Comentario y resumen por Dr. Byron Rabe
COMENTARIOEl libro es una excelente invitación a reflexionar sobre las contradicciones éticas y morales. Bauman sugiere algunos referentes de la condición moral desde la perspectiva posmoderna, entre ellos afirmaciones polémicas como que el ser humano debe ser guiado para actuar de acuerdo con su naturaleza, o que los fenómenos morales son en principio “no racionales”. Desde esta perspectiva del “orden racional”, la moralidad es y será irracional. Establece que la moralidad no es universal, es relativa en función de tiempo, lugar y cultura.
Al contrario de la opinión sobre lo que señalan algunos autores posmodernos o lo que se percibe popularmente como el triunfalismo de “todo se vale”, Bauman enfatiza en que la perspectiva posmoderna, sobre todo de los fenómenos morales, no revela un relativismo de la moralidad.
Aunque su obra presenta una gran cantidad de planteamientos, en los cuales a veces se refiere a la modernidad y otras a la posmodernidad, deja en claro el criterio de que la moral posmoderna se enfoca en una responsabilidad individual que no puede achacarse a ninguna institución, en gran medida desacreditadas.
El comportamiento ético en la posmodernidad se evalúa como razonable, desde el punto de vista económico, moralmente adecuado y hasta políticamente correcto. No obstante se señala que las acciones pueden ser correctas en un sentido pero equivocadas en otro, según el criterio con que se apliquen. Aunque esta concepción no es novedosa, pues ha sido parte del devenir histórico político, es obvio que las acciones en el referente moderno fueron manejadas con mayor discreción que en el posmoderno. Tomemos como ejemplo el caso de WikiLeaks para confirmar, que los comportamientos han existido y, si ahora son del conocimiento o sospecha pública, es la posmodernidad la que ha propiciado más información y un conocimiento más claro, en especial por la disposición e interés de los medios de comunicación y las redes sociales. Otro caso interesante ha sido el manejo de los medios que llegó a tener el expresidente Trump y cómo logró influir en millones de personas, así como la discutida decisión que tomaron diversas empresas de cerrarle el acceso a las redes sociales en los últimos días de su gobierno.
La ética posmoderna se ve trastocada por una serie de criterios que no eran concebibles años atrás, por ejemplo, los diversos problemas morales que surgen de las distintas y novedosas relaciones de pareja, los fenómenos de sexualidad abierta y las nuevas concepciones sobre las relaciones familiares. Los acatamientos o no, de nuevas y liberales normas por las instituciones tradicionales.
Si bien estos nuevos comportamientos son determinantes en esta época, también lo son las tradiciones y criterios de identidad que no se pliegan a los modelos globales, en especial en nuestros países, en donde esta discusión se mantiene y muchas "tradiciones" sobreviven, o se están reinventando, quizás para replantear una postura ante el mundo, para enfatizar en el sentido de identidad cultural, o quizás para obtener lealtad territorial y autoridad para guiar comportamientos.
En alguna medida hay algunos que señalan que son esfuerzos para recuperar terreno en el papel moralista del estado y demás instituciones, pero los comportamientos de los gobiernos están haciendo poco para lograr una reposición de la imagen institucional, mas bien parece que están haciendo lo contrario.
Hasta las distintas iglesias en sus diferentes manifestaciones han activado acciones para evitar la pérdida de la credibilidad por parte de los devotos, en algunos casos tratando de enfrentar al avance sobre la libertad individual y reclamar autoridad para guiar la conducta de sus siervos y en otro desvirtuando o anulando cualquier pensamiento que ataque la esencia de la religión de los creyentes.
Pero el posmodernismo según Bauman defiende el eclecticismo cultural, la descentralización de la autoridad intelectual y científica y los metarrelatos que buscan una globalidad totalizante. Se ha evidenciado que existe una mayor emancipación hacia las normas morales, alejamiento hacia el deber y una decadencia de la responsabilidad moral. Resume la ética contemporánea en una maraña de experiencias en la que no hay jerarquías de valores y existe una desatención hacia las normas. Y esto se debe en gran parte a que se desconfía de cualquier autoridad.
