domingo, 24 de diciembre de 2023
jueves, 13 de julio de 2023
El decano rebelde
En 1972 se realizó el Congreso de Reestructuración de la Facultad de Arquitectura conocido con las siglas CRA, que se convirtió en un movimiento conocido por esas siglas y que se desarrollaría durante el resto de esa década. Uno de los principales actores del movimiento fue el arquitecto Gilberto Castañeda. La entrevista se desarrolló durante varias sesiones. Inicialmente se tuvo un acercamiento durante la presentación de un Foro sobre el Congreso de Reestructuración de la Facultad de Arquitectura -CRA- en el Colegio de Arquitectos, que se realizó en conmemoración del 50 aniversario del congreso. Luego algunas preguntas y respuestas escritas e intercambio de información por correo electrónico y, dos sesiones desde México, por medio de Zoom durante agosto de 2022. Finalmente, luego de la publicación del Libro El Movimiento que transformó la Facultad de Arquitectura, CRA, se hicieron algunos ajustes a solicitud del entrevistado. La conversación se enfocó en las percepciones, vivencias, documentos y recuerdos de Castañeda durante el proceso de transformación.
domingo, 14 de mayo de 2023
DESAFÍOS EN LA ENSEÑANZA DEL DISEÑO Y LA ARQUITECTURA
RESUMEN
La tercera década del siglo XXI puso en jaque a instituciones y sociedades del mundo. Por un lado, las crisis económicas, políticas y sociales a nivel global y local, los crecientes desastres naturales que han arrasado innumerables comunidades en todo el orbe y por otro la pandemia que cambió la estructura educativa con la incorporación obligada de la tecnología. A ello se suman las alteraciones culturales de la juventud generadas por las redes sociales, el imparable y abarcador uso de dispositivos electrónicos; el fácil acceso a información y recursos, y más recientemente, la invasión de la inteligencia artificial. Todo forma parte de una realidad insoslayable para la que no sólo debemos preparar a las nuevas generaciones, sino aprender a adaptarnos nosotros mismos.
En medio de ese incierto escenario tenemos la oportunidad para hacer una revisión de principios, contenidos, técnicas y métodos en la formación y plantear una estructura curricular que favorezca la integración académica y mejore la eficacia del aprendizaje.
sábado, 18 de febrero de 2023
Contrapunto. Vida y obra de Jorge Sarmientos
jueves, 26 de enero de 2023
jueves, 22 de diciembre de 2022
La canción de Navidad
jueves, 3 de noviembre de 2022
Presentación del libro: El movimiento que transfromó la Facultad de Arquitectura, CRA.
En este trabajo se revisan diversos momentos relacionados con el movimiento de transformación para la Reestructuración de Arquitectura conocido como CRA. Se hace un breve recorrido histórico que comienza con la fundación de la carrera, sigue con una descripción de lo sucedido en los primeros años y de los hechos que favorecieron el surgimiento del movimiento. Se evalúan criterios, postulados y acciones que favorecieron la reestructura, se analiza la etapa de institucionalización del proceso y, finalmente, se revisan las condiciones que llevaron a la caída del modelo.
Toda la información está debidamente documentada por Actas, reportes históricos, documentos y periódicos.
Para triangular y completar la investigación se entrevistó a varios de los principales actores y se acudió a fuentes secundarias para obtener las visiones de personajes ya fallecidos.
En general se reconocen los esfuerzos que unos y otros hicieron para el desarrollo de la enseñanza de la arquitectura. Pero también se descubren detalles poco conocidos y se aclaran rumores que han permanecido en el imaginario de nuestra facultad.
Para llegar a buen término se tuvo el apoyo de muchas personas, entre ellas personal del Archivo General de la Universidad y de la Facultad, de los entrevistados, que mostraron diversas posturas y enriquecieron el documento con sus opiniones, memorias y comentarios, de quienes aportaron fotografías e imágenes, los que identificaron los nombres en esas imágenes, quienes nos hicieron el honor de presentar y prologar el libro, los que apoyaron en la revisión, diagramación, presentación, divulgación y montaje de este evento. A la Embajada de México y a todas las personas que contribuyeron, de una u otra manera a esta publicación, mi eterno agradecimiento.
Les comparto que tuve hallazgos que cambiaron mis percepciones iniciales. Sin duda, algunos de los resultados generarán polémica, por lo que traté de que la información fuera lo más objetiva posible e incluir todas las citas y fuentes utilizadas. En fin, son los hechos documentados los que definen la columna central de esta historia.
A continuación, procederé a hacer la presentación del contenido. Hago la acotación de que es una breve síntesis con algunas reflexiones que están desarrolladas de manera más completa en el libro. Iniciamos.
El triunfo de la revolución cubana influyó en una serie de cambios de los movimientos sociales y estudiantiles en Latinoamérica. Se fueron afianzando las posiciones de la izquierda democrática y también fortaleciendo los movimientos armados que buscaban un cambio en las estructuras de poder, que tuvieron como respuesta, violentas reacciones de los gobiernos conservadores.
La dinámica de transformación política a lo interno de las universidades comenzó a fortalecerse en los años 60. Gradualmente se ampliaba la participación estudiantil en los movimientos sociales y, la actitud crítica y contestataria hacia el statu quo, se hizo más enérgica.
