Antes que nada quiero reconocer
el esfuerzo y aportes que hacen los docentes para el desarrollo académico y las
acciones que emprenden en beneficio del aprendizaje de conocimientos y
habilidades, y el desarrollo de competencias, actitudes y valores.
Los valores y referentes
morales se relacionan con los principios de una comunidad. Involucran el efecto
de la acción voluntaria del individuo y el nivel de consciencia que se tiene
sobre las repercusiones de una decisión.
Pero el juicio moral se vincula también con la percepción de la acción política.
La moral es referida a la acción del individuo en función de los otros y la
política está en función de la acción colectiva de los individuos. Se
relacionan intrínsecamente porque la acción política puede degradarse si no
está sostenida por criterios éticos y congruentes que correspondan a los
valores de la comunidad a la que se pertenece.
Para nadie es desconocido que
en muchos ámbitos políticos prevalece el criterio de que el fin justifica los
medios y que se disfrazan o disimulan las intenciones verdaderas tras una finalidad
política. El acto político define una dimensión moral que debe establecer
cuál es realmente el fin último perseguido y cuáles son los medios a utilizar
para ello. Es posible que se den casos como comprar voluntades, condicionar
decisiones, brindar prebendas o ejercer presiones, incluso amenazas. Una
acción política puede entrar en un limbo en donde los valores se ajustan a los
intereses, incluso puede generar acciones derivadas de intenciones espurias que
dañan a personas y hasta instituciones.
El problema radica en que se
maneja un código ético sobre lo que se cree correcto, un código que puede ser
influido por la presión de grupo o por situaciones que han generado
desconfianza o insatisfacciones y, por consiguiente, han alterado nuestra
percepción de la realidad. Pueden existir parámetros de medida que hacen
relativo un acto bueno de uno malo, esto de acuerdo con nuestra naturaleza y según
convenga a los fines personales o sectoriales. Por lo que se llega
incluso a tratar de justificar actos y decisiones que no coinciden con lo que
se pregona, pero se interpretan según situación o conveniencia.
Para definir si algo es moralmente
inconveniente, se debe verificar si se lesiona el derecho de alguien más, si
se está tratando de incidir en la conducta de otros para obstruir el bienestar
general, o basta con aplicar la ley de oro de la
moral que establece “no hagas a otros lo que no quieras que te hagan
a ti”. De cualquier forma, para
cualquier comportamiento inadecuado, el único control moral verdadero que
podemos tener, es el que ejercemos sobre nosotros mismos. Por eso para identificar
nuestra coherencia de valores en la academia, debemos preguntarnos:¿Se están
carcomiendo los principios académicos por los intereses particulares? ¿Estoy
haciendo lo que digo que hago? ¿Tengo claro el norte que dirige mi
práctica como docente? ¿Me dejo llevar por lo que dicen los demás o
verifico si lo que se dice es cierto?¿Estoy haciendo lo necesario para el
desarrollo académico y humano?
Es probable que si dudamos para
responder, sea porque previamente evaluamos nuestra conveniencia, se ha perdido
la certidumbre o nos encontramos en una crisis de valores. Por eso deberíamos enfocarnos en las repuestas
a las siguientes cuestiones: ¿Estoy
tomando decisiones que me benefician a mi y a mi grupo por encima de los
intereses académicos? ¿Estoy afectando negativamente mi desempeño
profesional y docente y mi forma de actuar porque por principio no estoy de
acuerdo con las ideas de los otros?¿Estoy realmente convencido de que apoyo de
manera efectiva el desarrollo de la academia?
Es difícil llegar a una actitud
madura y totalmente académica, desvestida de fanatismos que permita reflexionar
y tomar decisiones correctas. Y es mucho más difícil cuando no hemos
podido dejar atrás los rescoldos que quedan de las contiendas o viejas
rencillas. Si no tenemos claridad al
respecto, nos encontramos ante un dilema que debemos solucionar, ya que de lo
contrario sólo se contribuirá a levantar pasiones y a mantener posturas
irracionales, que al final afectarán el desarrollo académico pero también
terminarán dañándonos a nosotros mismos.
La percepción hacia un profesor
está vinculada con su actuar como conductor del aprendizaje. Todos
esperan que su conducta sea intachable, no sólo porque es el modelo que pueden seguir
los estudiantes o porque los valores se enseñan con el ejemplo, sino porque por
principio, tiene un compromiso moral y una responsabilidad permanente para
influir sobre los estudiantes de manera positiva y propositiva, dando lo mejor
para que el aprendizaje llegue de la manera más efectiva.
Es acertado reconocer que la mayoría de docentes hace aportes significativos
y tienen comportamientos de auténticos maestros. Por eso hago un llamado a la
reflexión, a la unidad y a la solidaridad para satisfacer los anhelos
académicos de nuestra querida universidad, para que ocupemos la vanguardia y la
excelencia académica como maestros entregados y con gran vocación de servicio,
por sobre cualquier interés de otro tipo. Porque un auténtico maestro más que instruir, inspira, más que
reprender, convence. Su conducta es el
ejemplo que deja sutiles rastros para que cada quien decida e hilvane los
senderos de su propia naturaleza.
A esos personajes justos y
desinteresados, que se entregan con pasión y alegría al noble oficio de
compartir, aprender y enseñar. A los que
dejan una huella positiva y permanente en nuestra vida y nos ayudan a crecer y
a encontrar nuestro propio camino, les damos las gracias.
Texto compartido en la celebración del día del Maestro en la Facultad de Arquitectura de la Universidad de San Carlos de Guatemala, el viernes 23 de junio de 2017.
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