Bauman postula que, en la posmodernidad, el comportamiento ético correcto se evalúa en función de términos económicos sin criterios únicos, sino convenientes a cada situación. Este enfoque situacional hace ver una crisis moral que afecta la sociedad, sobre todo porque existe una nueva tendencia orientada hacia la conveniencia particular que se sobrepone el bien individual sobre el bien común.
Pero pregunto: ¿No ha sido este el comportamiento humano a través de la historia? Quizás la diferencia es que ahora se hace más evidente.
No obstante, es notoria la transformación que ha sufrido el concepto público de moralidad visto desde cualquier ámbito, sea este filosófico, intelectual, cultural o político. Se ha pasado de una sociedad que se centraba en orientar al individuo en normas morales rígidas, que según Bauman han sido impuestas por unos cuantos que se creen dueños de una verdad absoluta a una apertura moral que deja en el individuo su propia responsabilidad de asumir un criterio moral y ético. Pero a la larga parece que esta responsabilidad se ha convertido en una carga difícil de manejar para algunos lo que nos hace preguntarnos si tendremos la solidaridad suficiente para favorecer la continuidad de la especie humana.
RESUMEN
Bauman señala que una de las dimensiones prácticas de la crisis deriva de la magnitud del poder que tenemos. Lo que hagamos puede tener consecuencias de largo alcance y duración, que posiblemente no veamos directamente ni podamos predecir con claridad. Entre los hechos y su desenlace hay una gran distancia - tanto temporal como espacial- que es imposible imaginar con nuestra capacidad de percepción común; por ello, difícilmente podemos medir la calidad de nuestras acciones conforme a un inventario de sus efectos.
En las múltiples situaciones en las que la elección de qué hacer, recae en nosotros, en vano buscamos reglas sólidas y confiables que nos reafirmen que, de seguirlas, estaremos en lo correcto. Con toda el alma desearíamos cobijarnos bajo ellas, aun cuando sabemos muy bien que no nos sentiríamos cómodos si se nos obligara a cumplirlas. Parece que hay demasiadas reglas para sentirnos cómodos: hablan en diferentes voces, una ensalza lo que la otra condena.
Vivimos tiempos de una fuerte ambigüedad moral, que nos ofrece una libertad de elección nunca vista, aunque también nos lanza a un estado de incertidumbre inusitadamente agobiante. Añoramos una guía confiable para liberarnos al menos de parte del espectro de la responsabilidad de nuestras elecciones. Las autoridades en las que podríamos confiar están en pugna, y ninguna parece tener el suficiente poder para darnos el grado de seguridad que buscamos. En última instancia, no confiamos en ninguna autoridad, por lo menos no plenamente ni por mucho tiempo, y nos resulta inevitable sentir desconfianza de cualquiera que proclama infalibilidad y éste es el aspecto práctico más agudo y sobresaliente de lo que con justicia se describe como la "crisis moral posmoderna".
Pese al hecho de que la razón es propiedad de cada persona, las reglas promulgadas en nombre de la razón deben obedecerse con la sumisión debida a una poderosa fuerza externa. Y la mejor manera de concebirlas es pensándolas como leyes impuestas por una autoridad armada de los medios coercitivos para hacerlas cumplir. La libertad o la dependencia total no se encuentran en ninguna sociedad. Son polos imaginarios entre los que se encuentran y oscilan situaciones reales. La libertad - en la realidad, no en el ideal- es un privilegio sujeto a acaloradas disputas, y no puede dejar de serlo.
Podemos intentar salir de nosotros mismos y tratar desapasionadamente de apoyar las proposiciones [éticas] desde un punto de vista externo, objetivo. No obstante, como observa Strawson, este intento nunca ha tenido éxito, y con razón. Si la justificación externa nos exige que nos despojemos imaginariamente de nuestros sentimientos morales para poderlos ver "objetivamente", ¿con qué recursos podríamos llevar a cabo el análisis? Para hacerle justicia al punto, debemos emplear nuestra sensibilidad moral, incluyendo nuestros sentimientos. No hay un terreno neutro. Si pretendemos darle a la filosofía moral algún uso práctico, debemos realizar el "trabajo desde adentro", por más que quisiéramos que fuera de otra manera.