Brotaría una lucha ideológica que, durante los años 60 y 70, favorecería los pensamientos de izquierda robustecidos con los fines de la Carolingia. Una serie de sucesos irían creando condiciones y vigorizando la participación estudiantil en los procesos político-sociales que derivarían en la redefinición de la orientación académica universitaria.
Durante los primeros años en la Facultad había prevalecido el concepto de una enseñanza tradicional marcada por la visión academista sobre la base de los criterios y experiencia de los profesores. El pensamiento crítico y las actitudes hacia la realidad social que vivía el país no era un referente que se priorizara y mucho menos, se estimulara.
Lo que se consideraba determinante era formar arquitectos que, de acuerdo con las experiencias de los profesores de entonces, pudieran insertarse en el escenario profesional que, en ese momento, demandaba una carrera orientada al servicio de las élites.
Desde los años sesenta los estudiantes comenzaron a cuestionar esa visión. Eran años de rebeldía que fueron promoviendo, poco a poco, cambios en la visión de la educación superior pública que hicieron desencajar el concepto elitista de la profesión y comenzó a plantearse otra arquitectura que fuera más orientada hacia las necesidades sociales.
Para inicio de los 70 los estudiantes serían los nuevos protagonistas y tomarían la iniciativa de impulsar la reestructura académica. Poco a poco, los directivos de la Escuela irían perdiendo el control y observarían cómo, un proyecto por el cual habían trabajado desde los años cincuenta, se escurría entre propuestas y acciones, fuera de su dominio.
El CRA se insertó como un designio revolucionario y se convirtió en un símbolo que posicionó la participación de los estudiantes en las directrices de su propio desarrollo académico. Brotaría de sólidos planteamientos ideológicos coherentes con los movimientos sociales de la época y de una visión política, que se fue afianzando para su aprobación e implementación.
La poca disposición de las autoridades para hacer cambios al paradigma fundacional, la posición de mantener criterios académicos tradicionales y la indisposición para afrontar de manera participativa la problemática académica, terminarían pasando la factura.
Desdeñaron las señales que se estaban emitiendo, no previeron las transformaciones que se acercaban, ni asimilaron las variaciones que se estaban teniendo al interior de la universidad. No se percataron del riesgo, ni escucharon el eco de los tambores de cambio que, tarde o temprano, harían insostenible el rígido modelo académico administrativo implementado en la joven facultad.
Para entonces, los cuatro puntos cardinales mostraban los negros nubarrones que se acercaban. De manera inoportuna, desafiaron el turbulento clima con una desafortunada propuesta de normas de evaluación. Esto fue aprovechado para destapar el torbellino y se inició una tempestad que haría tronar los cimientos de la estructura académico-administrativa.
La represa se fue llenando de argumentos y estrategias que favorecieron el fortalecimiento de la organización estudiantil y la construcción de vínculos con algunos actores de los movimientos sociales que, sumado a la llegada de un nuevo rector con pensamiento afín, favorecerían las posturas del sector reaccionario.
En algún momento llegó a pensarse que se había superado la inicial resistencia y alcanzado acuerdos razonables entre los sectores que participaron en la inauguración del CRA.
Pero el proceso fue tomando cauces ideológicos y esto comenzó a inquietar a algunos de los actores.
El Decano no sería partidario de la reforma, no sería parte de una posible transformación que concibió con tintes políticos y no toleró la presión que esto le generaba. A meses de concluir el período para el que fuera electo, se encontraba en una incertidumbre inédita, en un consciente espejismo de conducir un barco institucional que se dirigía, imparable, por rutas que desconocía y con una tripulación ingobernable, lo que le llevó a presentar su renuncia.
Pero el CSU no la aceptó y le instruyó retomar el cargo inmediatamente. Esto originó, por cuenta del propio Consejo, un vaivén de decisiones y una de las confrontaciones universitarias más delicadas de la época, que además, encendería el fuego entre conservadores y progresistas que mantendrían una creciente hostilidad, azuzada por las confrontaciones ideológicas que se daban a nivel nacional.
A finales del convulsivo año fue aprobado el Plan de Estudios 1972. La estructura curricular fue modificada sustantivamente, con un enfoque marxista orientado a la vinculación social de la arquitectura, que no cuadraba con la línea dura de los conservadores, que todavía luchaban por subsistir.
Para consolidar el movimiento se descartaría cualquier fuerza que pudiera interponerse en la transformación. En una cuestionada evaluación docente se logró prescindir de los profesores temporales que no servían a los propósitos de la reestructura. Para 1973, la configuración docente había cambiado totalmente, sólo quedarían unos pocos que manifestaron simpatía por el proceso. Pero aún quedaban los 17 profesores titulares, la mayoría, con puntos de vista en contra de la ideología de la reestructura.
Durante un frustrado proceso para elegir decano se dieron una serie de manipuleos políticos. Finalmente, en junio de 1973, el candidato que había sido declarado ganador de las elecciones no sería confirmado debido a que el CSU estableció anomalías en el proceso electoral. Tampoco sería aprobada la propuesta de autogobierno del CRA que buscaba eliminar la figura del decano, aunque se crearía la figura alternativa del Consejo de Facultad, un órgano paritario con el mismo nivel de la Junta Directiva para tratar aspectos académicos.
