placer ya no es un ingrediente agradable de la plenitud de
la vida, sino un refugio para escapar
de la vida, para esconderte de ella y calumniarla mejor...
Todo
cuanto lleva a la alegría tiene justificación (al menos desde un punto de
vista, aunque no sea absoluto) y todo lo que nos aleja sin remedio de la
alegría es un camino equivocado. Quien
tiene alegría ya ha recibido el premio máximo y no echa de menos nada; quien no
tiene alegría --por sabio guapo, sano, rico poderoso, santo, etc., que sea-- es
un miserable que carece de lo más importante. Pues bien, escucha: el placer es
estupendo y deseable cuando sabemos ponerlo al servicio de la alegría, pero no
cuando la enturbia o la compromete. El límite negativo del placer no es el
dolor, ni siquiera la muerte, sino la alegría: en cuanto empezamos a perderla
por determinado deleite, seguro que estamos disfrutando con lo que no nos
conviene.
Al arte
de poner el placer al servicio de la alegría es decir, a la virtud que sabe no
ir a caer del gusto en el disgusto, se le suele llamar desde tiempos antiguos templanza. la templanza es amistad
inteligente con lo que nos hace disfrutar. A quien te diga que los placeres son
«egoístas» porque siempre hay alguien sufriendo mientras tú gozas, le respondes
que es bueno ayudar al otro en lo posible a dejar de sufrir, pero que es
malsano sentir remordimientos por no estar en ese momento sufriendo también o
por estar disfrutando como el otro quisiera poder disfrutar.
9. Elecciones Generales
Para lo
único que sirve la ética es para intentar mejorarse a uno mismo, no para
reprender elocuentemente al vecino; y lo único seguro que sabe la ética es que
el vecino, tú, yo y los demás estamos todos hechos artesanalmente, de uno en
uno, con amorosa diferencia.
Las
sociedades igualitarias, es decir, democráticas, son muy poco caritativas con
quienes escapan a la media por encima o por abajo: al que sobresale, apetece
apedrearle, al que se va al fondo, se le pisa sin remordimiento. Por otra
parte, los políticos suelen estar dispuestos a hacer más promesas de las que
sabrían o querrían cumplir. Su clientela
se lo exige (quien no exagera las posibilidades del futuro ante sus electores y
no hace mayor énfasis en las dificultades que en las ilusiones, pronto se queda
solo.
La ética es el arte de elegir lo que más
nos conviene y vivir lo mejor posible; el objetivo de la política es el de organizar lo mejor posible la convivencia social,
de modo que cada cual pueda elegir lo que le conviene. Como nadie vive aislado,
cualquiera que tenga la preocupación ética de vivir bien no puede desentenderse
olímpicamente de la política.
Sin
embargo, tampoco faltan las diferencias importantes entre ética y política.
Para empezar, la ética se ocupa de lo que uno
mismo (tú, yo o cualquiera) hace con su libertad, mientras que la política
intenta coordinar de la manera más provechosa para el conjunto lo que muchos hacen con sus libertades. En la
ética, lo importante es querer bien,
porque no se trata más que de lo que cada cual hace porque quiere. Para la
política, en cambio, lo que cuentan son los resultados
de las acciones, que se haga. El
político intentará presionar con los medios a su alcance --incluida la fuerza--
para obtener ciertos resultados y evitar otros.
Desde un
punto de vista ético, es decir, desde la perspectiva de lo que conviene para la
vida buena, ¿cómo será la organización política preferible, aquella que hay que
esforzarse por conseguir y defender? Si repasas un poco lo que hemos venido
diciendo hasta aquí ciertos aspectos de ese ideal se te ocurrirán en cuanto
reflexiones con atención sobre el asunto:
a) Como
todo el proyecto ético parte de la libertad,
sin la cual no hay vida buena que valga, el sistema político deseable tendrá
que respetar al máximo las facetas públicas de la libertad humana: la libertad
de reunirse o de separarse de otros, la de expresar las opiniones y la de
inventar belleza o ciencia, la de trabajar de acuerdo con la propia vocación o
interés, la de intervenir en los asuntos públicos, la de trasladarse o
instalarse en un lugar, la libertad de elegir los propios goces de cuerpo y de
alma, etc. Abstenerse dictaduras, sobre todo las que son «por nuestro bien».
