viernes, 10 de junio de 2011

LOS ORÍGENES DEL PODER EN CENTROAMÉRICA de Enrique Florescano


Muy poco se conoce sobre el desarrollo del Estado en Guatemala en la época prehispánica, sin embargo el trabajo elaborado por Enrique Florescano: Los orígenes del poder en Mesoamérica, dan bastantes luces para poder entender la conformación del Estado en esta región, a la vez que nos permite definir una serie de elementos y relaciones que existieron en la época prehispánica entre las distintas culturas de Mesoamérica.
La obra es extensa y acuciosa y evidencia que no existen mayores diferencias con el desarrollo de otras culturas del mundo, el poder económico, militar e ideológico están presentes; existen los dominios de clase, y los cultos y los mitos forman parte de esta cultura.  Florescano señala que los pobladores de este territorio construyeron su organización para desarrollar su poder e identidad, sobre cuatro pilares: 1. El grupo étnico, 2. El altépetl o territorio que los mayas llamaron cah, 3. La fundación del reino y 4. La centralización del poder del Estado. También demuestra que estos factores, contribuyeron a la formación de los cacicazgos y reinos que se constituyeron en la región.  El autor hace énfasis en la importancia que tuvieron estos cuatro pilares en la interiorización del imaginario colectivo, que se manifestó através de mitos, imágenes y símbolos y que darían forma a la vida religiosa e ideológica.
En cuanto a la organización social, en Mesoamérica existía una clara diferenciación entre nobles y macehuales  (la gente del pueblo), en la que el linaje, la presencia de los dioses y los símbolos de poder, fortalecieron la idea de que los primeros habían nacido para gobernar y recibir la obediencia, trabajo y tributos de los segundos.  Esta división fue encubierta por la división ideológica de la sociedad entre los nobles descendientes de los dioses y los macehuales  vinculados a la tierra por nacimiento; esto fue legitimado por la convivencia de ambos segmentos en un mismo territorio, la utilización de genealogías ancestrales y la adopción de mitos que reconocían los orígenes comunes, el vínculo de sangre con ancestros legendarios, que se legitimaba por medio de la práctica de ritos y cultos que contribuyeron a formar identidades.  Florescano enfatiza en que la pertenencia a un linaje, fue la base de esa ideología integradora cuyo fin último era legitimar la desigualdad.
El altépetl es una entidad territorial o política presente en las distintas regiones de mesoamérica, los mayas lo llamaron cah y los españoles posteriomente lo nombraron pueblo, lo que según Lockhart (citado por Florescano) le sentaba bien ya que cada altéptl se imaginaba a sí mismo como un pueblo separado en forma radical de los demás.  Según Carrasco (citada por Florescano) el altéptl abarcaba tanto el centro urbano, o cívico, como el territorio entero de la ciudad, incluso la zona rural.   El altéptl se dividía en  cuatro, seis, ocho o diez barrios simétricos, orientados hacia los puntos cardinales, llamados calpolli o calpule.  Cada uno de estos tenía su propio jefe que era la cabeza del linaje y a quien pertenecía una porción del territorio del altéptl en propiedad privada.  Esta propiedad era el núcleo básico del calpolli y se repartía para su explotación entre los cabezas de familia que los integraban y que a su vez heredaban estos derechos a sus descendientes.   
Lockhart también señaló que la organización era celular o modular, en lugar de desarrollarse por estratos, lo hacía por agregación, al núcleo original se sumaban los nuevos barrios.  En muchos casos debido al crecimiento y nivel de organización desarrollado las nuevas poblaciones podían convertirse en un altéptl independiente.
En el área maya, a fines del siglo X, los mayas de la península de Yucatán lograron edificar un estado fuerte en Chichén Itzá, que se convirtió en el centro político, cultural y religioso de esa región entre los años 900 y 1200.  Este se constituyó en un estado multiétnico, una coalición de grupos guerreros toltecas mezclados con antiguos linajes mayas, que se impuso a nuevas aldeas y señoríos de la región.  La alianza entre jefes  guerreros y cabezas de linaje y caciques regionales no logró constituir un sistema político capaz de contener intereses contrapuestos, lo que ocasionó que se disolviera hacia el año 1150.  Esto ocasionó una fuerte migración que trajo gente a las tierras altas de Guatemala y se dio origen a los reinos Kiché y kaqchikel y a la fundación de Mayapán, el último reino maya en la península.  Es importante señalar lo mencionado por Florescano respecto de que la ola migratoria que se desprendió de Chichén Itzá reprodujo en los nuevos territorios la cultura políticas de los toltecas y el liderazgo fundador de Quetzalcóatl, que en la tierra maya recibió el nombre de Kukulcán, Serpiente Emplumada.
Enrique Florescano se refiere a varios textos históricos para hacer su investigación, entre estos, el Popol Vuh, el Título de Totonicapán y el Memorial de Sololá.  El autor argumenta que adoptan un modelo narrativo similar y ofrecen una interpretación unitaria de la formación de los reinos de esa época, en el cual el modelo más antiguo es el del Popol Vuh.  Estos documentos se articulan alrededor de tres temas: 1. La creación original del cosmos, 2. La creación de los seres humanos, el sol y las primeras poblaciones y 3. La fundación del reino y los linajes  gobernantes, seguidos por la crónica de la conquista del territorio y la exaltación del grupo étnico.  Florescano señala que todos siguen el mismo orden tripartito y tienen un objetivo común: legitimar el territorio conquistado por los jefes militares y exaltar el poderío y el prestigio alcanzado por el reino Kiché.