Si desaparecen la obsesión por el propósito y la utilidad, y la sospecha igualmente obsesiva por lo autotélico (esto es, lo que afirma ser su propio fin, y no un medio para algo más), la moralidad tendrá la oportunidad de valerse al fin por sí misma. Posiblemente se la deje de amenazar para que presente sus credenciales y justifique su derecho a existir demostrando el beneficio que representa para la supervivencia, el estatus o la felicidad personal, o el servicio que les brinda a la seguridad colectiva, a la ley y al orden.
Hará medio siglo que Robert Musil meditaba en Der Mann ohne Eigenschaften, esa elaborada e inconclusa despedida al siglo XIX: ¿A quién le puede interesar ya ese absurdo y anticuado parloteo sobre el bien y el mal, cuando se ha determinado que el bien y el mal no son "constantes" sino "valores funcionales", de manera que la bondad de las acciones depende de las circunstancias históricas, y la bondad de los seres humanos de la habilidad psicotécnica con que se explotan sus cualidades?
El "hombre universal", despojado hasta la médula de su "naturaleza humana", debería ser - conforme a la expresión de Alasdair MacIntyre un "ser sin ataduras", no necesariamente ajeno a las particularidades de la comunidad, pero capaz de desprenderse de las raíces y lealtades comunales; de elevarse, por así decirlo, a un plano superior para lograr, desde ahí, una visión amplia, desapasionada y crítica de las exigencias y presiones comunitarias.
En una relación moral, Yo y el Otro no son intercambiables y, por ende, no pueden "agregarse" para formar el plural "nosotros". Todos los "deberes" y "reglas" que pueden concebirse en una relación moral están dirigidas únicamente a mí, sólo me obligan a mí y me constituyen sólo a mí en tanto "Yo". Cuando están dirigidas a mí, la responsabilidad es moral, pero bien podría perder su contenido moral en el momento en que intento darle la vuelta para atar al Otro. Como expresara concisamente Alasdair MacIntyre: "El hombre podría, sobre bases morales, rehusarse a legislar para cualquier
otro que no fuera él".
La soledad marca el inicio del acto moral, la unidad y la comunión señalan su fin, como la unión del "partido moral", el logro de personas morales solitarias que rebasan su soledad en el acto del autosacrificio, que es tanto el motor como la expresión de "ser para". No somos morales gracias a la sociedad (sólo somos éticos o cumplidores de la ley gracias a ella); vivimos en sociedad, somos la sociedad, gracias a ser morales. En el corazón de la sociabilidad, se encuentra la soledad de la persona moral. Antes de que la sociedad, quienes hacen las leyes y sus filósofos definan sus principios éticos, ya ha habido individuos morales que no han tenido las restricciones (¿o el lujo?) de contar con una bondad codificada.
Por definición, señala Bauman, la razón se basa en normas, y actuar razonablemente significa seguir ciertas reglas. La libertad, característica de un yo moral, se midió entonces por el grado de apego a dichas reglas. Y a final de cuentas, la persona moral se liberó de las ataduras de las emociones autónomas para someterse a reglas heterónomas[1].
Los santos son santos porque no se esconden tras los anchos hombros de la ley. Saben, o sienten, o actúan como si sintieran que ninguna ley, por generosa o humana que sea, puede agotar el deber moral, trazar las consecuencias de "ser para" hasta su extremo más radical, hasta la elección última de vida o muerte. Esto no significa que para ser morales, debamos ser santos. Tampoco que las elecciones morales son siempre, diariamente, cuestiones de vida o muerte. Por lo general, la vida transcurre a una prudente distancia del extremo y de las elecciones últimas. Pero sí significa que la moralidad, para ser eficaz en la vida mundana y no heroica, debe vivirse conforme a las dimensiones heroicas de los santos o, mejor dicho, tener por único horizonte la santidad de los santos. La práctica moral puede tener solamente fundamentos imprácticos. Para ser lo que es - práctica moral- debe imponerse normas inalcanzables. Y nunca podrá apaciguarse con la seguridad, propia o de otros, de que la norma se ha alcanzado.