Y eso fue todo. Ante las nuevas condiciones el decano renunció en definitiva y la Junta Directiva se desarticuló totalmente. La Facultad se encontraba en el limbo. El CSU nombró una comisión interventora que sería totalmente proclive a la reestructura. Y tal como esperaban los partidarios del CRA, ya no se convocaría a elecciones hasta que hubiera condiciones favorables para el movimiento.
En poco tiempo se logró desbaratar la poca resistencia que quedaba. Para marzo de 1974, debido a trámites administrativos inconclusos, se destituiría a un sector de catedráticos titulares, lo que generaría una reacción de repudio de otros titulares, que presentarían su renuncia. Esto llevaría a fundar la Facultad de Arquitectura en la Universidad Rafael Landívar.
Entre tanto, se seguía impulsando una revolución total dentro de la Facultad. Sin el Decano conservador, sin los miembros de la Junta Directiva y sin un claustro que hiciera oposición, las posibilidades de accionar se habían fortalecido. Con esto la represa estaba llena de condiciones favorables, todas las piezas estaban colocadas y los procesos serían desempantanados a conveniencia del CRA.
Como corolario a esta fase, se lograría integrar un cuerpo de nuevos catedráticos titulares, que apoyarían al único candidato a Decano, proveniente de las filas del CRA. Así las cosas, el Decano interino, se convertiría en el Decano electo en octubre de 1974. Con este resultado se esperaba consolidar un gobierno facultativo emanado de las entrañas del movimiento, que aseguraría que la transformación siguiera por el derrotero trazado.
Se convocaría a la integración de los organismos paritarios: el Consejo de Facultad, la coordinación académica y los comités de áreas. Pero en corto tiempo se comenzó a hacer visible la falta de coordinación y las luchas entre la Junta Directiva y el Consejo de Facultad. Los conflictos entre ambos organismos, acompañados de señalamientos e intereses, posturas ideológicas y reclamos políticos, estaban siendo el caldo de cultivo para un nuevo ciclo de enfrentamientos que se volvería un hábito en la unidad académica.
La falta de consensos, las contradicciones, los bloqueos y las inculpaciones llevarían a que, a finales de julio de 1975, renunciara en pleno, el primer Consejo de Facultad y que, en el primer Congreso de Evaluación, resaltaran las diferencias y no se obtuvieran los resultados esperados para la realimentación de la reestructura.
El terremoto de febrero de 1976 ofreció una coyuntura para retomar el proceso. Permitió la integración de toda la Facultad para responder a la tragedia. Parecía que facilitaría encontrar el camino e integrar esfuerzos por medio del Plan de Integración Académica. Se consideraba una gran oportunidad para experimentar una verdadera transformación, permitir a los profesores y estudiantes un mayor acercamiento con la población y poner en práctica las ideas sobre el papel social de la Universidad.
Pero el apoyo que la Universidad estaba dando a las comunidades afectadas, así como la visión crítica y de concientización social, llevaría a que sectores contrainsurgentes la etiquetaran como promotora de la lucha revolucionaria. Las denuncias y amenazas relacionadas con el activismo y organización social durante el terremoto harían aflorar las diferencias y temores según las posiciones políticas que se perfilaban al interior de la Facultad.
En este panorama el plan de integración se convirtió en el detonante para una nueva confrontación. Las diferencias sobre la forma de enfrentar la crisis había sido el rebalse para el rompimiento entre el Decano y los principales actores que lo llevaron a ocupar el cargo. Las secuelas y pugnas conducirían a desencadenar una serie de hechos que reducirían la acción impulsora del proceso de reestructura.
1976 dejaría una grieta profunda. No sólo por el sismo, también por la serie de sucesos que sellaron el derrotero académico administrativo de arquitectura. La percepción de falta de respaldo de la Junta Directiva hacia el Plan de integración hizo que el bloque se sintiera traicionado. No sólo retiraría su apoyo, también denunciaría al Decano y a algunos miembros de su Junta Directiva.
Seguidamente renunciaría un importante sector de la dirección académica que había perseguido la continuidad del proceso. Quienes antes habían sido indiscutibles aliados del Decano dejarían el barco como protesta y muestra de su indignación por lo que señalaban como falta de compromiso de esa gestión.
Pero las afrentas no serían olvidadas. Paradójicamente la cuestionable estrategia de la purga, que había sido usada años atrás para deshacerse de quienes no apoyaban el CRA, se replicaría a los ahora antiguos aliados, la mayoría estudiantes de los últimos años que ejercían docencia.
La complejidad de la problemática facultativa había llegado a un punto en el que no se identificaban caminos viables para continuar con el modelo. Hubo que reconocer que el modelo no evolucionó como se esperaba, aceptar que parte de eso se debía a la falta de experiencia y a la falta de acciones congruentes de las autoridades. A la postre, la percepción era que la anhelada implementación de la reestructuración de Arquitectura no había podido generar la transformación académica y que tampoco había alcanzado el cambio estructural tan defendido en los inicios del proceso.
Una opción de consenso y recuperación, que buscaría enderezar el rumbo, llegaría a principios de abril de 1979. Con el nuevo Decano, que fue uno de los principales estrategas del CRA, se pretendía corregir las deficiencias sufridas durante el proceso de transformación. Pero llegaba en un momento en que se incrementaba la persecución y el asesinato de líderes estudiantiles, profesionales e intelectuales de los movimientos sociales.
