domingo, 25 de junio de 2017

El verdadero maestro demuestra y comparte valores


Antes que nada quiero reconocer el esfuerzo y aportes que hacen los docentes para el desarrollo académico y las acciones que emprenden en beneficio del aprendizaje de conocimientos y habilidades, y el desarrollo de competencias, actitudes y valores.

Los valores y referentes morales se relacionan con los principios de una comunidad. Involucran el efecto de la acción voluntaria del individuo y el nivel de consciencia que se tiene sobre las repercusiones de una decisión.  Pero el juicio moral se vincula también con la percepción de la acción política.  La moral es referida a la acción del individuo en función de los otros y la política está en función de la acción colectiva de los individuos.  Se relacionan intrínsecamente porque la acción política puede degradarse si no está sostenida por criterios éticos y congruentes que correspondan a los valores de la comunidad a la que se pertenece.  

Para nadie es desconocido que en muchos ámbitos políticos prevalece el criterio de que el fin justifica los medios y que se disfrazan o disimulan las intenciones verdaderas tras una finalidad política.  El acto político define una dimensión moral que debe establecer cuál es realmente el fin último perseguido y cuáles son los medios a utilizar para ello. Es posible que se den casos como comprar voluntades, condicionar decisiones, brindar prebendas o ejercer presiones, incluso amenazas.  Una acción política puede entrar en un limbo en donde los valores se ajustan a los intereses, incluso puede generar acciones derivadas de intenciones espurias que dañan a personas y hasta instituciones.  

El problema radica en que se maneja un código ético sobre lo que se cree correcto, un código que puede ser influido por la presión de grupo o por situaciones que han generado desconfianza o insatisfacciones y, por consiguiente, han alterado nuestra percepción de la realidad.  Pueden existir parámetros de medida que hacen relativo un acto bueno de uno malo, esto de acuerdo con nuestra naturaleza y según convenga a los fines personales o sectoriales.  Por lo que se llega incluso a tratar de justificar actos y decisiones que no coinciden con lo que se pregona, pero se interpretan según situación o conveniencia.

Para definir si algo es moralmente inconveniente, se debe verificar si se lesiona el derecho de alguien más, si se está tratando de incidir en la conducta de otros para obstruir el bienestar general, o basta con aplicar la ley de oro de la moral que establece  “no hagas a otros lo que no quieras que te hagan a ti”.  De cualquier forma, para cualquier comportamiento inadecuado, el único control moral verdadero que podemos tener, es el que ejercemos sobre nosotros mismos. Por eso para identificar nuestra coherencia de valores en la academia, debemos preguntarnos:¿Se están carcomiendo los principios académicos por los intereses particulares? ¿Estoy haciendo lo que digo que hago? ¿Tengo claro el norte que dirige  mi práctica  como docente? ¿Me dejo llevar por lo que dicen los demás o verifico si lo que se dice es cierto?¿Estoy haciendo lo necesario para el desarrollo académico y humano?

Es probable que si dudamos para responder, sea porque previamente evaluamos nuestra conveniencia, se ha perdido la certidumbre o nos encontramos en una crisis de valores.  Por eso deberíamos enfocarnos en las repuestas a las siguientes cuestiones:  ¿Estoy tomando decisiones que me benefician a mi y a mi grupo por encima de los intereses académicos?  ¿Estoy afectando negativamente mi desempeño profesional y docente y mi forma de actuar porque por principio no estoy de acuerdo con las ideas de los otros?¿Estoy realmente convencido de que apoyo de manera efectiva el desarrollo de la academia?

Es difícil llegar a una actitud madura y totalmente académica, desvestida de fanatismos que permita reflexionar y tomar decisiones correctas.  Y es mucho más difícil cuando no hemos podido dejar atrás los rescoldos que quedan de las contiendas o viejas rencillas.  Si no tenemos claridad al respecto, nos encontramos ante un dilema que debemos solucionar, ya que de lo contrario sólo se contribuirá a levantar pasiones y a mantener posturas irracionales, que al final afectarán el desarrollo académico pero también terminarán dañándonos a nosotros mismos.

La percepción hacia un profesor está vinculada con su actuar como conductor del aprendizaje.  Todos esperan que su conducta sea intachable, no sólo porque es el modelo que pueden seguir los estudiantes o porque los valores se enseñan con el ejemplo, sino porque por principio, tiene un compromiso moral y una responsabilidad permanente para influir sobre los estudiantes de manera positiva y propositiva, dando lo mejor para que el aprendizaje llegue de la manera más efectiva.

Es acertado reconocer que la mayoría de docentes hace aportes significativos y tienen comportamientos de auténticos maestros. Por eso hago un llamado a la reflexión, a la unidad y a la solidaridad para satisfacer los anhelos académicos de nuestra querida universidad, para que ocupemos la vanguardia y la excelencia académica como maestros entregados y con gran vocación de servicio, por sobre cualquier interés de otro tipo.    Porque un  auténtico maestro más que instruir, inspira, más que reprender, convence.  Su conducta es el ejemplo que deja sutiles rastros para que cada quien decida e hilvane los senderos de su propia naturaleza.

A esos personajes justos y desinteresados, que se entregan con pasión y alegría al noble oficio de compartir, aprender y enseñar.  A los que dejan una huella positiva y permanente en nuestra vida y nos ayudan a crecer y a encontrar nuestro propio camino, les damos las gracias.
Texto compartido en la celebración del día del Maestro en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Carlos de Guatemala, el viernes 23 de junio de 2017.

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