Nuestro mayor bien es ser libres.
b)
Principio básico de la vida buena, es decir: ser capaces de ponernos en el
lugar de nuestros semejantes y de relativizar nuestros intereses para
armonizarlos con los suyos. Si prefieres decirlo de otro modo, se trata de
aprender a considerar los intereses del otro como si fuesen tuyos y los tuyos
como si fuesen de otro. A esta virtud se le llama justicia y no puede haber
régimen político decente que no pretenda, por medio de leyes e instituciones,
fomentar la justicia entre los miembros de la sociedad. La única razón para
limitar la libertad de los individuos cuando sea indispensable hacerlo es
impedir, incluso por la fuerza si no hubiera otra manera, que traten a sus
semejantes como si no lo fueran, o sea que los traten como a juguetes, a
bestias de carga, a simples herramientas, a seres inferiores, etc. A la
condición que puede exigir cada humano de ser tratado como semejante a los
demás, sea cual fuere su sexo, color de piel ideas o gustos, etc., se le llama dignidad.
c) La
experiencia de la vida nos revela en carne propia, incluso a los más
afortunados, la realidad del sufrimiento. Tomarse al otro en serio, poniéndonos
en su lugar, consiste no sólo en reconocer su dignidad de semejante sino
también en simpatizar con sus dolores, con las desdichas que por error propio,
accidente fortuito o necesidad biológica le afligen, como antes o después pueden
afligirnos a todos. Una comunidad política deseable tiene que garantizar dentro
de lo posible la asistencia
comunitaria a los que sufren y la ayuda a los que por cualquier razón menos
pueden ayudarse a sí mismos. Lo difícil es lograr que esta asistencia no se
haga a costa de la libertad y la dignidad de la persona. Quien desee la vida
buena para sí mismo, de acuerdo al proyecto ético, tiene también que desear que
la comunidad política de los hombres se base en la libertad, la justicia y
la asistencia.
La
diversidad de formas de vida es algo esencial (¡imagínate qué aburrimiento si
faltase!) pero siempre que haya unas pautas mínimas de tolerancia entre ellas y
que ciertas cuestiones reúnan los esfuerzos de todos. Si no, lo que
conseguiremos es una diversidad de crímenes y no de culturas.
Epílogo
Savater se queda con la pregunta acerca de cómo vivir mejor y dice:
A lo largo de todos los capítulos anteriores he intentado no tanto
contestarla como ayudarte a comprenderla más a fondo. En cuanto a la respuesta,
me temo que no vas a tener más remedio que buscártela personalmente. Y eso por
tres razones:
a) Por la propia incompetencia de tu improvisado maestro, o sea yo.
¿Cómo voy yo a enseñar a vivir bien a nadie si sólo acierto a vivir regular y
gracias? Me siento como un calvo anunciando un crecepelo insuperable...
b) Porque vivir no es una ciencia exacta, como las matemáticas, sino
un arte, como la música. De la música se pueden aprender ciertas reglas
y se puede escuchar lo que han creado grandes compositores, pero si no tienes
oído, ni ritmo, ni voz, de poco va a servirte todo eso. Con el arte de vivir
pasa lo mismo: lo que puede enseñarse le viene muy bien a quien tiene
condiciones, pero al que no, estas cosas le aburren o le lían aún más de lo que
está.
c) La buena vida no es algo general, fabricado en serie, sino que
sólo existe a la medida. Cada cual debe ir inventándosela de acuerdo con
su individualidad, única, irrepetible... y frágil. En lo de vivir bien, la
sabiduría o el ejemplo de los demás pueden ayudarnos pero no sustituirnos...
Savater, Fernando. Ética para Amador. Barcelona: Editorial Ariel, S.A., 1993.