Las acciones violentas como el linchamiento de un supuesto oreja frente a la ciudad Universitaria, los asesinatos y la persecución, alcanzarían su clímax fatídico el 14 de julio de 1980. Esta fecha fue el punto de quiebre. El terror haría mella. El sacrificio de inocentes no podía continuar y comenzaría un proceso de revisión institucional.
La Universidad estaba herida y exhausta. El movimiento de izquierda, que había dominado en los últimos años, perdería el control político del CSU. Los pocos líderes que todavía se oponían abiertamente al gobierno saldrían del escenario y se terminaría de socavar la poca resistencia que quedaba. En un panorama de desánimo, la Universidad suspendería su participación en el movimiento social y se deslindaría, totalmente, de la acción política revolucionaria.
La Facultad de Arquitectura también había sido atacada. Varios de sus integrantes fueron asesinados y muchos amenazados. Las intimidaciones habían alterado la calma y se confinaba la participación fluida de la academia. Algunos coordinadores y docentes renunciaron a sus cargos, varios pidieron permiso, otros más se ausentarían de sus labores. Numerosos estudiantes abandonaron las aulas o cambiarían de Universidad. La situación de tensión y angustia amplificaba las diferencias y se expresaban nuevos altercados a lo interno. El ambiente de inestabilidad e incertidumbre llevaría al pánico, a la ausencia, a las protestas y a las renuncias.
Para ese momento el Decano de Arquitectura sostenía que era preciso imponer por la fuerza del pueblo, un gobierno revolucionario. Que estaba cercana la posibilidad de derrocar al gobierno militar y que, para revertir la catástrofe total, los universitarios debían salir de las aulas y fundirse con el pueblo organizado y combativo. Haría un último llamado para que se asumiera el compromiso de lucha, pero no tuvo la respuesta que esperaba y dejó la universidad.
La guerra interna se recrudecería en los siguientes años. Las intervenciones de universitarios se darían sin el apoyo institucional y serían igualmente reprimidas. Seguirían los secuestros, los asesinatos y las desapariciones de universitarios. La Universidad sufriría cambios radicales y se generarían otros enfrentamientos a partir de nuevos modelos de confrontación.
En los inicios de los años 80, la Facultad de Arquitectura había terminado un capítulo que comenzó a principios de los 70.
50 años después del inicio de este histórico movimiento, corroboramos que, indiscutiblemente, el CRA llevó a la transformación de la Facultad de Arquitectura. Una Escuela que ha seguido evolucionando y adaptándose a distintas realidades y que mantiene principios impulsados durante ese período totalmente coherentes con los fines de la Universidad Nacional.
Entre tanto, en la distopía de un mundo pos pandémico, que padece las repercusiones de una guerra que ha desdibujado el mapa geopolítico y que amenaza con una escalada bélica entre el agobio de caóticas realidades; en el que se mantienen de manera creciente múltiples problemas socio económicos y una crisis climática con severos impactos en el planeta;
seguimos viendo que en Guatemala se intensifican los problemas de pobreza, de vivienda, de falta de planificación y de desorden urbano que se plantearon hace medio siglo en los diagnósticos del CRA.
Y en ese devenir nos vemos inmersos en una universidad afectada por problemas políticos, administrativos y académicos, que han trastocado las fibras de la institución ante la transgresión de sus fundamentos legales y éticos, de una manera que no corresponde con los valores que, a través de la historia, se han ido construyendo.
Estamos ante un régimen universitario deslegitimado e impuesto con acciones inéditas e irreflexivas, que ha afectado y ensombrecido a los universitarios y nos condena a una incertidumbre institucional.
Ante esta deleznable realidad, nos seguimos cuestionando, ¿hacia dónde va nuestra Universidad, hacia dónde va Guatemala?
Muchas gracias
Byron Rabe
Guatemala, Auditorio Luis Cardoza y Aragón, Embajada de México,
26 de octubre de 2022
lunes, 26 de septiembre de 2022
La posmodernidad, un delirante cuento inacabado.
He planteado esta disertación como un cuento, una narración que, para fines ilustrativos, incluye situaciones extremas, que no deben generalizarse y que en su mayoría podrían afectar a otras latitudes, pero cuya realidad podría alcanzarnos. La cultura global tiende a influirnos y sus causas y efectos necesitan atenderse en diferentes espacios de reflexión para buscar el entendimiento en un medio cada vez más polarizado.
Estamos pasando de la utópica racionalidad de la modernidad a una advertencia distópica propia de la posmodernidad. La utopía buscaba una felicidad universal un paraíso inexistente que hemos visto que no tuvo cabida en la realidad ansiada en la modernidad; en tanto que, la distopía posmoderna presenta seductoras voces de alerta ante un futuro decadente y apocalíptico.
Byron Rabe
Eso a nosotros no nos alcanzará. No, a nosotros, nunca.
La posmodernidad llegaría para cuestionar la cordura reinante de la modernidad, y aunque partiría de nociones sueltas, sin un discurso homogéneo, en el camino iría sumando ideas y perspectivas diversas que, alimentadas por la complejidad, llevarían irremediablemente al caos que agitaba una época de cambio e inclusión de nuevos valores y visiones.
