miércoles, 14 de septiembre de 2016

GUATEMALA



Tierra de contradicciones, de melancolía y recato.  Espacio de utopías y alucines, de proclamas y de hechizos, de respiros y suspiros.  Paraíso cobijado de primavera y lluvia, que enamora sin culpa a propios y a extraños.   Tierra agradecida que embelesa a quien se embarque en su frágil cayuco a compartir matices, acuarelas y mágicos misterios.

Visión de tranquilas aguas que silentes reflejan y expresan, circundan y abrazan.  De espejos teñidos de ensueño que confunden  su historia con  mito y leyenda.   Reflejos del cielo del que emergen soledad y añoranza, del que brotan misterio y paciencia. 

Árboles ahogándose entre el sollozo del viento y el frío de la madrugada que ansiosa reclama al sol, que inclemente responde entre bostezos de nubes, y calienta las azules humedades para que sean profanadas por las hambrientas redes del pescador.

Vientos  que golpean las banderas de hojalata que se funden entre la niebla y el sueño.  Pisadas en  alfombras de barro y lodo que acicalan sinuosos y confusos caminos.  Destellos de bronce y fuego que queman los soberbios volcanes que se funden con  los místicos crepúsculos.

Relatos de luces y sombras de la dama nocturna que nunca duerme tranquila, que esconde riesgos y hechizos, temores y amores, pero que siempre tiene para compartir. 

Trazos ortogonales y longevas paredes que nos muestran  los avatares del tiempo, de una anciana de adobe y de piedra que narra historias, comparte sollozos y evoca saudades de una época remota que permanece inerte.

Esbozos que remontan el pensamiento hacia quimeras aún no concebidas, aún no descifradas, pero que tienen trazos de magia y encanto. 

Melancolía de maíz y barro, de flor y suspiro, de viento y ensueño.


¿Cómo no enamorarse de este trozo de tierra bendita, cómo no encandilarse  ante esta primavera?

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