Si la posmodernidad representa un refugio de los callejones sin salida a los que llevaron las ambiciones de la modernidad, buscadas a ultranza, la ética posmoderna readmitiría al Otro como vecino –como aquel que está cerca del cuerpo y de la mente- en lo más profundo del yo moral, en su retorno del erial de los intereses calculados al que había sido exiliado. Dicha ética restablecería el significado moral autónomo de la proximidad; volvería a forjar al Otro como el personaje central del proceso mediante el cual el yo moral llega a serlo. En la ética posmoderna, el Otro ya no será aquel que, en el mejor de los casos, es la presa de la que puede alimentarse el yo para recobrar la vida y, en el peor, coarta y sabotea la constitución del yo. Ahora será el árbitro de la vida moral. Si no actúo conforme a mi interpretación del bienestar del Otro, ¿acaso no soy culpable de una indiferencia pecaminosa? y, si lo hago, ¿hasta dónde debo seguir rompiendo la resistencia del Otro? ¿Cuánta de su autonomía debo quitarle? Como dijo Bertrand Russell en alguna ocasión, el problema con este camino en el cual cada paso nos dirige al siguiente es que no sabemos en qué paso comenzar a gritar... La línea entre cariño y opresión es muy débil, y la trampa de la indiferencia espera a quienes la conocen, y proceden cautelosos, como si temieran transgredir un límite.
La "ética posmoderna", sugiere Marc-Alain Ouaknin, "es la ética de la caricia". La mano que acaricia siempre se mantiene abierta; nunca se cierra para "asir"; toca sin oprimir, se mueve obedeciendo la forma del cuerpo que se acaricia ...
"En la ética de los extraños", escribió Stephen Toulmin, "el respeto por las reglas lo es todo, y las oportunidades de discreción son pocas", mientras que "en la ética de la intimidad, la discreción es todo, y la relevancia de las reglas es mínima".
Una de las características medulares de la época posmoderna es que el estado ya no tiene capacidad, necesidad ni voluntad de liderazgo espiritual, incluyendo el liderazgo moral. El estado "deja ir", por decreto o por omisión, los poderes contra estructurales de la sociabilidad.
De una u otra manera, el divorcio actual entre política centrada en el estado y existencia moral de los ciudadanos, o de manera más general, entre socialización institucional manejada por el estado y sociabilidad comunitaria, parece sumamente lejano y quizás irreversible. Una vez más, como en los primeros años del "proceso civilizador", el campo de la sociabilidad se encuentra yermo, sin poderes en ciernes que deseen cultivarlo.
El espaciamiento moral no observa las reglas que definen el espacio social/cognitivo; tampoco hace caso de las definiciones sociales de proximidad y distancia ni depende de un conocimiento previo o involucra la producción de nuevo conocimiento. En última instancia, no exige capacidades intelectuales humanas tales como análisis, comparación, cálculo, evaluación. Conforme a los estándares intelectuales propios del espaciamiento cognitivo, resulta abominablemente "primitivo": una industria casera en comparación con una fábrica administrada científicamente.
Ninguno de estos mundos --con espaciamiento cognitivo o estético- es acogedor para el espaciamiento moral. En ambos, las exigencias morales son cuerpos ajenos y crecimientos patológicos. En el espacio social/ cognitivo, porque debilitan la etérea e indiferente impersonalidad de reglas y ensucian la pureza de la razón con manchas indelebles de afecto. En el espacio social estético, porque tienden a fijar e inmovilizar cosas que obtienen sus poderes de seducción de estar siempre en movimiento y listos para desaparecer en cuanto se les ordene.