Conforme se fue apagando el aguerrido siglo XX y prendiendo el incierto siglo XXI, más se derrumbaba la modernidad. No sólo en lo que ya se consideraba como una obtusa racionalidad plagada de preceptos reduccionistas y enfocadas en lo cuantitativo de la ciencia; también en la visión funcional del diseño que debía adaptarse a nuevas realidades, tecnologías, conservación del ambiente y variaciones éticas y estéticas. Pero algo más estaba cambiando. Poco a poco se iba disminuyendo la influencia de los valores tradicionales que habían regido al mundo occidental varios siglos.
Durante un indefinido período que se fue haciendo visible después de la segunda guerra, se había mantenido un traslape de visiones que todavía no terminaba de precisarse. La influencia de la posmodernidad se observaba en la estética, que ahora valoraba el gusto popular y que dejó de seguir, necesariamente, las pautas de belleza prestablecidas por la cultura dominante; se notaba en la activa presencia de quienes abogaban por sus derechos; en un progresivo despertar de respeto y valoración de las diferencias; en las manifestaciones de pluralidad en un mundo que había sido controlado por pocos y en el que parecía, que por fin, participaban las minorías que poseían características y pensamientos diferentes.
Se ofrecía mejorar el rígido modelo de la modernidad que había sido demarcado por un progreso normativo y lineal que, para muchos no había funcionado. En la posmodernidad se fueron haciendo avances en el respeto a la pluralidad, la multiplicidad, las contradicciones y la simultaneidad de ideas y valores. Se habían abierto oportunidades para alcanzar una libertad, antes no experimentada, que llevaría a romper las tradiciones culturales y sociales.
Los poderes económicos, siempre atentos, aprovecharían la apertura y promoverían estrategias menos enfocadas en las necesidades, la racionalidad o la funcionalidad como se había hecho en la modernidad. Ahora responderían a los deseos, a los gustos o a lo trivial, propio de la realidad que se estaba viviendo.
Se asomaban múltiples oportunidades de negocios en un mercado global y totalitario que diseñaría estrategias para promover el consumo sin culpas, que satisficiera el ahora, en congruencia con la idea de muchos jóvenes que asumían que, ante la incertidumbre, lo mejor era vivir el momento y priorizar la diversión.
En el mundo se comenzaría a superar la culpabilidad por rechazar los valores tradicionales. Pronto se irían sumando más personas y grupos a una discutida cultura de todo se vale. Se afectarían las pautas del comportamiento social, la moral, la religión y los valores familiares. Se iría disminuyendo la importancia de la familia funcional que hasta hacía poco había sido la base de la sociedad.
Entre todos estos progresivos y encontrados cambios se iría robusteciendo el concepto de lo efímero, en el que todo tendía a ser desechable incluso la amistad y las parejas. Muchos jóvenes dejarían de pensar en el matrimonio. Tener descendencia pasaría a formar parte de un futuro impreciso, quizás inviable. Un proyecto futuro podría desmotivar un placentero presente.
El placer ocuparía un lugar especial en un ahora sin culpas, sin lazos y sin obligaciones. Se variarían notablemente los comportamientos sexuales desde temprana edad. Se separaría el sexo del amor, el hedonismo llegaría a nuevos niveles llevando al absoluto de que la vida era el placer del instante.
Se observaba un creciente interés por el culto al cuerpo, se favorecerían el ejercicio y la vida sana. Para algunos, mas que para vivir, era para presumir en un ámbito cada vez más narcisista. Los deseos de ser más bellos se facilitaban con los nuevos y amplios estándares estéticos. El deseo de figurar, de ser más reconocidos, de lograr más likes en las redes, podían llevar a modificaciones físicas, a exposiciones mediáticas controvertidas, que peligrosamente influían en algunas jóvenes mentes que bien podrían preferir sustituir el baile de la adolescencia o un viaje de graduación por cirugías estéticas.
En la escuela ya no se reprendía al niño, ahora los padres reprendían al maestro y se generaba una lucha entre lo que se debía enseñar en la escuela y los valores que deberían surgir en la familia. La separación entre la niñez y el adulto comenzó a hacerse imperceptible en algunos temas, se descuidó la infancia y se estaban construyendo niños sin niñez, retraídos en sus dispositivos electrónicos, niños adultos educados para el consumo, con influencia directa de los medios de comunicación masiva que promovían la subjetividad del consumidor. Se estaban creando nuevas realidades en las que el niño decidía e influía sobre los padres que evitaban esfuerzos que no encajaran con el nuevo mundo y estimulaban comportamientos que contradecían lo que la modernidad establecía como propio de las primeras edades.
En el plano estético, al igual que el Dadaísmo, (que algunos consideran el verdadero inicio de la posmodernidad), se propiciaría lo absurdo, lo chusco y lo irracional. Se verían curiosos desfiles de modas extravagantes que transgredían los patrones clásicos del buen gusto promovido por la modernidad. Alguien podía sentirse a la moda con ropa rota, o al mostrar los calzoncillos o las tangas saliendo del pantalón, incluso podía sentirse chic con una silla en la cabeza. El traje con corbata pasaría a ser parte de la historia de la moda para muchas juventudes.