Para la formación de los altepeme (plural de altépetl), en el desplazamiento de los pueblos migrantes y la formación de cada nuevo altépetl, intervinieron tres factores decisivos: 1. El jefe militar es casi siempre la cabeza de un linaje o grupo  étnico, y a la vez un conductor y un organizador de ejércitos. 2. El proceso que acompaña la formación de nuevos altepeme es el cruzamiento étnico para establecer relaciones duraderas, acordar treguas y forjar alianzas. 3. La peculiar cosmovisión de los pueblos mesoamericanos, centrada en el sol como potencia creadora, y surtidora de la energía vital, la concepción del mundo, la concepción de vitalidad cíclica del medio natural y la relación entre estos.  Otra característica de la cosmovisión es la unidad entre tiempo y espacio forjada por el movimiento del sol. Para los mayas la unidad temporal básica es el kin, día, también significaba el tiempo y el sol.  Esto se relaciona con la división cuatripartita del cosmos, la cual es una división horizontal básica del espacio mesoamericano.  La otra partición es la vertical que asignaba la superficie terrestre a los humanos, la región celeste a las potencias portadoras del rayo, el relámpago, el viento, la humedad y el agua fertilizadora, y el inframundo a las fuerzas tremendas de la extinción y regeneración de la vida.  El centro del cuadrado original era el punto donde convergían las fuerzas de las cuatro esquinas del cosmos y de los tres niveles verticales, el cogollo del mundo.
En la tradición mesoamericana las fundaciones humanas carecían de sustento sino iban acompañadas por el aliento de los dioses protectores y la ejecución de ceremonias consagradoras.  La realidad política nunca se consideró un producto autónomo de la acción humana, sino que fue vista como un proceso determinado por la participación activa de los dioses, de acuerdo con la concepción religiosa de la naturaleza y el destino humano que conformaba su cosmovisión.  Pero nada tomaba significado, ni cobraba realidad si no iban acompañado por la presencia  numinosa que poblaban el mundo sobrenatural y por los ritos  y ceremonias que las consagraban.  Se creía que los dioses habían legado al gobernante poderes especiales para asegurar la pervivencia del reino, poderes a menudo representados por el manejo de las fuerzas que propiciaban la fertilidad y la renovación de la vida. La muerte y el renacimiento se vinculaban a la siembra y la cosecha del maíz y al ocaso y regeneración cotidiana del sol, los dos grandes ciclos: el agrícola y el astronómico.    Los reyes mayas utilizaron las estelas para exaltar al ajaw y para enfatizar sobe sus poderes de chamán en la restauración cotidiana de los ciclos que mantenían el equilibrio del cosmos.  El manejo del poder  ideológico fue uno de los pilares que sustentaron la legitimidad del ajaw, acompañado por el poder económico, administrativo y militar.  Si bien la principal riqueza la constituía la población rural y urbana, que en forma colectiva tenían a su cargo las obras agrícolas, de infraestructura y arquitectónicas, el ajaw tenía a su disposición la fuerza coactiva para mantener en orden a los rebeldes.  Es relevante mencionar que existía un equilibrio que obligaba a los gobernantes a satisfacer los requerimientos y valores del conjunto social. En la concepción maya el Kuhul ajaw tenía que lograr el bienestar de los gobernados.  Este tipo de orientaciones, aspiraciones y conductas compartidas, definían una autoridad moral, en que ambos sectores mantenían el equilibrio del cosmos,  El gobernante tenía la responsabilidad de conservar el orden universal y los gobernados la obligación de cultivar y crear riqueza para dar prosperidad y gloria al reino.
La desaparición de la cultura maya se revela por medio de signos como la desaparición de los antiguos emblemas del ajaw, la interrupción de las estelas, el fin de las construcciones monumentales, la reducción de manufacturas y objetos de lujo, el encogimiento de las redes de comercio.  Todo indica que en el período clásico terminal se intensificó la deforestación, el deterioro de los suelos cultivables y los rendimientos agrícolas, que a la vez incidieron en la multiplicación de enfermedades, epidemias y desnutrición lo que llevó a la pérdida de un alto porcentaje de la población. Pero el derrumbe de los reinos mayas fue un proceso prolongado impulsado por diversos factores además de los arriba mencionados, se evidencia debilitamiento del poder central de ajaw  con sus correspondientes consecuencias políticas y sociales.  En varios casos surgen nuevos regímenes políticos, lo que agudiza la crisis por el creciente linaje de nobles que aspiraban a un número limitado de posiciones en la corte real, que usurpan los símbolos del poder real y las ceremonias reservadas sólo a el ajaw.  La pérdida de poder del ajaw, extendida a finales de período clásico, se manifestó también en la cesión de autoridad militar a capitanes y subalternos.  Otra de las explicaciones de este desplome es la recurrencia de la guerra entre los estados y el predominio de las armas sobre la negociación política, Lo cual debilitó poco a poco a los distintos Estados.
En síntesis el trabajo de Florescano presenta una visión histórica e integral que persigue aclarar la formación del Estado en esta región, e incluye culturas como la olmeca, la tolteca y la maya. Hace énfasis en los estados que tuvieron por sede: La Venta, los reinos mayas de Tikal, Calakmul, Copán y Palenque, profundiza en el poderoso Estado de Teotihuacán, en Chichén Itzá y Tula.   No obstante que señala la presencia de los cuatro pilares, enfatiza en que estos asumen características propias, pero acaban por mezclarse en medio del flujo temporal y establecen corredores de comunicación que crean circuitos interrelacionados.  El autor trata de explicar este proceso desde dos puntos de vista, el primero en función de la concreción de la realidad política y el segundo desde la visión religiosa e ideológica. Florescano señala que la construcción del Estado fue la piedra angular, el cimiento sobre el que descansó la historia de Mesoamérica.

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