El "primer deber" de cualquier ética futura, afirma Hans Jonas, debe ser "visualizar los efectos de largo plazo del proyecto tecnológico". La ética, yo agregaría, difiere de la práctica común actual del manejo de crisis en que debe enfrentar lo que aún no ha sucedido, con un futuro que endémicamente es el reino de la incertidumbre y el campo de escenarios en conflicto. Es imposible que la visualización ofrezca el tipo de certeza que los expertos, con su conocimiento científico y mayor o menor credibilidad, afirman ofrecer.
El deber de visualizar el impacto futuro de la acción -llevada a cabo o no- significa actuar bajo la presión de una incertidumbre aguda. La actitud moral consiste precisamente en lograr que esta incertidumbre no se haga a un lado ni se elimine, sino se abrace conscientemente.
¿Acaso la condición pos moderna es un avance frente a los logros morales de la modernidad? La posmodernidad ha destruido las ambiciones modernas de contar con una legislación ética universal y sólidamente sustentada, pero ¿habrá acabado también con las pocas oportunidades que tiene la modernidad de mejorar moralmente? En el mundo de la ética, ¿se considerará a la posmodernidad un paso adelante o un retroceso?
La modernidad mató dos pájaros con la sola piedra de la racionalidad: logró reconstruir como inferiores y destinar a la fatalidad aquellas formas de vida que no ataron su dolor a la carroza de la Razón; además, obtuvo un salvoconducto para los dolores que estaba a punto de infligirse. Ambos logros le infundieron la confianza y el valor para continuar que difícilmente habría tenido en otras condiciones. También consiguieron que la casa gobernada por las reglas, construida por la modernidad, resultara acogedora para la crueldad que se presentaba como una ética superior.
Bauman señala que es necesario estar derrotado para poder ser acusado de inmoralidad y para que el cargo sea permanente. Conforme la historia avanza, la injusticia tiende a compensarse con la injusticia, con la inversión de papeles. Únicamente los vencedores confunden o representan erróneamente -mientras su victoria no sea cuestionada- esa compensación como el triunfo de la justicia. Una moralidad superior siempre será la moralidad del superior.
El nuevo desorden mundial, o el reespaciamiento del mundo, el importante cambio no pudo haber ocurrido en un momento menos propicio. Llega en el momento de lo que podría llamarse la crisis del estado-nación, esa genial invención que desde siglos atrás logró amarrar y "homogeneizar" los procesos de espaciamiento cognitivo, estético y moral, y asegurar sus resultados dentro del ámbito de la tríada de su soberanía: política, económica y militar.
En todo el mundo "modernizado", la identidad debe tender a agudizarse cada vez más -y a convertirse, más que en el pasado, en una disyuntiva- a raíz del creciente fracaso de los estados-nación para desempeñar su anterior papel de productores y proveedores de identidad; esto es, de gerentes/ guardias eficientes, estables y confiables de los mecanismos de espaciamiento. La función de construir identidad en que se especializaban los estados-nación podría elegir otro transmisor, y lo buscará con mayor fervor debido a la "suavidad" de las opciones disponibles.
El desmantelamiento del estado benefactor es esencialmente un proceso de "colocar a la responsabilidad en el sitio que le corresponde", esto es, entre los intereses privados de los individuos. Lo anterior presagia tiempos difíciles para la responsabilidad moral, no sólo por sus efectos inmediatos sobre los pobres y desafortunados que más necesitan una sociedad de personas responsables, sino también -y quizás a la larga, fundamentalmente- por sus efectos duraderos sobre los yos morales en potencia. Reformula el "ser para los Otros", esa piedra angular de la moralidad, como una cuestión de cuentas y cálculos, de valor monetario, de pérdidas y ganancias, de lujos que no podemos permitirnos. El proceso se autoimpulsa y acelera: la nueva perspectiva conduce al deterioro irremediable de los servicios colectivos - calidad de servicios públicos de salud y educación, de lo que queda de vivienda o transporte públicos-, e insta a quienes pueden pagarlo a abandonar los beneficios colectivos, un acto que en última instancia significa, tarde o temprano, pagar por abandonar la responsabilidad colectiva.