Había quienes irían más allá del vestuario y buscarían una identidad irreverente, algunos enhebrando un aro en la nariz, aguzando las orejas o hinchándose los labios. No faltarían los que afectaran su propia naturaleza corporal insertando implantes, que iban desde nalgas y pechos, hasta cachos. Otros mutilarían distintas partes del cuerpo para generar una estética distinta por no decir monstruosa. Algunos, menos destructivos saturarían el cuerpo de tatuajes o simplemente usarían piercings en diversos y sugerentes lugares del cuerpo.
Entre tantas contradicciones socio culturales la posmodernidad avanzaba con criterios difusos y sin límites. Daba la oportunidad de manejar el diseño y cualquier expresión cultural de la manera que se antojara, era posible que una ocurrencia se volviera una tendencia que sería aprovechada para promover el consumo.
El criterio de todo vale se había hecho presente en la publicidad, en la música, en destructivas protestas, hasta en la explotación sexual forzada o complaciente. Incluso en algunos contextos llegó a considerarse habitual y aceptable la práctica del sugar daddy y la sugar mammy.
El clásico modelo de la sexualidad dominante pasaría a la historia. Lo masculino y femenino no era lo mismo que hombre y mujer, surgirían diversos géneros que se irían consolidando en el espectro de la sexualidad. Una aplicación de citas en red conocida como la más popular del mundo, para evitar confusiones y discrepancias, identificó a más de 25 clasificaciones de identidades de género con las que se podía ligar o experimentar, de acuerdo con las preferencias.
Varios personajes haciendo muestra de su coherencia con los nuevos valores de inclusión sexual, informaron que habían hecho eco de los pedidos de sus pequeños hijos para iniciarles un cambio de género. Mientras tanto se abrían posibilidades para que un creciente número de niños y preadolescentes, que creían estar atrapados en el cuerpo equivocado, pudieran recibir tratamiento como parte de programas para cambiar de sexo.
Fue notoria la creciente demanda de videojuegos diseñados para niños y jóvenes. Algunos daban nuevas herramientas para el desarrollo de habilidades propios de la juventud de la época, pero otros, podían generar adicción, propiciar la violencia dentro de un mundo virtual en el que podían matar personas o animales sin culpa alguna, habituarse al concepto de las drogas o experimentar comportamientos criminales y el irrespeto a las autoridades. En casos extremos podía promoverse la explotación sexual, la violencia hacia la mujer, así como familiarizarse con estereotipos raciales y sexuales, además de utilizar palabras indecentes y proferir obscenidades ya comunes en la nueva realidad.
De similar manera, se hacían cada vez más populares entre jóvenes y adolescentes, canciones de géneros urbanos, con explícitos mensajes sobre violencia, sexo y drogadicción que hacían que los artistas fueran venerados por la juventud. Eran pegajosas manifestaciones musicales, muchas veces carentes de valores de contenido melódico y conceptual, que además tenían como principal aporte cultural contradecir los valores tradicionales, mostraban conductas misóginas que despreciaban a la mujer y utilizaban lenguajes y movimientos corporales antes impensables de mostrar en ningún medio.
El auge de las redes sociales brindaría nuevas oportunidades para el aprendizaje y el teletrabajo, para obtener información en tiempo real y descubrir otras culturas y comportamientos y abrir posibilidades antes no imaginadas. El internet se convertiría en parte del individuo, el acceso a la información y una realidad aumentada nunca soñada se haría más que presente y surgiría un nuevo concepto de metaverso que iría de la realidad virtual a una realidad paralela y cambiaría nuevamente la forma de pensar, de comportarse y de comprar.
En el maremágnum posmoderno, la era digital también permearía los hogares y la psicología de los grupos e individuos. La invasión de redes sociales haría surgir personajes como los blogueros, los influencer, los netcenter, los tiktokers y de otras denominaciones, así como, muchas nuevas aplicaciones. Algunos blogueros fueron marcando presencia en las redes con un objetivo inicial que pudo ser informar o entretener. Los influencer, en algunas oportunidades sin criterios o experiencias previas, pero con mucha popularidad, a veces generada por el atractivo sexual, la casualidad, una broma inicial o una marcada diferencia, tendrían una destacada participación en alguna o varias ramas y expresaban opiniones sobre temas concretos para ejercer influencia y ser más reconocidos entre los internautas. Pronto los aprovecharían para atraer o inspirar un producto, servicio o marca.
Pero las animadversiones, las envidias, los odios, las luchas sectarias o el simple deseo de arruinar la imagen de los otros, también se haría presente en las redes sociales. En el marco de un anonimato total o parcial, al no tener que enfrentar físicamente al interlocutor, se propició una cultura de resentimiento y cizaña que se haría cada vez más intensa.
Surgió el negocio de la manipulación virtual a cargo de los netcenters y otros personajes o grupos. Esta práctica evolucionó desde el fanatismo social o político hasta el desarrollo de negocios rentables. Se concibió el término de sicarios digitales, encargados de destruir a grupos o personas por medio de las redes. Todo sería utilizado para el negocio y la política en la posmodernidad.
A lo largo de este proceso se hizo mas notorio y criticado que había actores invisibilizados y discriminados. El nuevo contexto permitió y propició los reclamos y nuevas luchas para lograr mayor presencia y reconocimiento en la sociedad.
La opresión y discriminación a la que estos sectores habían estado sujetos generó protestas y reivindicaciones. Algunas de estas luchas se saldrían del marco normativo y de los valores que había establecido la modernidad y llevarían a un nuevo modelo de enfrentamientos.
La era de la posmodernidad alcanzaría un nuevo nivel en la segunda década del siglo XXI con el desarrollo de la cultura Woke o wokismo surgida en los Estados Unidos. Este movimiento inicialmente buscaba responder a las injusticias y desigualdades, empezó con el tema racial, fue incorporando la ideología de género y posteriormente cuestionaría la civilización occidental de base cristiana.
Se mostraría como una rebelión contra la opresión, el racismo y la discriminación, pero pronto endurecería las posiciones identitarias a nivel étnico, sexual, religioso y cultural. Tomaría un sendero ideológico totalitario de izquierda para exigir una justicia de corte vengativo que daría nuevos elementos para generar reacciones de la derecha extrema.
Ante su crecimiento e impacto, el wokismo se iría radicalizando, se haría impermeable a la crítica, daría la espalda a los hechos y descartaría el diálogo rechazando razones y datos. Se convertiría en un movimiento dogmático que no admitía cuestionamientos, pero que se apropiaría del derecho de censurar y anular todo lo relacionado con la historia o la cultura que le pareciera ofensivo, que pronto llevaría al fortalecimiento de la cultura de la cancelación.
Con esta nueva cultura se boicotearía la libertad de expresión, ya no se pondría énfasis en lo común sino en las diferencias, se buscaría fragmentar y dividir a la sociedad. Se promovería el revisionismo histórico, no con el objeto de aclarar los hechos sino de generar odios y revanchismos atemporales. También se exigiría revisar el lenguaje, volverlo inclusivo y eliminar insinuaciones raciales o de género. Se propiciaría la ira, la cólera fanática, se exhortaría a derrumbar estatuas, personajes históricos y símbolos de la modernidad.
Se castigaría severamente cualquier publicación, comentario o postura que no convergiera con el movimiento. Cancelar a una persona significaba invalidar no sólo sus opiniones, también tratar de anular su existencia, de arruinarle la vida social, profesional y laboral.
Se había creado un movimiento sin estructura definida, sin dirigentes identificados que se convertiría en acusador, juez y verdugo, que descartaba el derecho de defensa de los acusados y desahuciaba la duda razonable, que aplicaría diversos niveles de crueldad desatendiendo la disculpa o el perdón.
Se convertiría el revanchismo social como un medio de catarsis y atracción de adeptos, de purga para un sistema considerado obsoleto. Había surgido un nuevo autoritarismo colectivo, un monstruo sin cabeza que intimidaba y generaba miedo a opinar.
Se verían múltiples ejemplos propios de la cultura de la cancelación, la vandalización de monumentos, el derribo de estatuas, la cancelación de obras cinematográficas y literarias, el ataque a profesores que no apoyaron la nueva corrección política. Se presionaría a organizaciones a despedir personas por sus comentarios, se lincharía en las redes sociales a cómicos, periodistas, profesores universitarios y artistas cuyas observaciones no encajaran con el wokismo. La ira identitaria ya no se manifestaba con antorchas sino con el uso de los medios electrónicos, que tenían mucho mayor alcance. En fin, se estaba erigiendo un nuevo fascismo intelectual y social contra la libertad de expresión.
La situación sería presa del linchamiento de un personaje animado de mediados del siglo XX, Pepe Le Pew, debido a que algunas personas veían conductas que podrían ser nocivas para los niños de la sociedad actual. O Speedy González por promover estereotipos raciales. También personajes como el Grinch, el Lorax y el Gato con sombrero, y otros que deberían descartarse porque contaban historias racistas o machistas.
Con una visión contraria se promovían personajes con nuevos valores como la marioneta Gonzo, un famoso personaje de un programa infantil mundialmente conocido, que había aceptado públicamente su homosexualidad. Se observaría también que en diversas series animadas para niños se incluía a personajes pertenecientes a la comunidad LGBT.
En medio de este nuevo escenario, al mismo tiempo que se impulsaba un discurso de integración global para derribar las fronteras, también se promovía el resentimiento racial y el separatismo territorial y cultural como una aparente respuesta a siglos de dominación y opresión.
Durante el desarrollo de la posmodernidad se había respaldado la idea de que nadie podía decidir sobre los valores de los demás, pero ahora se estaba viendo que esto aplicaba, siempre y cuando, correspondieran a los referentes mediáticos de los nuevos controladores políticos y sociales. Ya no se trataba sólo de que se respetaran y aceptaran las diferencias, ahora había que imponerlas y modificar los valores e ideas que otros tenían, como ha pasado tantas veces en la historia.
Parecía que volvíamos a lo mismo. Como en el pasado, los criterios no aplicaban a todos por igual y los valores serían aceptados, incluso impulsados, según el beneficio que propiciara o los aportes que hicieran a las ideologías emergentes o dominantes.
En un nuevo modelo que inicialmente propiciaba la tolerancia se fue acomodando la intolerancia. En las redes resaltaba el odio, la ofensa, las realidades a medias, la construcción de mentiras, las teorías de conspiración, las fake news o noticias falsas y la alteración de la verdad.