El propósito de la sociedad es que los individuos busquen y encuentren satisfacción a sus necesidades individuales. El espacio social es, ante todo, un pastizal; el espacio estético, un campo de juegos. Nadie concede ni pide que haya un espacio moral.
Bauman considera que la perspectiva posmoderna ofrece más sabiduría pero que el entorno posmoderno dificulta actuar esa sabiduría. Esto explica brevemente por qué se considera que el tiempo posmoderno está en crisis. La mente posmoderna es consciente de que algunos problemas de la vida humana y social no tienen soluciones adecuadas; son trayectorias torcidas que no pueden enderezarse, ambivalencias que son más que errores lingüísticos que piden ser corregidos, dudas cuya desaparición no puede legislarse, agonías morales que ninguna receta dictada por la razón puede calmar, y mucho menos curar.
Se ha vuelto común declarar que los problemas éticos de la sociedad contemporánea sólo pueden resolverse - si acaso- por medios políticos. La relación entre moralidad y política difícilmente deja de lado durante mucho tiempo la agenda de los debates filosóficos y públicos. No obstante, lo que sí se atiende, se somete al escrutinio público y se discute acaloradamente es la moralidad de los políticos, no la moralidad de la política: cómo se conducen las personas públicas, no lo que hacen; su moralidad personal, no la ética que impulsan o dejan de impulsar; los efectos corruptores del poder político, no sus efectos socialmente devastadores; la integridad moral de los políticos, no la moralidad del mundo que promueven o perpetúan ... todo esto parece agotar o casi agotar la agenda sobre moralidad y política.
No obstante, la crisis moral del hábitat posmoderno requiere ante todo, que la política - ya sea la política de los políticos o de los policéntricos, una política dispersa que resulta más importante por ser tan elusiva e incontrolable- sea una extensión e institucionalización de la responsabilidad moral.
Los verdaderos problemas morales del mundo tecnificado rebasan con mucho el alcance de los individuos que, en el mejor de los casos, pueden comprar a título individual o entre varios el derecho a no preocuparse por ellos, o bien comprar una posposición de los efectos de la negligencia. Los efectos de la tecnología son de larga distancia, al igual que las acciones preventivas y correctivas. La "ética de largo alcance" que menciona Jonas sólo tiene sentido como programa político, aunque dada la naturaleza del hábitat posmoderno, hay pocas esperanzas de que algún partido político que compita por el poder del estado esté dispuesto a tener la actitud suicida de avalar esta verdad y actuar conforme a ella.
Bauman concluye diciendo que la responsabilidad moral es la más personal e inalienable de las posesiones humanas, y el más preciado de los derechos humanos. No puede ser arrancada, compartida, cedida, empeñada ni depositada en custodia. La responsabilidad moral es incondicional e infinita, y se manifiesta en la constante angustia de no manifestarse lo suficiente. La responsabilidad moral no busca reafirmación para su derecho de ser ni excusas para no ser. Existe antes que cualquier reafirmación o prueba, y después de cualquier excusa o absolución.
[1] Hetorónomo se refiere a las normas que vienes de fuera, que son impuestas. Que recibe de afuera las normas de conducta. Según Cornelius Castoriadis, se distingue el dominio de la heteronomía (sumisión inevitable del individuo a la socio-política o a la socio-religión, lo que implica pérdida de la libertad moral) de la autonomía (capacidad de establecerse a sí mismo las propias leyes o normas).
Bauman, Zygmunt. Ética posmoderna. México: Siglo XXI editores, 2005.
[1] Hetorónomo se refiere a las normas que vienes de fuera, que son impuestas. Que recibe de afuera las normas de conducta. Según Cornelius Castoriadis, se distingue el dominio de la heteronomía (sumisión inevitable del individuo a la socio-política o a la socio-religión, lo que implica pérdida de la libertad moral) de la autonomía (capacidad de establecerse a sí mismo las propias leyes o normas).
No hay comentarios:
Publicar un comentario