Con la cultura de la cancelación se irían acallando los pensamientos divergentes. Las pocas voces que se atrevía a disentir serían identificadas y perseguidas por los netsicarios quienes encendían el odio contra ellos y los señalaban como indeseables, parias y hasta vergüenza de la humanidad. Pronto se daría un aparente silencio de la reflexión intelectual en las redes sociales, las discusiones inteligentes se reducirían o se harían en planos más privados, no sujetos a comentarios de odio y resentimiento.
La famosa Paradoja de la tolerancia planteada por Popper que se resume que: En nombre de la tolerancia debíamos reclamar el derecho a no tolerar la intolerancia, fue ignorada.
La violencia verbal, emocional y psicológica sería aceptada como parte de la nueva realidad. Los nuevos marcos legales no accionaban por temor a contrariar el derecho de la libre expresión y los derechos humanos de los ofensores.
Entre tanto, parecía hacerse realidad la predicción, que algunos atribuyen a Dostoyevsky: la tolerancia llegará a tal nivel que las personas inteligentes tendrán prohibido pensar para no ofender a los imbéciles.
El desánimo y el desinterés, así como el temor a los linchamientos mediáticos, marcaría la ausencia de la crítica. La reflexión trascendente, si se atrevía a aparecer, sería blanco de feroces e irracionales ataques, en nombre de la tolerancia.
Modernidad y posmodernidad, un espejismo o una realidad humana. Había quienes añoraban las normativas y valores de antaño. Los detallados planos acompañados de precisas instrucciones que venían con la racional y taxonómica modernidad fueron sustituidos por los esbozos laberínticos de una posmodernidad indefinida, que podían llevar a cualquier parte, o a ninguna. Un futuro que inicialmente se había percibido promisorio se hacía cada vez más incierto y conflictivo.
La humanidad se encontraba prisionera en el carrusel de la posmodernidad, cuyos caballitos cabalgaban desbocadamente en desfigurados círculos extensibles, en un siglo de desequilibrada tolerancia que chocaba repetidamente con el azar, ante un caos que podía llevar a la destrucción de la estructura social que se había conocido.
Los cambios de posición entre los actores mostrarían la naturaleza humana que volvía a repetirse, el oprimido sería manipulado para convertirse en un destructivo e irreflexivo opresor. Se acrecentaría el odio entre los extremos políticos y cada grupo parecía ir asumiendo posturas de ira y rencor, en tanto que las visiones moderadas se hacían menos audibles.
Entre tanto, los verdaderos poseedores del poder económico y político seguían observando los acontecimientos, moviendo los hilos y tejiendo redes para adaptarse y sacar ventaja de las nuevas realidades. Byung-Chul Han afirmaría que todo se convertía en mercancía, hasta las realidades inmateriales como el amor, la amistad y la pereza.
Ante un creciente fanatismo y conflicto de valores, una nueva decepción estaba cubriendo al mundo. Además de las aumentadas diferencias económicas se estaban ampliando las distinciones socioculturales, se creaba más violencia e irrespeto dentro de los individuos, las familias, los grupos sociales y hasta entre los gobiernos que vieron caer los postulados clásicos de la diplomacia.
La nueva realidad traía los riesgos de la asimetría moral de una progresiva cultura que estaba rompiendo con todos los patrones conocidos. Los extremos se estaban haciendo grotescos y de manera evidente promovían el odio. La libertad se estaba desparramando por los límites del sentido común.
Una complejidad desoladora, intensificada por una agresiva pandemia, frustraba las inciertas redes de sueños y deseos en un tiempo y espacio incomprensibles. Las personas se estaban quedando solas dentro de una multitud de likes, en espejismos momentáneos, sin trascendencia; en conflictos de identidad imbuidos en un metaverso con una realidad paralela, en medio de un escenario que amenazaba con una nueva y fundamentalista religión de odio, respaldada por una caza de brujas virtual que perseguía a los herejes y que se desvinculaba de lo verdaderamente importante.
Los logros alcanzados habían brindado esperanza. Los aportes positivos no podían perderse. Para mantenerlos se hacía necesario personas valientes, pero también sensatas que fueran capaces de revisar y fortalecer los valores sociales, familiares e individuales dentro de los cambios que eran ya parte del presente y lo serían también en el futuro.
Si se quería subsistir había que reflexionar sobre los criterios mínimos para la convivencia, revisar los parámetros para impedir caer en una vorágine social totalitaria que podría llevar a la destrucción de lo que somos o deberíamos ser: Seres humanos conscientes de un mundo materialista, permanentemente manipulado y crecientemente conflictivo. Que demanda enfrentar serias amenazas climáticas, políticas, económicas y sociales, y debiera favorecer la satisfacción emocional, sicológica y física de sus habitantes.
Si algo había impulsado la posmodernidad, dentro de la agobiante complejidad y el caos, era la flexibilidad. Se mantenían las oportunidades para deconstruir los procesos por medio de visiones creativas que buscaran la satisfacción del alma y del cuerpo, y promovieran el bienestar social e individual.
Sin duda la humanidad seguiría evolucionando dentro de una realidad en que lo único certero era el cambio, pero no se daría por vencida. En una distópica posmodernidad todo esto sonará a utopía. Pero como respondió Eduardo Galeano cuando le preguntaron: ¿Para que sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar.
Federico García Lorca había expresado hacía casi un siglo: El más terrible de los sentimientos es el de tener la esperanza perdida.
febrero, 2022